La ASEAN refleja las divisiones internas y la influencia de China
Madrid. La recién concluida reunión de la ASEAN, celebrada en California (EEUU), no ha disipado las divisiones internas entre China y EEUU ni las ya existentes de Pekín con distintos países de este organismo que mantienen litigios en el mar de China Meridional con el “gigante asiático”, que trata de no perder su influencia en la zona y a la vez de evitar que Washington tenga más protagonismo.
El comercio ha sido siempre el principal baluarte de las relaciones de China con los países de la asociación, creada en 1967, y formada por Birmania (Myanmar), Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, pero en los últimos años han surgido nuevos escenarios por las disputas territoriales y una creciente hegemonía de Pekín que han marcado nuevos rumbos en la zona, no exentos de tensiones.
A estos países hay que añadirles otros seis que negocian la Asociación Económica Regional Amplia (RCEP, en sus siglas en inglés), compuesta por Japón, China, Corea del Sur, India, Australia y Nueva Zelanda.
El presidente estadounidense, Barack Obama, que ejerció por primera vez como anfitrión de la cumbre y asistió al mismo tiempo a una de sus últimas reuniones con dirigentes asiáticos, a tan solo once meses de cerrar su segundo y último mandato al frente de la Casa Blanca, ejerció como intermediario entre los contingentes y vecinos limítrofes que se disputan la posesión de varias islas situadas en el mar de China.
Hasta seis aspirantes mantienen una disputa histórica por el control de los archipiélagos Spratly y Paracelso, enclaves geopolíticos y económicos de enorme trascendencia en el tablero del comercio internacional, tanto por su situación geográfica, en especial para el intercambio marítimo, como por el hallazgo de hidrocarburos el siglo pasado.
Malasia y Filipinas, de manera parcial, reivindican diversos islotes de las islas Spratly, mientras que China, Vietnam y Taiwán demandan su totalidad, dentro una rivalidad particular entre Pekín y el Ejecutivo vietnamita que se prolonga en el archipiélago Paracelso, de menor extensión, pero más próximo geográficamente a las costas de Vietnam.
La declaración conjunta de la cumbre, sin mencionar explícitamente a China, se posiciona a favor de la libertad de navegación, amparándose en la resolución de la ONU sobre el derecho del mar, firmada en 1982, argumento utilizado por la Marina norteamericana en la incursión del buque de guerra USS Lassen en aguas colindantes a las islas Spratly el pasado mes de octubre.
Por su parte, el ministro de Defensa de Japón, Gen Nakatani, ha vuelto a pedir a China que dé una explicación «más clara y convincente» de su reciente despliegue de misiles tierra-aire en una isla del disputado archipiélago Paracelso del mar de China Meridional, pero sin olvidar el contencioso que Pekín y Tokio mantienen en el mar Oriental sobre las islas Diaoyu (según Pekín o Senkaku, para Tokio) que han originado frecuentes choques diplomáticos, reclamadas por ambos países.
El Gobierno de Xi Jinping, en contraposición, mantiene estos archipiélagos como prioridades de la nación en materia de defensa y, desde 2013, ha intensificado la ampliación artificial de las islas con la construcción de arrecifes de coral adyacentes y pistas de aterrizaje.
Tensiones entre ambas potencias que se han visto incrementadas debido a la entrada en escena de Corea del Norte, el régimen comandado por Kim Jong-un, que en las últimas semanas no cesa en comprobar el alcance de su poderío militar, haciendo también hincapié en pruebas nucleares como la bomba de hidrógeno.
Unos ensayos militares que, además de distanciar las posiciones de negociación entre ambas partes de la península coreana, han propiciado la fuerte oposición de Washington, Tokio y Seúl. Estados Unidos, como reacción, ultima las negociaciones para el despliegue del sistema antimisiles THAAD en Corea del Sur, una acción criticada tanto por China, el principal sustento económico norcoreano, como por Rusia.
En materia social, esta nueva reunión, que apela a los mecanismos para la defensa de la democracia y las libertades individuales, estuvo protagonizada por la presencia del general tailandés Prayuth Chan-ocha, líder del golpe de Estado contra el Gobierno de Bunsongphaisan en mayo del 2014 y actual primer ministro del país, donde impera la persecución de opositores y la restricción del derecho a la información.
En este sentido, la organización Human Rights Watch emitió un comunicado semanas antes de la cumbre denunciando la situación vigente de represión y corrupción política impuesta por Hun Sen, en Camboya; Nguyen Tan Dung, en Vietnam; Choummaly Sayasone, en Laos, o Najib Razak, en Malasia, reclamando a Obama una fuerte presencia de los derechos humanos en la agenda a tratar.
No obstante, y a pesar de las discrepancias territoriales y sociales, cinco economías asiáticas de la ASEAN como Brunéi, Malasia, Singapur y Vietnam, junto a Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Nueva Zelanda, México, Chile y Perú, firmaron a principios de mes el Acuerdo Transpacífico (TPP), un acuerdo de libre comercio cuyas negociaciones comenzaron en el año 2002 y que comprende el 40 por ciento del PIB mundial y un total de 800 millones de personas.
La rúbrica del TPP evidencia el interés que la Administración americana puso sobre la zona al contemplar el crecimiento exponencial de China y la India, dentro de una política exterior de Obama sobre la región caracterizada por la progresiva cooperación económica con los países del sudeste, con el objetivo de contrarrestar la influencia del ‘’gigante asiático’’, el primer exportador de productos a nivel mundial y el principal socio comercial de la zona.
Reduciendo gradualmente el despliegue militar impulsado por George W. Bush en Oriente Medio, en las guerras de Irak y Afganistán tras los atentados del 11-S, el dirigente demócrata dejará a su sucesor una herencia marcada por las buenas relaciones tanto con el nordeste como con el sudeste asiático, el acuerdo nuclear con Irán y el fin del embargo a Cuba, países muy cercanos a la política del Partido Comunista Chino (PCCh).
Pese a estas diferencias, los gobiernos de Pekín y Washington continúan las conversaciones para cerrar el Tratado de Inversión Bilateral (BIT), centrado en la inversión y el sector laboral, luego de siete años de negociación, iniciada en 2008. De llegar a firmarse, las empresas estadounidenses tendrán un acceso superior al actual dentro de un mercado históricamente proteccionista.
Una situación con momentos de conflictividad y distensión en la que Estados Unidos, como actor dominante a nivel global desde la desaparición de la URSS en la década de los noventa, y China, que no quiere perder su influencia en la región con vistas a expandir un influjo cada vez mayor fuera de Asia, buscan consolidar sus posiciones hegemónicas sobre el terreno del sudeste del continente asiático, que contabiliza un PIB de 2,5 billones de dólares.