Putin y el botón rojo (y III): ¿Se repetirá la crisis de los misiles de Cuba?

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Madrid. Los expertos afirman: la posibilidad del uso de armas nucleares es baja, pero no nula. Sin embargo, creen que el peligro de que ocurra es incomparable por ahora con el caso histórico más prominente: la Crisis de los misiles de Cuba. Durante dos semanas desde el 16 de octubre de 1962 el mundo se encontraba a punto de una Tercera Guerra Mundial entre la antigua URSS y EEUU. Un error técnico, una decisión impulsiva o un simple malentendido podían haber acabado en el conflicto más destructivo de la historia con millones de muertos.

A finales de los 50 hubo un deshielo en las relaciones entre las dos potencias. Nikita Jrushchov, dirigente soviético, visitó EEUU en 1959, donde se reunió con el entonces presidente norteamericano, Dwight Eisenhower. Sin embargo, la revolución cubana ese mismo año y la consecuente negativa de Washington de aceptar el nuevo régimen de Fidel Castro llevaron al enfrentamiento entre la Casa Blanca y el Kremlin.

Al principio, Castro no pretendía aliarse con la URSS, pero varios intentos de invadir la isla por la fuerza, además de varios atentados de asesinarlo lo obligaron a buscar protección para mantener el poder. Moscú se la ofreció: a cambio de alinearse con el bloque soviético La Habana recibió generosa ayuda económica y militar. No obstante, la URSS tenía planes más monumentales para la isla caribeña. Los misiles americanos “Júpiter”, basados en Turquía, Alemania Occidental e Italia, podían alcanzar el territorio soviético y su infraestructura estratégica clave. El Kremlin no podía permitirse tal asimetría en la Guerra Fría, por lo que tomó la decisión de instalar misiles nucleares en Cuba para poder amenazar de la misma forma a EEUU. Así comenzó la operación “Anádir”.

El plan consistía en transportar e instalar en secreto varios lanzadores de misiles cerca del pueblo de San Cristóbal. La operación llevaba el nombre de la lejana península de Chukotka para distraer la atención de los espías occidentales. El único problema era que Washington patrullaba toda la zona del Caribe con sus Lockheed U-2. La mejor solución que encontraron los soviéticos era instalar defensas antiaéreas antes de empezar la construcción. Moscú tenía pensado revelar el armamento cuando la instalación acabase. Así la URSS empataría con su némesis en la carrera armamentística.

Sin embargo, los U-2 americanos consiguieron localizar las instalaciones soviéticas mucho antes de lo esperado. Se lo informaron a la Casa Blanca. El presidente Kennedy reunió la EXCOMM (El Comité Ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional) para decidir el siguiente paso a tomar. Los halcones de su gabinete le aconsejaban invadir Cuba antes de que los soviéticos instalasen los misiles. Lo que no sabían era que Moscú tuvo justo el tiempo suficiente para preparar 6 misiles en la isla listos para ser usados. Si los americanos hubiesen atacado ese día, es probable que las tropas soviéticas responderían con su armamento atómico. A pesar de que el Congreso también apoyaba la intervención, Kennedy prefirió avanzar con cautela. Temía que una agresión en Cuba causaría una respuesta en Berlín Occidental, que estaba rodeado por territorio comunista. Al final, el 22 de octubre de 1962, Washington optó por el bloqueo marino. Se dirigió además a la Organización de Estados Americanos (OEA) para que apoye el embargo.

La URSS no pensaba dejarlo así. Varias decenas de navíos y 4 submarinos (algunos con ojivas atómicas) se dirigieron al Caribe para romper el bloqueo estadounidense. Jrushchov calificó el bloqueo como ilegal, por lo que cualquier barco soviético lo ignorará. Si alguien se atreve a atacar a los buques la represalia será inmediata. Jrushchov ordenó también la movilización de las fuerzas del Pacto de Varsovia y de todo su arsenal atómico.

Una de las historias (que fue hecha público décadas más tarde en 2002) ocurrió en uno de los submarinos soviéticos que perdió el contacto con el alto mando en Moscú. El 27 de octubre los buques americanos que patrullaban la zona lo desconocían y lanzaban bombas submarinas para obligarlos a ascender a la superficie. Demandaban al Kremlin que les ordene abandonar la zona del bloqueo. Sin embargo, el alto mando soviético quería evitar delatar la posición de los submarinos, por lo que mantenía el silencio.

La tripulación se estaba poniendo nerviosa debido a la falta de oxígeno. El capitán Valentín Sávitskiy oía explosiones por todos los lados (que eran en realidad las bombas americanas) y creyó que significaba que la guerra ya había comenzado. En casos extremos el capitán tenía derecho a tomar el mando y ordenar el ataque contra los americanos. Sávitskiy prefería sacrificarse y destruir los barcos americanos a rendirse al enemigo. Sin embargo, para hacerlo necesitaba el apoyo unánime de otras dos personas: el oficial del partido Iván Máslennikov y el segundo al mando, Vasili Arjípov. Mientras los dos primeros votaron a favor, Arjípov consiguió convencerlos a esperar la orden de Moscú.

El mismo día, que pasó a la historia como “el sábado negro”, un U-2 que sobrevolaba la isla caribeña fue abatido por la defensa antiaérea soviética. El piloto falleció. Otro avión estadounidense entró en el espacio aéreo soviético, pero lo abandonó después de una hora y media escoltado por cazas soviéticos. Los consejeros presionaban a Kennedy a invadir Cuba antes de que sea demasiado tarde. Mientras tanto, Fidel Castro aconsejaba a Jrushchov a lanzar un ataque preventivo. Ninguno cedió. Ese día el mundo se encontró al borde de la Tercera Guerra Mundial.

A continuación, la situación se fue tranquilizando. El dirigente soviético le ofreció un acuerdo al presidente estadounidense: Moscú desmantelaba los misiles en Cuba a cambio de que Washington retiraba su armamento atómico de Turquía e Italia y se comprometía a levantar el bloqueo de la isla y daba garantías de no agresión. En los años venideros Moscú y Washington establecieron una línea telefónica directa para evitar que se repita. No obstante, pronto la tecnología militar permitió desarrollar misiles intercontinentales que podían alcanzar casi cualquier punto del planeta independientemente de dónde se encuentre. La instalación de misiles en Cuba y en Turquía perdió necesidad alguna.

En 2022, la situación está caliente. Más caliente que en las últimas décadas, pero sigue siendo incomparable con 1962. Hace 60 años hubo enfrentamientos directos entre la URSS y EEUU que podían haber acabado con el mundo como lo conocemos. Si no fuese por la calma y la resolución de encontrar una solución pacífica de algunas personas, la aniquilación mutua asegurada sería inevitable. Si Putin planea o no usar su arsenal atómico solo lo puede saber el mismo, pero lo importante es mantener la cabeza fría y avanzar con cuidado por lo difícil que sea. La guerra nuclear es un juego de suma cero: no hay ganadores.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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