Congreso del PCCh: El tercer mandato de Xi Jinping comienza en una época difícil para la economía china

Xi Jinping, presidente de China
Xi Jinping, presidente de China
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Madrid. A partir del 16 de octubre se celebrará el XX Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh), en Pekín. Se espera que la asamblea de más de dos mil representantes del partido elija al actual líder, Xi Jinping, para un tercer mandato presidencial sin precedentes en la historia contemporánea del país. Desde la reforma de Deng Xiaoping, introducida tras las manifestaciones en la plaza de Tiananmen en 1989, la Presidencia estaba limitada a dos mandatos consecutivos para fomentar el gobierno colectivo del partido y evitar demasiada concentración de poder en unas manos.

No obstante, Xi reformó la Constitución en 2018 para allanarse el camino hacia el poder absoluto en Pekín. Así, el actual presidente del país se convertirá en el jefe de Estado más longevo de la China comunista desde la muerte de Mao Zedong el 9 de septiembre de 1976.

El Congreso del PCCh comienza en una época difícil tanto política como económicamente para el gigante asiático. La guerra en Ucrania, la crisis inmobiliaria, las consecuencias de la política cero COVID-19, purgas internas y la ralentización del crecimiento económico chino: todas estas cuestiones le esperan a Xi en su tercer mandato.

Pasa asegurar su puesto, el dirigente chino tuvo que modificar considerablemente el ‘statu quo’ político establecido. Sus dos predecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, gobernaron diez años cada uno, mientras que Xi planea gobernar otro lustro más de la cuenta como mínimo. En 2012, se presentó como un líder nuevo y carismático, a diferencia del tecnócrata Hu, que empezó a cansar al partido.

China cambió considerablemente en los diez años que lleva Xi en el poder. Puso la seguridad nacional como prioridad de su estrategia política y comenzó la expansión de la actividad internacional. La diplomacia china que antes se centraba en aspectos económicos se avivó con la llegada de Xi y cobró un matiz nacionalista. La creciente potencia internacional del gigante asiático lo llevó a una confrontación política y económica con Estados Unidos, la nación hegemónica.

La famosa Nueva Ruta de la Seda se convirtió en el centro de la geopolítica china. Pekín invertía en infraestructura en países del tercer mundo, comúnmente olvidados por las potencias económicas europeas. Pretendía construir una nueva Ruta de la Seda que cruce toda Eurasia. Además, Xi se alió con Vladimir Putin, presidente ruso, en su enemistad hacia Washington. Sin embargo, la creciente involucración del capital chino en construcciones por todo el mundo fomentó el crecimiento de la sinofobia, como lo mostraron las protestas anti chinas en las islas Salomón, Turquía y Kazajistán, entre otras.

En el frente económico, China bajo el Gobierno de Xi siguió creciendo considerablemente, especialmente si compararlo con el crecimiento japonés o europeo. Aun así, también se topó con varias dificultades. Primero, el mercado inmobiliario chino, que conforma entre el 25 % y el 30 % del PIB del país, decayó considerablemente en los últimos años. El milagro económico chino propulsado por la política de Deng Xiaoping en los 70 y 80 causó el mayor éxodo rural de la historia en términos absolutos. Cientos de millones de personas se dirigieron a las crecientes megalópolis chinas en búsqueda de empleo y posibilidades para mejorar su nivel de vida. Eso creó una gigantesca demanda de viviendas, estimulando el mercado inmobiliario. Los inversores extranjeros empezaron a invertir en este lucrativo sector por las ganancias increíbles que prometía.

Los precios continuaban yendo en aumento y las empresas constructoras seguían erigiendo ciudades enteras para alojar a nuevos trabajadores. No obstante, al mismo tiempo se esparcían las preocupaciones de que fuese una burbuja. El éxodo masivo se fue tranquilizando, haciendo que la demanda de viviendas decayese. Para conseguir mantener la popularidad del mercado inmobiliario chino, las empresas entraban en deuda para financiar la construcción. La segunda empresa de construcción más grande de China, Evergrande, no consiguió cumplir con sus obligaciones financieras. Algunos economistas lo comparan con el banco norteamericano Lehman Brothers y la consecuente crisis de 2008. ‘The Financial Times’ lo llama nada menos «una crisis financiera en cámara lenta». El Estado intentó evitar un colapso del mercado restringiendo la cantidad de deuda que una empresa puede acumular con su política de «tres líneas rojas».

La economía china fue además atacada por otro frente inesperado. La COVID-19 comenzó en Wuhan, China, y afectó considerablemente en el crecimiento económico del gigante asiático. Para reforzar su posición interior, Xi no podía admitir un empate en la guerra contra la pandemia, especialmente con tan poco margen antes del Congreso del partido. El dirigente chino mantuvo una política de tolerancia cero contra el coronavirus, aislando ciudades enteras (como Shanghái o Shenzhen en mayo de este año) del mundo exterior. El parón de los mayores puertos del mundo asestó un duro golpe a la seguridad financiera y al clima de inversión.

En cuanto a la política interior, Xi fue partidario de una mano fuerte y medidas rotundas. El nacionalismo uigur y tibetano fue enterrado y escondido de los ojos de la comunidad internacional. La disidencia hongkonesa fue sofocada, las protestas de 2019 acabaron en nada. Desde que el lealista John Lee fue electo este año jefe de la administración de la ciudad, Hong Kong parece estar bajo total dominio de Pekín.

Mientras tanto, el propio Partido Comunista fue purgado de posibles rivales para pavimentar el camino de Xi hacia el triunfo. En los últimos años frecuentaron encarcelamientos por casos de sobornos, corrupción y nepotismo. La guerra de Xi contra la corrupción de los funcionarios del Estado llevó a que alrededor de cuatro millones fuesen procesados desde 2012.

La política de Xi Jinping parece estar más concentrada en la seguridad nacional y en los intereses ideológicos y estratégicos (lo que llaman «high politics» en las relaciones internacionales), más que en el crecimiento económico y en el comercio mundial (o «low politics»). Pekín comenzó a sacrificar en la última década su beneficio económico para obtener ganancias políticas. Algunos analistas creen que la Nueva Ruta de la Seda es una clara representación de esta tendencia. Más aún, el redactor de ‘The Financial Times’ Martin Wolf pone la estrategia «cero COVID-19» como ejemplo. Esta pretendía principalmente mostrar a Xi como un líder fuerte tanto ante la población como ante el Partido Comunista.

El Banco Mundial (BM) tampoco vaticina nada bueno para Pekín este año. En octubre rebajó las expectativas de crecimiento a un mero 2,8 %, comparado con un 8,1 % el año pasado. Mientras tanto, el sudeste asiático que siempre quedaba detrás tiene una media de 5,3 % en 2022. Después del Congreso Xi Jinping tiene múltiples problemas con los que lidiar tanto en la economía como en la política internacional del país. La fórmula de crecimiento antigua dejará de funcionar algún día, por lo que es esencial pensar en cómo mantener el éxito y evitar seguir la suerte de la «trampa del ingreso medio» en el que tantos países prometedores (como Rusia o Brasil) cayeron a lo largo de las primeras décadas del siglo XXI.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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