Putin y el botón rojo (II): ¿Cómo usaría las armas nucleares?
Madrid. Analistas y expertos mencionan dos usos que podría tener el armamento nuclear. El primero consiste en detonar una carga atómica en medio del mar para crear una oleada de tsunamis cientos de kilómetros alrededor del epicentro. Eso demostraría la resolución de Moscú por usar las armas atómicas en caso de que fuesen necesarias y su desprecio por la prohibición de los ensayos nucleares.
Además, señalaría la vulnerabilidad de la infraestructura estratégica occidental ante el poderío armamentístico ruso. El movimiento del submarino nuclear ruso Bélgorod cargado con los nuevos torpedos Poseidón, cuyo paradero es desconocido a día de hoy, aumenta las preocupaciones de que una explosión submarina sea el plan de Moscú.
Sin embargo, una demostración de fuerza como esta podría ser insuficiente. Cuando el alto mando estadounidense estaba en 1945 meditando el uso de armas nucleares contra Japón, la primera opción era lanzarlas cerca del archipiélago, en el mar, para amenazar a Tokio sin causar tantos estragos y víctimas. No obstante, en esa discusión prevalecieron los partidarios de una acción radical, tal y como fue el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Igual aquí: una demostración de fuerza podría ser insuficiente.
Y la segunda opción sería usar una bomba nuclear táctica (con una carga considerablemente menor) contra infraestructura militar o tropas ucranianas. La ventaja sería el claro mensaje, pero la pregunta es ¿Cómo responderá occidente? El ‘think tank’ estadounidense Atlantic Council recomendó tres posibles estrategias para la Casa Blanca en este caso.
La primera estrategia supone imponer nuevas sanciones contra Rusia. Una violación tan radical del derecho internacional no lo toleraría incluso los mayores aliados del Kremlin, como China o la India. Pekín y Nueva Delhi ya están cansados de una guerra que desestabiliza los mercados internacionales y aumenta los riesgos alimentarios y energéticos, algo que manifestaron en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Samarcanda a comienzos de septiembre. Así Moscú quedará completamente aislado, comparable con Pyongyang. Además, la Casa Blanca deberá aumentar el envío de armamento cada vez más pesado a Ucrania para apoyarle en su esfuerzo militar. Las ventajas para Washington sería la unificación del mundo contra el presidente ruso, Vladimir Putin, lo que dejará a este último sin opciones internacionales. Sin embargo, también puede ser interpretado como una señal de debilidad, como una respuesta insuficiente.
La segunda opción implica una respuesta militar. Washington deberá atacar con armamento convencional las bases militares rusas que realizaron el ataque (fuese un navío o un lanzador terrestre). Sería una respuesta más contundente, pero podría llevar a un conflicto abierto con Rusia.
La tercera y más repulsiva opción es reaccionar simétricamente. Esto demostraría al mundo que el uso de armas nucleares no acabará sin consecuencias para el agresor. Pronosticar el resultado es puramente especulativo: puede o llevar a la capitulación de Moscú o acabar con un intercambio de ataques entre las dos potencias y una mayor catástrofe humanitaria. Como todo en el mundo del armamento nuclear el futuro de un enfrentamiento similar es impredecible.
Es decir, lo que las tres estrategias suponen es una respuesta de Occidente, al menos eso es lo que Atlantic Council recomienda al presidente estadounidense. La pregunta es: ¿Responderá Occidente? La respuesta simple es: no se sabe. Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional del presidente estadounidense, dijo que «habrá consecuencias catastróficas» si Rusia se atreve a usar su arsenal nuclear. No especificó.
Por un lado, Moscú no se esperaba que Washington formase un frente consolidado con sus aliados europeos y asiáticos contra la agresión en Ucrania. Imaginaba que la dependencia de la Unión Europea de los carburantes rusos no les permitiría oponerse al Kremlin. Todo acabaría como en 2014 con sanciones relativamente leves (comparadas con las actuales) y una protesta retórica. Se equivocó y es probable que se equivoque en este caso también. A diferencia de la anexión de Crimea hace ocho años, la invasión de Ucrania es una decisión mucho más radical, que trae consigo una amenaza existencial a Europa. Si Moscú se atreve a agredir Kiev, ¿Qué le impide proceder en los Bálticos, Moldavia o incluso más al Este?
Si una guerra abierta entre dos países rompe con el ‘statu quo’ de estabilidad europea, un ataque nuclear amenaza con destruir todo el mundo. Si Putin se atreve a usar la potencia destructiva de la energía atómica contra los ucranianos será condenado no solo por sus enemigos, que tendrán ahora más argumentos para denunciar el carácter agresivo de la llamada «operación especial», sino también por los antiguos socios. El país que use las armas nucleares es una amenaza para todo el mundo y el Kremlin lo sabe.
No obstante, el ataque a Ucrania tampoco tenía lógica para Rusia. Pero, aun así, Putin atacó y trajo al mundo a la situación en la que se encuentra ahora. La guerra es ahora mismo una batalla política por la supervivencia. La movilización parcial está teniendo muchos problemas y según expertos militares no podrá cambiar demasiado la situación en el frente. El Kremlin se queda sin opciones. El séquito más cercano del presidente entiende que no hay salida: o la victoria o el tribunal. Si las tropas rusas no consiguen estabilizar la situación en el campo de batalla y congelar la guerra para esconderla en el país (algo que intentó hacer en verano) Putin deberá buscar otras soluciones.
Y no le quedan muchas. Su «as en la maga» en forma de la movilización (aunque parcial) ya la ha sacado, el siguiente sería declarar la ley marcial. ¿Pero después? No lo podemos saber con certeza: puede que la parte más moderada de la élite política intente deshacerse del presidente o puede que todos irán juntos a pique cueste lo que cueste. No podemos descartar esta opción.
Al fin y al cabo, durante los últimos años Putin se limitaba a chantaje sin base, o cheap talk. Se salía con la suya sin tener que llevar a cabo sus amenazas. Pero cambió de estrategia el 24 de febrero y nadie puede estar seguro de que no lo haga una vez más. Sin embargo, hay una diferencia entre el comienzo de la «operación especial» y el discurso del 21 de septiembre. Durante meses antes del ataque los altos cargos rusos aseguraban tanto a la población, como a la comunidad internacional de que el Kremlin no tenía en planes invadir a su vecino. Acusaba a Washington de mentir e intentar escalar la situación. Aun así, atacó. Después, el portavoz del presidente, Dmitri Peskov, afirmaba durante meses que no habrá movilización. El 21 de septiembre el Kremlin hizo lo contrario. Ahora Putin declara sus intenciones abiertamente, algo que no hizo antes. La movilización del arsenal nuclear que anunció aún en febrero no resultó en nada. Puede ser una señal.