Resurge la disputa entre China y la India por el estado Arunachal Pradesh
Madrid. La disputa territorial en los Himalayas despierta de nuevo después de que China diese nombres chinos a once localidades más en el estado septentrional indio de Arunachal Pradesh, o, como lo llaman los chinos, Zangnan (del chino «sur del Tíbet»). El primer ministro Narendra Modi respondió, calificando los nombres de «inventados», además de enviar al ministro de Asuntos Interiores, Amit Shah, a la región para anunciar un nuevo producto de infraestructura llamado «programa rural dinámico».
Las disputas entre Nueva Delhi y Pekín por las zonas fronterizas son antiguas como el estado indio. Después de que los británicos abandonasen el Indostán por completo en 1947, resurgieron las cuestiones de la delimitación con el Tíbet impuesta por Londres en el siglo XIX. Los principales territorios en cuestión eran Cachemira, repartida entre Pakistán (región de Gilgit-Baltistán), la India (Ladakh, Jammu y Cachemira) y China (Aksai Chin), y la mencionada región de Arunachal Pradesh en los Himalayas orientales, controlada por la India. En 1962 los países llegaron a enfrentarse en una guerra que duró un mes y se llevó las vidas de varios miles de soldados. Después de eso no hubo más conflictos armados entre los dos gigantes asiáticos, sin embargo, eran comunes las escaramuzas fronterizas que mantenían tensas las relaciones bilaterales. El último gran enfrentamiento tuvo lugar en 2020, acabando en cuatro chinos y 20 indios muertos. A pesar de numerosas reuniones entre respectivos líderes y el aparente establecimiento del diálogo, la situación sigue tensa, considerando que involucra los intereses de tres potencias nucleares.
A pesar de obtener Aksai Chin como resultado de la guerra de 1962, Arunachal Pradesh escapó de las manos de Pekín. No obstante, China nunca abandonó los intentos de recuperar algún día el territorio reclamado. Durante los últimos años, Pekín publicaba de vez en cuando actualizaciones de mapas, donde poblados, montañas y ríos de la región recibían nombres chinos, habiendo sido la última vez hace dos semanas.
Además, China, preocupada por posibles movimientos separatistas en sus provincias occidentales (el Tíbet y Xinjiang), hizo todo para minimizar el riesgo en el que esta debilidad pone a las capacidades geopolíticas del país. La anexión del Tíbet en los años 50 sigue siendo cuestionada por algunos, especialmente por los partidarios de Dalai Lama XIV. El gobierno chino unificó los usos horarios en todo el país, estableciendo la hora de Pekín como marco único; construyó bases militares a lo largo de la frontera, e invirtió en infraestructura para mejorar el control de la región y evitar críticas por parte de la población local.
Para la India, las regiones del noroeste son su talón de Aquiles. Unidas con el grueso del país por el estrecho corredor de Siliguri entre Bangladesh y Nepal, que llega a tener tan solo 21 kilómetros de ancho, las provincias orientales están mucho menos pobladas (amasando tan solo el 3 % de la población), son diferentes tanto étnica, como religiosamente de los demás indios. Eso llevó a que acogieran movimientos nacionalistas y rebeldes comunistas que escapaban la represión del gobierno. Tampoco ayudaba el hecho que Nueva Delhi tratase a menudo estas regiones como secundarias, concentrándose más en las populosas tierras del centro y el sur.
Narendra Modi, con sus ambiciosos planes geopolíticos para la India, realizó una gira por las provincias orientales a comienzos de año, reafirmando su apoyo por la diversidad étnica y religiosa (Nagaland, Mizoram, Arunachal Pradesh y Meghalaya son mayoritariamente cristianos). En abril visitó Assam. Durante su visita a Nagaland, Modi criticó a los gobiernos del Congreso Nacional indio por usar los estados del Este como cajeros automáticos sin devolverle el dinero necesario para su desarrollo. Para demostrar que él sería diferente, el primer ministro indio encomendó a Amit Shah que este anunciase un nuevo programa de infraestructura para revitalizar el este del país y atraer inmigrantes y turistas, creando así nuevos empleos y repoblando las vaciadas regiones.
Para ambos gobiernos, el indio y el chino, el control de las regiones fronterizas es esencial, tanto para defender su retórica nacionalista como para evitar amenazas geopolíticas a su integridad territorial. Eso significa que, a pesar de la cooperación internacional, las relaciones seguirán siendo tensas, manteniendo en el aire la cuestión de un posible conflicto entre dos potencias nucleares.