Irán y Japón buscan su espacio en la comunidad internacional

Madrid. La reciente visita a Japón del presidente de Irán, Hasan Rohaní, ha servido para que los dos países pongan en práctica su nueva estrategia política, donde, por un lado, que Tokio sea el mediador entre Teherán y Washington en medio de una enorme crisis de sanciones que impide a los iraníes vender petróleo y, por otro, el país nipón no quiere quedarse descolgado en negociaciones claves como la situación en la península coreana y busca ser un factor importante, sobre todo cuando compra el 90 por ciento del petróleo en Oriente Medio.
No obstante, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, pidió a Hasan Rohaní que Irán se mantenga fiel al acuerdo sobre el programa nuclear iraní firmado en 2015 con EEUU y varios países más, pero con Donald Trump en la Presidencia estadounidense la situación se hizo más radical por la política de la Casa Blanca y en mayo de 2018 decidió romper ese acuerdo pese a la presión de Francia, Alemania y el Reino Unido, lo que originó una enorme inestabilidad en la región, que actualmente persiste y con ello restricciones para que Teherán siga vendiendo petróleo, una realidad que afecta a Japón, país que mantiene unas buenas relaciones con Irán.
Obviamente el encuentro de Shinzo Abe y Hasan Rohaní no ha pasado desapercibido en la Administración republicana, de ahí que el propio primer ministro nipón, el mejor aliado de EEUU en Asia, le informara a Donald Trump de la conversación mantenida con el presidente iraní, aunque hay fuentes que indican cierto malestar por dar todo tipo de explicaciones al inquilino de la Casa Blanca, que al parecer era una condición impuesta para el encuentro entre Tokio y Teherán.
El presidente Rohaní consideró en Tokio la importancia de mantener en vigor el acuerdo nuclear de 2015, firmado con Barak Obama, y criticó a EEUU por salirse de este pacto el pasado año, que ha supuesto una enorme inestabilidad en la comunidad internacional, además de subidas del precio del crudo.
Japón no rehúsa a tener un papel importante en la política internacional, cuyo Ejecutivo sabe de la importancia de una estabilidad en Oriente Medio, donde procede el 90 por ciento de su petróleo, lo que evidencia que la seguridad marítima es clave para la navegación de los barcos, un aspecto que Trump también debe saber que su mejor aliado en Asia tiene una importante dependencia del crudo iraní.
Japón quiere asegurar esa navegación marítima que son vitales para las rutas del golfo Pérsico, de ahí -y no es la primera vez- que Tokio planeé enviar activos de sus Fuerzas de Autodefensa (Ejército) a la región, cuando aún en la sociedad nipona se sigue dirimiendo el papel militar que debe asumir Japón en cuestiones de Defensa, que acaba de proporcionar un incremento anual del 1,1 por ciento en los gastos de defensa, hasta 43.681 millones de euros, para el presupuesto del años fiscal de 2020.
En definitiva, el encuentro entre Abe y Rohaní, tras verse previamente en junio pasado en Teherán, debe servir para reducir las tensiones entre EEUU e Irán, en especial con la política cambiante de Washington en el tema nuclear iraní, las sanciones y los incidentes habidos a lo largo del presente año.
La comunidad internacional ha valorado positivamente esta reunión de Abe y Rohaní, la cual puede servir para reducir las tensiones entre Irán y EEUU, y pese a que Tokio lo ha intentado en otra ocasión sin éxito, sobre todo cuando en junio pasado fueron atacados dos barcos cisterna en el estrecho de Ormuz, uno de ellos japonés que Washington responsabilizó de ese ataque a Irán.
Eso sí, en su momento Tokio no quiso culpar a Irán y tampoco respondió a la solicitud de EEEUU de participar en su coalición para proteger petroleros en el estrecho de Ormuz frente a ataques iraníes, y siempre con el objetivo de no verse perjudicada en sus buenas relaciones con Teherán, un aspecto que el propio Donald Trump debe tener en cuenta y más cuando el crudo iraní es clave para la economía nipona.
Por otra parte, Abe, tras su encuentro con Rohaní, habló telefónicamente con Trump, que además de informarle de su cita iraní, le explicó sobre la actual situación en la península coreana, en especial cuando Pyongyang acusa a EEUU de alargar las conversaciones sobre la desnuclearización motivadas por las elecciones presidenciales de noviembre de 2020.
Las tensiones entre Corea del Norte y Estados Unidos se han incrementado en las últimas semanas y el régimen norcoreano ha criticado a Washington por cuestionar el respeto hacia los Derechos Humanos, pero Pyongyang ha dejado claro que son cosas bien distintas y ha matizado que “este abuso verbal por parte de EEUU lo pagará «muy caro», lo que ha evidenciado en los últimos días una tensión política que podría poner en peligro el cauce de las conversaciones entre los dos países.
De hecho, el viceministro de Asuntos Exteriores de Corea del Norte, Ri Thae-song, dijo a principios de diciembre que cualquier anuncio de EEUU sobre el reinicio de las conversaciones no era más que «un truco tonto» por parte de la Administración Trump, con el fin de utilizarlo en las próximas elecciones presidenciales.
Irán y Corea del Norte son dos buenos aliados y a la vez Teherán es un firme “amigo” de Tokio que le vende petróleo y está radicalmente enfrentada a EEUU, que no mantiene relaciones diplomáticas, mientras que Pyongyang conversa sin éxito de momento con Washington, que tampoco tiene relaciones con el régimen de Kim Jong-un y al mismo tiempo siembra la duda, la amenaza y la tensión con el país nipón que se ve “amenazada” de un ataque nuclear norcoreano, y tampoco tiene relaciones diplomáticas con los norcoreanos.
Un auténtico laberinto político, donde todas las partes elevan su listón de oportunidades, acusaciones o propuestas, pero que en realidad la parte que más sigue ganando es China, que no sólo mantiene relaciones diplomáticas con todos estos países, sino que la “nefasta” política de Donald Trump en Asia ha supuesto que Pekín cada vez tenga más notoriedad en esa zona, la cual con las tensiones de las islas del mar de China Meridional o la disputa sobre las islas Senkaku/Diaoyu, controladas por Japón desde 1972 y cuya soberanía reclama China, pero con la salvaguardia de que el “gigante asiático” sigue impulsado sus relaciones comerciales con Japón.
En suma, pese al “lanzamientos de misiles norcoreano” y la preocupación nipona por su seguridad, Pyongyang no le va a atacar nuclearmente, al menos por ahora, sobre todo cuando la desnuclearización y el levantamiento de sanciones son sus principales prioridades en el hipotético arreglo de las conversaciones con Estados Unidos.
La normalidad política japonesa es clave en toda su idiosincrasia, la cual ha servido -con sus errores o aciertos- para que el primer ministro Shinzo Abe se haya convertido en el mandatario nipón que más tiempo lleva en el cargo, casi ocho años, un récord importante para un líder que tuvo que dimitir en una ocasión y que a la vez marca un hito al romper el propio récord establecido por el general del Ejército Imperial Japonés Taro Katsura hace más de un siglo.
Shinzo Abe, de 65 años, presentó su dimisión en 2007 y regresó de nuevo a la política en diciembre de 2012 con el objetivo de crear un Ejército fuerte, una economía renovada y el firme propósito de revisar la pacifista Constitución de Japón tras la derrota del país en la Segunda Guerra Mundial.