Tíbet, sesenta años después (y II)

Dalai Lama - Foto: Wikimedia Commons
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Madrid. El Tíbet vivió un gran auge turístico en 2013, cuando marcó un récord de casi 13 millones de visitantes, un 22 por ciento que el año anterior, con un importante ascenso de turistas extranjeros que ronda los 225.000, un 14,5 por ciento más que en 2012, mientras los ingresos turísticos llegaron a unos 2.800 millones de dólares, según cifra oficiales de la Administración tibetana.

Ahora mismo la entrada en la región está cerrada a los extranjeros al menos hasta el 1 de abril de 2019, pero el Gobierno del Tíbet ha asegurado que reducirá los tiempos de espera para los turistas extranjeros que visitan la región altamente restringida. Una medida que impide el ingreso de funcionarios públicos, diplomáticos, periodistas y personal del servicio militar durante dicho período ya se ha tornado una costumbre en vísperas de las fechas más sensibles que encarna el Tíbet con motivo de este 60 aniversario.

Para China, Tíbet forma parte de su territorio nacional desde que la dinastía mongola (Yuan, 1279-1368) amplió los confines del imperio hasta la cordillera del Himalaya. Los Qing oficializaron la inclusión de Tíbet en sus fronteras y enviaron a los primeros hanes –etnia mayoritaria de China, el 90 por ciento de los casi 1.400 millones de habitantes– a instalarse en el Techo del Mundo.

China asegura que el Tíbet es desde hace siglos parte inseparable de su territorio, mientras que los tibetanos argumentan que la región fue durante mucho tiempo virtualmente independiente hasta que fue ocupada por las tropas comunistas en 1951, si bien Pekín considera ese hecho una «liberación» de la «teocracia».

Luego en el siglo XIX, la debilidad de los Qing facilitó la pugna entre los imperios británico y ruso por repartirse Asia y en 1914, Londres consiguió, tras apoyar la independencia de Tíbet declarada el año antes, que los representantes tibetanos firmaran el documento de reparto de su región, que dejó bajo control británico la zona al sur de la denominada línea McMahon, pero Pekín no dio validez al texto al considerar que los tibetanos no tenían poder legal para decidir sobre las fronteras de China.

Posteriormente, el Ejército Popular de Liberación de China entró en Tíbet en 1950 y en menos de un año el Dalai Lama y Pekín llegaron al Acuerdo de 17 Puntos, que daba autonomía a la región dentro de la soberanía china, pero después Estados Unidos, enfrentado a China en la guerra de Corea, trató de debilitarla agitando el Tíbet, para lo que la CIA estadounidense envió grupos de paracaidistas a formar a las guerrillas y ya 1959, se produjo la revuelta que terminó con la huida del Dalai Lama y su gobierno a India, donde en la localidad septentrional india de Dharamsala residen desde entonces.

Lo que sí es evidente y así se constata en números actos que los tibetanos reclaman por el mundo su independencia de China defendiendo su propia identidad nacional tibetana, donde cantantes y escritores tibetanos con sus letras hacen un llamamiento claro a la situación del Tíbet y donde anuncian el regreso del Dalai Lama y la unificación de los tibetanos en Tíbet, pero, como dicen muchos exiliados, el espíritu tibetano siempre prevalecerá y a pesar del sufrimiento, la determinación de los tibetanos persiste.

Además, uno de los más crasos errores es el de considerar que la sociedad tibetana se ha desarrollado históricamente en un ambiente de felicidad y tranquilidad, que no debe ser alterada por una creciente llegada de visitantes y de incorporación de características de la sociedad moderna, como por ejemplo la ruptura del aislamiento tibetano con la llegada de la línea de ferrocarril de mayor altitud en el mundo, que llega a alcanzar una cota de 5.072 metros.

El Tíbet, el techo del mundo, intenta sobrevivir a la urbanización y al desarrollo chino, pero la presencia china es total, como se contempla con las banderas rojas y las grandes imágenes de líderes chinos en calles y plazas hasta la preponderancia del chino mandarín sobre la lengua tibetana en el comercio o los negocios y con un gran cartel de Xi Jinping, Mao Zedong y otros dirigentes preside la gran explanada frente al mítico palacio de Potala, coronado por una enseña roja.

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