¿Quién muere por el Kremlin en la guerra de Ucrania?

El presidente ruso, Vladimir Putin. | Kremlin, Wikimedia
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Madrid. Las crisis globales siempre sacan a la luz los defectos más profundos e íntimos del sistema internacional, que, ignorados durante años, reaparecen para vengarse. La pandemia mostró el peligro que conlleva la interconectividad del mundo y el daño que puede causar tan solo un brote local de un virus similar. Vimos la fragilidad de las cadenas de suministro, cuando el portacontenedores Ever Given quedó atascado en el canal de Suez. La guerra en Ucrania no es una excepción. Nos revela el riesgo de no tomarse en serio una amenaza e ignorar los indicios de una catástrofe. También nos enseñó las debilidades del Kremlin, su error de cálculo al subestimar al Ejército ucraniano y el efecto de las sanciones. Sin embargo, una recurrente cualidad del régimen de Vladimir Putin en específico llama la atención del discurso político una vez más: el peculiar federalismo ruso.

Varios medios, entre ellos Vazhniye Istorii (“Historias importantes” en ruso) y la BBC, a lo largo de la guerra han publicado mapas, donde se mostraba la cantidad de bajas militares confirmadas por cada provincia rusa. Entre las 85 regiones, según un informe del 16 de mayo, las repúblicas (así se llaman las entidades administrativas que poseen una considerable minoría étnica) de Daguestán (Cáucaso) y Buriatia (Siberia) se encontraban entre los líderes de esta morbosa lista, acumulando 154 y 119 muertos respectivamente. Son seguidos por Volgogrado (97) y Oremburgo (80). Desde que comenzó la llamada, por Rusia, «operación especial», noticias sobre funerales de soldados que perecieron en Ucrania son cada vez más frecuentes. Moscú empujó a la guerra, pero el peso militar lo llevan las regiones más remotas de Rusia.

Federalismo en Rusia

Desde que cayó la URSS en 1991, el recién nacido estado con capital en Moscú replicó en muchos aspectos la división administrativa soviética, dividiendo el país en 89 provincias. Sin embargo, las llamadas repúblicas recibieron una mayor autonomía que en la época soviética y llegaron a firmar un acuerdo con el gobierno central en 1992 formando así la Federación Rusa. Tartaristán, región con mayoría tártara bañada por el río Volga, celebró incluso un referéndum de independencia el mismo año, que tras negociaciones con el entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, acabó con la entrada de le república separatista en la federación con un estatus especial. El caso más famoso de separatismo fue Chechenia, donde se desencadenaron duras batallas entre el gobierno central y los independentistas, apoyados por fundamentalistas islámicos.

Aun así, este período de federalización, enmarcado en la memoria de la población rusa con la famosa frase de Yeltsin «quedaos con toda la soberanía, que podáis llevar», pasó a la historia con la llegada de  Putin al poder en el año 2000. Cuando ocupaba la posición de primer ministro, en 1999, comenzó la segunda campaña chechena. En 2004 tuvo lugar la masacre de Beslán, cuando la toma de una escuela por parte de un grupo de islamistas acabó con la muerte de 333 personas, más de la mitad de los cuales eran niños. Durante su segundo mandato, Putin abolió las elecciones locales (que reaparecieron después en 2012, cuando el puesto lo ocupaba Dimitri Medvédev) y el acuerdo con Tartaristán, además de unir varias regiones en una. Así comenzó el nuevo federalismo ruso, marcado por una rígida vertical de poder entre el centro y las regiones.

El nuevo inquilino del Kremlin no pensaba compartir el poder de Moscú con las regiones autónomas. Los años 90 quedaron en la memoria de los rusos como tiempos de inestabilidad política, pobreza e incertidumbre. Putin fue visto como «el hombre de la mano fuerte», que centralizó el país y evitó que éste se desintegre como la URSS. Los medios oficialistas lo presentaron como la única opción de futuro que tiene Rusia, ya que sin él Occidente habría cumplido con su astuto plan de debilitar a Rusia y despedazarla, como intentó hacer ya en varias ocasiones, por ejemplo, durante la guerra civil rusa después de la revolución bolchevique.

Esta centralización tiene dos aspectos: uno cultural y otro económico. El primero consiste en la discriminación de lenguas locales, que dejan de ser obligatorias en las escuelas (mientras que el ruso lo es) y desaparecen poco a poco. Bashkirios, tártaros, chuvasios y muchas otras poblaciones autóctonas protestaron en contra de esta medida. El caso más famoso fue la inmolación de Albert Razin, filósofo de 79 años, en Udmurtia en 2019.

El segundo aspecto es el económico. Rusia es un país gigantesco, con una inmensa variedad cultural y natural. Es, además, un país desigualdades sociales. La frase «Moscú no es Rusia» lo define muy bien. La riqueza del país está concentrada en las grandes ciudades: la capital, San Petersburgo y varias otras, como Kazán o Ekaterinburgo, además de regiones petroleras en la costa ártica. Las demás partes tienen un nivel de vida mucho más bajo: las pensiones y los sueldos son incomparables con los de la metrópoli, la sanidad es precaria, mientras que las salidas profesionales están restringidas a solamente varios sectores con pocas perspectivas de crecimiento. Algunas regiones del norte de Siberia sustentan el sector público con sus inmensos impuestos petroleros, de los cuales solamente alrededor del 90 % se dirigen al presupuesto federal. Otras, como las mencionadas Buriatia y Daguestán, dependen de las llamadas dotaciones federales, que consisten en ayudas especiales a las provincias más necesitadas.

Son precisamente estas las regiones que sostienen la maquinaria militar del Kremlin. Con altas tasas de desempleo, pobreza y homicidios, los jóvenes de Ulan-Ude, Barnaul o Birobidzhan no tienen muchas opciones. Para muchos la elección es simple: o quedarse a trabajar con un sueldo mísero o alistarse al Ejército, la escalera social universal. Los reclutas, tras haber finalizado el servicio militar, tienen muchos privilegios en cuanto a ingresar a la universidad, buscar trabajo o incluso recibir ayudas económicas del Estado. Además, el sueldo de los soldados es bastante alto, comparándolo con los demás. Así, el Ejército ruso se llena de gente proveniente de las zonas más desfavorecidas del gigante euroasiático. Mientras los estrategas del Kremlin planean su siguiente paso, serán precisamente las personas abandonadas y marginadas por este mismo régimen las que serán sacrificadas por el bien mayor.

Moscú siempre criticó a Kiev por su política unitaria y centralista, abogando por una Ucrania federalista. Putin pretendía aprovechar el apoyo de la población ruso hablante en el este del país para poder mantener a su vecino en la zona de influencia del Kremlin para siempre, impidiendo su acercamiento con Occidente. Mientras tanto, Rusia se convertía en un estado cada vez más centralizado.

El peculiar federalismo ruso es una de las muchas cualidades del régimen del Kremlin que salieron a la luz desde que comenzó la guerra. La pregunta es si Putin conseguirá o no evitar que se acumulen y derrumben lo que estuvo construyendo durante décadas.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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