La intervención de Corea del Sur será esencial para el diálogo entre Donald Trump y Kim Jong-un
Madrid. La intención de acercar posiciones entre Seúl y Pyongyang quedó consagrada con el apretón de manos entre el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, y la hermana del líder de Corea del Norte Kim Jong-un, Kim Yo-jong, en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Pyeongchang, celebrada en el estadio olímpico de Daegwallyeong-myeon (noreste), mientras que la indiferencia del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, con la delegación norcoreana y al paso de la comitiva unificada, evidencia el rechazo de Washington a dialogar.
Solemos decir que una imagen vale más que mil palabras, y las dos instantáneas captadas en la ceremonia inaugural de los denominados ‘’Juegos de la Paz’’, en este caso, retratan a la perfección la situación que viven tres actores internacionales tras sesenta y ocho años de complicadas relaciones políticas.
Al margen de los acuerdos, como el cese temporal de las maniobras militares conjuntas de Corea del Sur y EEUU, o la pausa de las pruebas armamentísticas de Corea del Norte, tomados durante enero en la zona desmilitarizada de Panmunjom, el presidente surcoreano no ve posibilidad de acuerdos con su antagonista y un cambio real hasta que los gobiernos de Kim Jong-un y Donald Trump comiencen a tratarse cordialmente.
Así se lo ha manifestado Moon Jae-in a Kim Yo-jong, subdirectora del Departamento de Propaganda y Agitación del norcoreano Partido de los Trabajadores, en la reunión que mantuvieron esta semana en la residencia del presidente surcoreano, cuando la hermana de Kim Jong-un transmitió de manera oral y escrita una invitación al dirigente sureño para una reunión bilateral en Pyongyang “lo antes posible”.
Esta reunión, aunque poco probable a día de hoy, reanudaría la denominada Política del Amanecer, iniciada a en 1998 y que durante diez años -con dos cumbres en Pyongyang- permitió numerosos proyectos económicos y deportivos de forma conjunta en Corea.
Moon Jae-in considera que la presencia de Kim Yo-jong y Kim Yong-nam, jefe de Estado honorífico de Corea del Norte y Presidente de la Asamblea Suprema del Pueblo, en la delegación norcoreana, que incluye a más de 500 personas, enviada a Pyeongchang para los JJOO, demuestra la predisposición de Kim Jong-un a negociar acuerdos.
Corea del Norte no solo ha enviado a dos de sus allegados más relevantes, sino también resulta la primera vez desde 1948 que un miembro de la dinastía Kim cruza la frontera del paralelo 38 para pisar territorio vecino, en una península de Corea que sigue técnicamente en guerra, con un armisticio pero sin la firma de un tratado de paz.
No lo ve así el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y mucho menos Donald Trump, que pone como primer punto para abrir las conversaciones con Corea del Norte el abandono de cualquier tipo de ambición nuclear. El Partido Republicano, en palabras del vicepresidente Mike Pence, desconfía totalmente del “aparente amiguismo” desempeñado por la República Popular Democrática de Corea.
“No permitiremos que esconda tras la bandera olímpica la realidad”, dijo Pence esta semana ante la prensa después de su reunión con Shinzo Abe en Tokio. Corea del Norte “esclaviza a su población y amenaza a otros países” y su líder solo desea “desarrollar una depurada campaña de imagen”, agregó Pence.
EEUU sostiene que un país que pretende normalizar las relaciones internacionales no realiza un desfile militar exhibiendo su gran y variado armamento en la víspera de la convocatoria olímpica para celebrar los setenta años de la fundación del ejército nacional. Se espera que EEUU imponga nuevas sanciones a Pyongyang en las próximas semanas.
Moon Jae-in tampoco parece convencer a sus propios compatriotas: según una encuesta realizada por la cadena de televisión francesa TBS, el 49,4 por ciento de la población -especialmente los más jóvenes- rechaza la participación conjunta bajo la bandera unificada en esta cita olímpica.
De hecho, estos días se han producido varias protestas ciudadanas por la participación norcoreana en esta cita deportiva, siendo la última ayer frente a la Cheong Wa Dae o Casa Azul durante el encuentro entre el presidente de la República y la suplente del Politburó, el principal órgano de mando del país. Los manifestantes rasgaron fotografías de Kim Jong-un e intentaron quemar la bandera norcoreana y la unificada sin éxito por la intervención de los cuerpos de seguridad estatales.
En gran parte las personas que han secundado estas protestas corresponden a los sectores más conservadores de Corea del Sur y reacios al presidente Moon Jae-in, quienes apoyan totalmente las declaraciones del vicepresidente estadounidense e insisten que la ruta a seguir por el Ministerio de Asuntos Exteriores debe ser la consolidación de la excelente sintonía con Washington, evitando a toda costa el contacto con el ideario comunista.
De momento, las dos Coreas anteponen el deporte enmarcándose bajo la bandera de la unificación, que muestra la silueta de la península en color azul sobre fondo blanco. Así lo hicieron por última vez en los juegos asiáticos de invierno de 2007 y así lo vuelven a hacer ahora en Pyeongchang.
La competición finalizará el 25 de febrero y será entonces cuando Corea del Sur y EEUU reanuden sus prácticas militares, calificadas por Pyongyang como ensayos para una futura invasión. Justificación que Kim Jong-un mantiene para no desistir de sus propósitos nucleares.