El Papa demanda atender las necesidades de los rohingya en Birmania y abre conversaciones con China
Madrid. Con una postura diplomática y mediadora, el Papa Francisco pasó seis días repartidos entre Birmania (actual Myanmar) y Bangladesh sin llegar a aludir directamente a la minoría musulmana, centrando sus intervenciones públicas y privadas en el respeto a todas las creencias y observada por China, que busca un acercamiento con el Vaticano, quien mantiene relaciones diplomáticas solo con Taiwán.
La instigación a mantener la unidad, entendiendo la riqueza de las diferencias étnicas, religiosas y populares, ha sido una constante en el discurso del Pontífice durante su estancia en la antigua Birmania y Daca esta semana. Sin embargo, y como contraste a la actitud de solidaridad denotada a finales de agosto, el Papa Francisco ha evitado emplear el término “rohingya” -sí lo hizo en Bangladesh y en el avión de regreso a Roma en un encuentro con los periodistas- siguiendo las recomendaciones dadas por la Iglesia católica.
La comunidad internacional considera una “limpieza étnica de manual” -más de 622.000 personas no reconocidas como ciudadanos birmanos han huido a Bangladesh en los últimos meses- las acciones militares ejecutadas contra esta minoría musulmana, en un país donde el poder del Ejército supera al del propio Gobierno. Ni siquiera la firma de un acuerdo de repatriación en noviembre -apoyado por China-, por el cual los refugiados podrán regresar a casa voluntariamente, acaba de convencer a organizaciones como la ONU.
Sorprendentemente Min Aung Hlaing, jefe del Ejército nacional, ha ganado popularidad con la expulsión de esta etnia. Por ello, y para no herir sensibilidades, las autoridades eclesiásticas instaron al Santo Padre a modificar su agenda y propiciar un encuentro a su llegada a Rangún, donde recomendó seguir la senda de la responsabilidad, a lo que Min respondió que “en Myanmar no hay discriminación religiosa en absoluto” según señalan fuentes oficiales.
Si bien el aspecto religioso no fue descuidado -reuniones con líderes de diecisiete confesiones distintas, encuentro privado con el budista Sitagu Sayadaw, con el Consejo Supremo de Sangha o celebrando una misa en el estadio Kyaikkasan Ground para unos 200.000 católicos autóctonos y extranjeros- el carácter diplomático ha tenido mayor peso estos cinco días. Es necesario el “respeto por el estado de derecho y un orden democrático que permita a cada grupo -sin excluir a nadie- ofrecer su contribución legítima al bien común”, afirmó el Papa Francisco en un encuentro con las autoridades políticas, la sociedad civil y el cuerpo diplomático en el Centro de Convenciones de Naipydó.
Ante la atenta mirada del presidente Htin Kyaw y Aung San Suu Kyi, jefa de facto del Gobierno, el Pontífice, en su segundo día en Birmania, hizo hincapié en que “las diferencias religiosas no deben ser una fuente de división y desconfianza”, si de tolerancia. “La reconciliación nacional sólo puede darse a través del compromiso con la justicia y el respeto de los derechos humanos”. Como respuesta, la Premio Nobel de la Paz se limitó a agradecer las palabras del religioso y asegurar que los problemas de la zona se resolverán mediante “fortaleza, paciencia y valor”.
Ya en Bangladesh, y continuando la senda mediadora, el Papa pronunció un discurso en el Palacio Presidencial de Daca alentando a la comunidad internacional a tomar medidas eficaces. No solo en materia política, también atendiendo a las “urgentes necesidades humanas”. Luego en una reunión con el presidente Abdul Hamid, Jorge Bergoglio alabó la “generosidad” de la sociedad bangladesí.
El Gobierno chino ha seguido con detenimiento la ruta del Papa Francisco en Myanmar, en un contexto de cierto aperturismo con la Santa Sede: los Museos del Vaticano y el Fondo de Inversión Industrial Cultural de China intercambiarán obras para exposiciones en sus respectivos museos a partir del próximo mes de marzo. Con ello, China desea contribuir a la reanudación de las relaciones diplomáticas, fracturadas desde el establecimiento del régimen maoísta en 1951 y la expulsión de los misioneros católicos del territorio.
Este acercamiento ha puesto en alerta a Taiwán que, aunque asegura que los vínculos con el Vaticano -su único aliado europeo- son “sólidos y estables”, teme que el auge del catolicismo en China -en Taiwán solo el 2 por ciento de la población es católica- tiente a la ciudad-Estado a seguir los pasos de Panamá y reconozca un solo gobierno legítimo: el de Xi Jinping. Y más teniendo en cuenta que República Dominicana, uno de los aliados con mayor nivel económico de la República de China, ha intensificado los lazos con la República Popular de China.
No obstante, la resolución de las diferencias entre ambos actores internacionales pasa principalmente por la designación de cargos eclesiásticos -del mismo modo, la situación de la Iglesia Patriótica china o la libertad de culto-. En un país con diez millones de ciudadanos católicos oficiales, existe una treintena de obispos clandestinos elegidos por la Santa Sede que carecen de reconocimiento gubernamental y otros encarcelados como Vicente Guo Xijin. Así mismo, el Gobierno chino ha nombrado siete obispos no reconocidos por el papado.
Entablar un vínculo diplomático oficial es fundamental para la Iglesia católica, en un continente donde, después de África, más crece la vocación cristiana. De hecho, Francisco es el primer Pontífice no europeo desde el siglo VIII que ha nombrado en Asia más obispos que en ningún otro continente y ha establecido una curia y un colegio cardenalicio donde los purpurados del Viejo Continente ya son menos de la mitad y en el que el tradicional peso de los italianos decrece lentamente.