Putin y los Kim, un matrimonio de conveniencia
Moscú. El Año de la Amistad entre Rusia y Corea del Norte ha despertado todas las alarmas en Estados Unidos, que ven la alianza entre Moscú y Pyongyang como el germen de un nuevo eje del mal entre dos de los países, junto a Irán, más denostados de nuestro tiempo. Pero nada más lejos de la realidad, ya que el presidente ruso, Vladímir Putin, no está dispuesto a cometer los mismos errores que la Unión Soviética. Las nuevas alianzas se cimentarán exclusivamente en la cooperación económica y comercial. Ni hablar de ruinosas y deficitarias alianzas ideológicas. Rusia venderá gas, uranio, armas y lo que haga falta, pero nunca a fondo perdido y siempre al mejor postor.
Al nerviosismo ha contribuido sin duda el hecho de que las relaciones entre el “reino ermitaño” y su principal aliado, China, atraviesen uno de sus peores momentos. A ello contribuyó sin duda el tercer ensayo nuclear efectuado por Pyongyang en 2013 y la ejecución poco después de Jan Song-thaek, tío del líder norcoreano, Kim Jong-un. Jan era considerado unánimemente el hombre de Pekín en las altas esferas del régimen comunista y su muerte fue un duro revés para el “gigante asiático”. Como respuesta, el presidente chino, Xi Jinping, aún no se ha reunido con Kim, pero ya lo ha hecho varias veces con la presidenta surcoreana, Park Geun-hye.
Lo que es un hecho innegable es que tanto el Kremlin como Pyongyang han confirmado que Kim viajará a Moscú para presenciar el 9 de mayo en la Plaza Roja el desfile militar con ocasión del 70 aniversario de la victoria sobre Alemania. Ésta será la primera visita al exterior del joven líder norcoreano y tendrá lugar cuatro años después de la realizada por su padre, Kim Jong-il, quien murió pocos meses después de recorrerse Siberia abordo de su legendario tren blindado. A nivel propagandístico, a Kim le conviene ser visto con Putin, considerado desde hace años uno de los líderes mundiales más influyentes y un mandatario que es capaz de enfrentarse a Estados Unidos, sea en Siria o en Ucrania.
Al mismo tiempo, la visita del joven Kim también coincidirá con el 70 aniversario de la liberación de la península coreana del colonialismo japonés. Desde ese punto de vista, no es algo extraordinario que Kim acepte la invitación del Kremlin. También la Canciller alemana, Angela Merkel, pondrá fin al aislamiento ruso al reunirse con Putin el 10 de mayo en Moscú pese a que las sanciones económicas occidentales aún están en pie, al igual que el embargo ruso a los productos perecederos occidentales.
El Año de la Amistad también es un hecho en sí mismo -más rimbombante y voluntarista que otra cosa-, pero lo de que ambas partes se proponen llevar las relaciones bilaterales a nuevos niveles está por ver, especialmente en el plano político y militar. Desde la caída de la URSS en 1991 hasta la llegada de Putin al poder hace 15 años, ambos países vivieron prácticamente de espaldas, ya que Rusia dio prioridad a las relaciones con Corea del Sur. Desde el año 2000, los intercambios comerciales han aumentado progresivamente, pero son insignificantes, según fuentes rusas.
Rusia es un convidado de piedra en las negociaciones nucleares a seis bandas (China, EEUU, Japón, Rusia y las dos Coreas). En materia de desnuclearización coreana, Moscú no hace más que secundar a Pekín y acusa una vez sí y otra también a Estados Unidos de instigar la tensión con las maniobras militares en el sur de la península. En el plano militar, según todos los analistas, Rusia nunca moverá un dedo para defender al régimen de los Kim. Eso es cosa de China. Poco importa que la prensa informara sobre la convocatoria de maniobras militares ruso-norcoreanas a finales de este año o que Pyongyang esté interesado en adquirir cazas rusos. La economía rusa está en plena recesión, así que los norcoreanos tendrán que pagar en efectivo si quieren recibir los ansiados aviones Sujói (en español) o Sukhoi (en ruso).
Hace tiempo que Putin decidió diversificar la balanza comercial con la vista puesta en Asia. Las sanciones occidentales por la injerencia rusa en Ucrania únicamente han exacerbado la necesidad de buscar nuevos socios comerciales. El primero de ellos es China y después irían por este orden, Corea del Sur y Japón, con el que Rusia aún no ha firmado un tratado de paz debido al contencioso de las islas Kuriles. En el marco de esta nueva partida geopolítica, Corea del Norte no es más que un peón y no muy valioso que digamos.
Rusia quiere vender gas a Corea del Sur desde hace años, pero para eso necesita tender un gasoducto a través de territorio norcoreano. También desea suministrar electricidad a la industria surcoreana y construir una línea férrea para acceder a los recursos minerales de la península, para lo que también necesita el visto bueno de Pyongyang. Estos son proyectos estratégicos en los que el Kremlin está dispuesto a invertir decenas de millones de dólares, parte de los cuales irán directamente a los bolsillos de Kim. En un gesto de buena voluntad, Moscú perdonó recientemente el 90 por ciento de la deuda norcoreana, que ascendía a casi 10.000 millones de dólares.
En el mejor de los casos, si estos proyectos prosperaran, los intercambios bilaterales podrían ascender a los mil millones de dólares a finales de esta década. No obstante, los beneficios para Rusia serían mucho mayores. Este es el leitmotiv de Putin. Nada de mencionar a Corea del Norte como un episodio más del nuevo antagonismo entre Rusia y Estados Unidos. El jefe del Kremlin puede correr riesgos por recuperar Crimea o por defender a minoría ruso-parlante de Ucrania, pero no se arriesgará a convertirse en un paria internacional por garantizar la supervivencia a toda costa de la primera dinastía comunista de la historia. It´s just business as usual.
Oscar Gantes, periodista