El nuevo panorama internacional se asienta desde la invasión rusa de Ucrania

Zelenski, Merkel, Macron y Putin, en 2019. | Kremlin, Wikimedia
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Madrid. La nueva realidad mundial instaurada tras el comienzo de la llamada «operación especial» rusa sobre Ucrania el 24 de febrero ya se asentó definitivamente. Washington, Bruselas, Nueva Delhi, Pekín y muchos otros centros de poder acabaron definiendo su papel en este entorno cambiante. El mundo se dividió en los que condenaban la guerra; en países neutrales, que preferían seguir la corriente, y en varios pocos que respaldaron al Kremlin en su agresión.

El bloque Occidental, representado por la OTAN, parecía haber padecido de una «muerte cerebral», como expresó el presidente francés Emmanuel Macron en 2019. No obstante, la invasión rusa mostró ser una amenaza existencial al statu quo europeo y un verdadero peligro para Occidente. No era una guerra local congelada, como la del Donbás durante los últimos ocho años, sino un conflicto de gran escala que el continente no vio desde que la Alemania nazi capitulase en 1945. Europa se vio obligada a cerrar filas con sus aliados transatlánticos, olvidando los desacuerdos de la época trumpista.

La cumbre de la OTAN a finales de junio en Madrid demostró esta renovada unidad. A diferencia de 2014, los países occidentales no podían permitirse perseguir intereses egoístas en una situación cuando todo el sistema está en peligro. Si Vladimir Putin se atreve a atacar un país, ignorando todos los riesgos y las pérdidas que conlleva, ¿qué le impide seguir hacia Tallin, Riga o incluso Varsovia? Además, la guerra informativa que se desencadenó entre Kiev y Moscú desde que comenzó el conflicto armado dominó el espacio mediático de las naciones europeas. Los votantes veían los crímenes cometidos por las tropas rusas, dándoles así la carta blanca a sus líderes para actuar de forma más radical. Los europeos se decantaron por la defensa de sus valores, sacrificando, sin embargo, su bienestar económico. Esta última cuestión puede tener un considerable impacto en la actividad de Occidente en los meses venideros.

La India, el segundo país más poblado y la quinta economía del mundo, prefirió mantener la neutralidad en esta disputa. Ni se adhirió a las sanciones occidentales, ni envió apoyo militar o económico a la beligerante Rusia. Nueva Delhi participó en la reunión del Quad (grupo estratégico no oficial compuesto por Australia, la India, Estados Unidos y Japón) y en las consecuentes maniobras militares, mientras le compraba petróleo a Rusia con un gigantesco descuento y tomaba parte en la cumbre de los BRICS. Varias empresas indias se ofrecieron a rellenar el vacío en el mercado ruso después de que los occidentales abandonasen el país. No obstante, el Gobierno de Narendra Modi no infringe las sanciones para evitar ser objeto de restricciones segundarias. La India quiere sacar el máximo provecho de la situación sin perjudicar sus relaciones ni con Washington ni con Moscú, que son dos aliados estratégicos del gigante asiático.

De las grandes potencias, China sigue siendo el más cercano a Rusia. La reunión entre Xi Jinping y Vladimir Putin durante los Juegos Olímpicos de Invierno marcó la estrecha amistad entre las dos naciones. China necesita a Rusia para contrarrestar a su rival principal: EEUU. Al igual que Nueva Delhi, Pekín no puede ser acusado de evitar las sanciones. La mayoría de las empresas chinas tienen intereses considerables en los mercados occidentales y no piensan arriesgarlo todo para sacar al Kremlin del apuro en el que se metió.

Aun así, China no piensa desperdiciar su oportunidad. El diferencial entre el petróleo Urals (la marca principal que exporta Rusia) y Brent (la marca europea) está en niveles récord desde que inició la invasión. Moscú hizo todo lo posible para reponer las pérdidas infligidas por el embargo occidental buscando a nuevos compradores. China aumentó su importación del barato petróleo ruso para satisfacer su demanda interna, aprovechándose así de la desesperación del Kremlin.

Desde el 24 de febrero Putin casi no tiene amigos. Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria fueron los únicos que apoyaron a Rusia en la ONU a comienzos de mayo. Ni sus aliados en Asia Central (Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán), ni los socios socialistas de América Latina (Cuba, Venezuela y Nicaragua) no socorrieron a Moscú. Muchos de estos países, que en 2014 respaldaron al Kremlin tras la invasión de Crimea, prefirieron abstenerse esta vez.

En cuanto a sus aliados, su situación económica y política es aún más precaria, dejando a Rusia sin ayuda externa. Alexander Lukashenko, presidente bielorruso, perdió la legitimidad internacional después de las violentas protestas de 2020. Fueron seguidas por el escándalo relacionado con el avión de Ryanair que se vio obligado a aterrizar por órdenes de las autoridades bielorrusas. Resultó que uno de los pasajeros era el opositor Román Protasevich. Además, desde febrero participa de facto en la invasión rusa en Ucrania.

Corea del Norte es un estado paria, casi totalmente aislado del mundo exterior. En julio Pyongyang reconoció las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk, siendo el tercer país del mundo en hacerlo. Siria, que se encuentra en medio de una guerra civil congelada, también reconoció a las autoridades prorrusas. Finalmente, Eritrea mantiene un estatus internacional bastante aislado desde su independencia en 1994, debido a su historial controvertido en cuanto a los derechos humanos y su posible relación con organizaciones fundamentalistas en Somalia. Ahora mismo Asmara se encuentra bajo sanciones de EEUU.

Lo mejor que puede esperar el Kremlin son socios, países pragmáticos que piensan beneficiarse de su angustia. Las empresas chinas que ya tenían bastante influencia en el Lejano Oriente ruso, usándolo para importar madera que escasea en el gigante asiático. Ahora que Putin depende de cualquier lazo económico que le quede, pierde poder de negociación en cualquier futuro acuerdo.

Los precios de los carburantes preocupan mucho a los líderes mundiales. No obstante, hay otra cuestión más urgente que inquieta a millones de personas: la crisis alimentaria. Ucrania y Rusia, dos jugadores hegemónicos en el mercado de trigo, girasol y otros cultivos esenciales, quedaron casi aislados del demás mundo. Decenas de países en África y Oriente Medio, dependientes de las importaciones de Kíev o Moscú, se encuentran ante la amenaza de una crisis humanitaria.

El desasosiego llegó a tal medida, que el secretario general de la Unión Africana, Macky Sall, viajó a Rusia para reunirse con el presidente ruso y expresarle su preocupación por la situación actual. A día de hoy, los dos bandos están negociando en Estambul un acuerdo que permita el tránsito de mercancías por el puerto ucraniano de Odesa. Para garantizar la seguridad de los buques ucranianos, estos serán escoltados por los turcos para evitar cualquier violación por parte de Moscú. La Turquía de Recep Tayyip Erdogan se presenta de nuevo como mediador en este conflicto.

Aun siendo miembro esencial de la OTAN, Ankara sigue siendo un socio viable para ambos bandos del conflicto. En marzo, cuando la guerra estaba en pleno apogeo, la megalópolis turca acogió a los delegados de Ucrania y Rusia para discutir cuestiones humanitarias y posibles soluciones a las disputas. En la coyuntura actual parece imposible acuerdo alguno en el conflicto ucraniano sin la mediación de Erdogan. Simplemente no existe otro país que disfrute de confianza en tal grado tanto de Putin como del presidente ucraniano, Volodimir Zelenski.

Lo que intenta hacer el Kremlin es demostrar que no está solo. Putin intenta presentar a los países que no se adhirieron a las sanciones como amigos, cuando en la realidad son más bien neutrales en su mayoría. En la reunión con los líderes de Irán y Turquía en Teherán el 19 de julio, los tres países discutieron la cuestión siria, además de tocar el problema de la crisis alimentaria. Teherán y Moscú son rivales en el mercado energético. Existe incluso la opinión de que Rusia saboteó a propósito el diálogo de Viena sobre el pacto nuclear con Irán para evitar que este último pueda competir con los carburantes rusos. Aun así, los dos países están unidos en su antagonismo contra Washington, ya que los dos se encuentran bajo severas sanciones occidentales.

En definitiva, la situación actual, como todo en la vida, no es blanca, ni negra, sino de un tono grisáceo. Rusia está aislada económicamente, pero sigue exportando sus carburantes al extranjero, recibiendo así los ingresos necesarios para seguir. La guerra está estancada, pero las tropas del Kremlin avanzan poco a poco. La OTAN está unida como nunca, pero sigue padeciendo de intereses contradictorios de los países miembros. China y la India no violan las sanciones, pero sí mantienen a Putin a flote. Mientras se mantenga este statu quo, la paz no se verá en el horizonte.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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