Tíbet, sesenta años después (I)

Palacio de Potala - Foto: wikipedia
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Madrid. Marzo de 2019 ha sido el mes en el que se han cumplido 60 años de la sublevación tibetana contra la invasión china, y luego la posterior huida del Dalai Lama, dentro de una revolución liderada por Mao Zedong que significó el final de siglos de feudalismo y el comienzo de una nueva era en el Tíbet bajo la influencia del “gigante asiático”.

Ese levantamiento nacional del pueblo tibetano frente a las fuerzas de ocupación chinas finalizó con una orden del Consejo de Estado Chino que ordenaba la disolución del gobierno tibetano, que había intentado coexistir con la presencia del Ejército de Liberación Popular en el país.

Este 60 Aniversario refresca la memoria de las revueltas contra la invasión china el 10 de marzo de 1959,  que supuso un fracaso para los tibetanos y culminó con el exilio del XIV Dalai Lama en la ciudad india de Dharamshala junto a miles de sus seguidores.

La presencia china en el Tíbet tiene también a sus propios detractores pero hay una parte  que apoya su desarrollo económico con la ayuda del “gigante asiático” y al mismo tiempo por  haber erradicado un sistema feudal impropio a mitad del siglo pasado y que ha promocionado un nivel de vida más alto con hospitales, educación gratuita para hijos de pastores y agricultores, y traer a una gran parte de la región luz, teléfono, televisión, hechos que hasta hace unos años era imposible para el tibetano.

Lo que está claro que el dinero chino ha transformado la vida de los tibetanos que ha supuesto una expansión económica imparable a través de la construcción, agricultura, ganadería y un turismo cada vez más controlado y de difícil acceso, pero en el fondo todo a un precio muy alto, donde sólo en la India hay más de 130.000 refugiados tibetanos, además de otros países, cuya población tibetana es de seis millones de personas, según datos facilitados por las autoridades en el exilio.

El Ejército chino ocupó el Tíbet en 1951 después de firmar un pacto de convivencia con el Dalai Lama, pero éste se exilió en el norte de la India en 1959 tras sospechar que iba a ser secuestrado cuando ya había logrado una de las vicepresidencias de la Asamblea Nacional Popular (ANP, legislativo) por expreso deseo del entonces líder comunista Mao Zedong, con quien se entrevistó cuando ya los chinos ocupaban todo el Tíbet.

La tibetana es una cultura basada en un pensamiento filosófico y religioso profundo. De hecho, su literatura forma una de las colecciones más vastas de escritos de carácter humanista que se conocen, por ello las tradiciones tibetanas constituyen uno de los mayores legados espirituales, psicológicos y sapienciales de la historia universal y el temor actual es que este fuerte desarrollo económico chino perjudique la espiritualidad tibetana.

Por otra parte, el primer tren entre Lhasa, la capital del Tíbet, y Shigatse, la segunda mayor ciudad de esta región, partió a primeros de agosto de 2014 de la primera de estas localidades, después de cuatro años de obras para ampliar la línea férrea más alta del mundo y en la actualidad, el viaje entre Lhasa y Shigatse (llamada Xigaze en mandarín) podrá cubrirse en dos horas, frente a las cuatro que suelen emplearse en los trayectos por carretera, cuyo tramo abarcar los 251 kilómetros y desde 2002 se han construido 9.000 kilómetros de autopistas, además se han levantado una infinidad de edificios de viviendas e infraestructuras públicas.

Pero no todo queda en asuntos económicos, ya que los políticos siguen ahí pendientes. Por un lado, el Gobierno chino siempre se ha opuesto a que el Dalai Lama,  líder espiritual y religioso tibetano en el exilio, fuera recibido por autoridades mundiales, como ocurrió hace varios años de su encuentro con Barack Obama y otros dirigentes europeos.

Pero, por otro, lo que realmente desea el Dalai Lama, según su propia oficina en el exilio, es que en un corto plazo de tiempo, el Tíbet sea una “auténtica autonomía dentro de la Constitución de China”, sin violación de la soberanía o la integridad territorial del “gigante asiático”, y para alcanzar ese objetivo también en su momento el primer ministro del Gobierno tibetano en el exilio, Lobsang Sangay, destacó su voluntad de una solución negociada. Una propuesta que no va reñida con la independencia que siempre rechazó Pekín y sobre todo cuando las autoridades chinas vienen acusando al Dalai Lama de fomentar el separatismo.

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