Rusia y China, las dos caras de la fuerza

Presidentes de Rusia y China
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Moscú. Rusia y China. Ambos fueron imperios. El ruso, construido por los zares con la conquista de Siberia y las victorias sobre suecos en el norte y turcos en el sur, se desintegró con la desaparición de la URSS. El chino, que tuvo varias fases de esplendor a lo largo de más de dos mil años ensombrecidas por la amenaza mongol, desapareció hace mucho tiempo, aunque el imperio del medio vuelve ahora a asomar sus fauces y el dragón que lleva dentro amenaza la hegemonía estadounidense.

Rusia ha vivido en calvario desde 1991 y es poco probable que sus nunca del todo enterradas ambiciones imperialistas puedan hacerse realidad a corto o medio plazo. Mientras, China, en el mismo espacio de tiempo se ha convertido en la nueva gran potencia que ha llenado el hueco dejado por el imperio soviético.

No obstante, Rusia se resiste a jugar un papel de convidado de piedra en la arena internacional y China es reacia a mostrar sobre el terreno su recién ganada hegemonía. Los rusos quieren recuperar a toda costa la grandeza perdida, aspiración que esconde muchos complejos y la incapacidad de aceptar su debilidad estructural. Los chinos prefieren optar, como dijo Deng Xiaoping, por cruzar el río sintiendo las piedras bajo los pies.

Cuando EEUU ya no contaba con Rusia, a la que vaticinaba una lenta pero larga agonía debido, entre otros factores, al envejecimiento de su población, su presidente, Vladímir Putin, decidió romper la baraja. Harto de que le rechazaran como un igual en la mesa de las grandes naciones democráticas y decepcionado, tras la independencia de Kosovo y el sangriento derrocamiento de Sadam (Iraq) y Gadafi (Libia), Putin abrió una tercera vía. Rusia es ahora un francotirador, que tanto invade Georgia supuestamente para defender al pueblo de Osetia del Sur, como despliega tropas en Crimea para que sus habitantes pueden celebrar un referéndum en el que aprobaron mayoritariamente su retorno al redil ruso, como apoya la sublevación en el este de Ucrania o lanza una arriesgada intervención aérea en Siria para evitar la caída de su aliado, Bachar al Asad, a manos de la oposición o el Estado Islámico.

El órdago ruso tiene sus riesgos y el pueblo ya los está notando. Aparte de la caída de los precios del crudo y la falta de previsión y de reformas por parte del Kremlin, el poder adquisitivo de los rusos se ha reducido casi a la mitad y el número de pobres se acerca peligrosamente a los 20 millones, a lo que han contribuido las sanciones y la imposibilidad de las corporaciones rusas de solicitar créditos en Occidente.

Poco importa. La grandeza rusa eclipsa todos esos problemas. Los rusos parecen dispuestos, al menos por el momento, a apretarse el cinturón con tal de ver como Putin les da una lección de geopolítica a Obama. Es el carácter ruso: todo o nada. Nada de precauciones. Pendencieros a carta cabal. A pecho descubierto. La apuesta es arriesgada, pero Crimea bien vale el sufrimiento.

Los chinos son diferentes. Puede ser que adoptaran en 1949 la utopía que triunfó en su vecino del norte en 1917, pero el gregarismo chino es un fenómeno secular. El Comunismo simplemente lo exacerbó hasta el paroxismo. Pero la terapia de choque no es lo suyo. La última vez que a Pekín se le ocurrió por lanzarse sin red le costó una vergonzosa derrota a manos de Vietnam.

El imperio del medio nunca desafiará a la comunidad internacional desplegando tropas en el territorio de otro país. Cuando Pekín necesita una franja de territorio, directamente la compra, como ocurrió con Kirguizistán, o sella un acuerdo fronterizo con la propia Rusia. Los chinos prefieren la táctica de los hechos consumados. Si está interesada en un territorio marino, construye islas artificiales, que le garantizan el control de toda la zona. La estrategia Crimea es demasiado poco sutil para la mentalidad china. No digamos ya de la intervención rusa en Siria, algo impensable para los chinos, cuando ellos también tienen un grave problema secesionista con los uigures, la versión china de los irreductibles pueblos caucásicos.

Muchos consideran que la actitud rusa ha sido irresponsable, pero ¿qué hay de la postura china? ¿Asume China los riesgos que corresponden a su nuevo estatus de gran potencia? El que abre la boca se equivoca. Es cierto. Pero los rusos han ganado adeptos con esa postura irredenta ante las presiones occidentales. En cambio, el egoísmo chino no despierta precisamente pasiones.

Rusia está dispuesta a errar, pero no a bajar la cerviz. Ni un paso atrás, dijo Stalin, y Stalingrado resistió. China no está dispuesto a dar pasos en falso. Prefiere conquistar el mundo con sus productos a bajo precio. La duda es si así se puede construir un imperio que sea temido y respetado a partes iguales, como lo fue el ruso y lo es actualmente el estadounidense.

El presidente ruso Putin visita China este fin de semana. Ambos países firmarán medio centenar de acuerdos bilaterales de distinta índole. Una visita a Pekín que tendrá como siempre gran contenido y durante la cual los dos líderes (Xi Jinping) hablarán de «activar la cooperación en las organizaciones internacionales, sobre todo en el marco de la ONU, el grupo BRICS (Brasil, Rusia, la India, China y Sudáfrica) y la Organización de Cooperación de Shanghai».

Oscar Gantes

Periodista

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