INVASIÓN DE UCRANIA | El estrecho de Taiwán, ¿el nuevo muro de Berlín?

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Madrid. La guerra nunca cambia. Europa se levantó el pasado 24 de febrero en una nueva realidad mundial. Rusia había declarado la guerra a Ucrania. Después de un breve discurso de Vladimir Putin, donde recurría una vez más a la «justicia histórica», las tropas rusas cruzaron la frontera ante todo un mundo atónito.

La comunidad internacional se dividió. Occidente condenó abiertamente la invasión, amenazando con severas sanciones contra Moscú. Boris Johnson, primer ministro británico, declaró que debían «estrujar la economía rusa» por sus violentas acciones. Mientras tanto, China no reprochó de forma alguna a su socio septentrional. Eso hace pensar que la perspectiva de una invasión fue ya concertada con antelación con Pekín, lo que explica que Putin reconociera las repúblicas separatistas el día siguiente después de que acabasen los Juegos Olímpicos de Invierno. El ejemplo del gigante asiático fue seguido por Irán, que culpó a la OTAN por entrometerse en la región. Bielorrusia sigue negando su participación en la operación.

Cañonazos en Europa, temblor en Asia

Entre todas esas voces hay una que merece especial atención. Mientras la comunidad internacional está absorta en el conflicto en el corazón de Europa, Taiwán teme por su supervivencia. La presidenta Tsai Ing-wen condenó en su cuenta de Twitter las acciones de Moscú. Declaró, además, que su país hará todo lo posible para reforzar su ejército y contrarrestar una «guerra cognitiva». ¿Teme acaso Taipéi seguir la suerte que Kiev?

El mismo día que comenzó la ofensiva rusa, las autoridades taiwanesas comunicaron que ocho cazas y un avión de reconocimiento chinos irrumpieron en su espacio de defensa aérea. No es la primera vez, ni tampoco la última. A lo largo de 2020 la línea demarcatoria fue violada 380 veces, un verdadero récord. La última incursión fue el 23 de enero de 2022 en la cual participaron 39 aeronaves.

Desde que acabó la guerra civil en 1949 el estrecho de Taiwán siempre fue motivo de tensión. El gobierno del Kuomintang que se asentó en Taipéi nunca reconoció la derrota. Hasta 1971 era Taiwán, no la China continental, la que residía en la ONU. Las tensiones de agravaron en 1996, cuando varios misiles chinos cayeron en aguas taiwanesas. La precisión del lanzamiento envió un claro mensaje a la isla: «Estate alerta».

En 2049 se celebrará el centenario de la República Popular. El discurso nacionalista del Gobierno chino hace pensar que piensa reunificar el país de una vez, para entrar en su segundo siglo más fuerte que nunca.

Pekín lleva muchos años preparándose. Primero importaba armas de Rusia, pero después optó por desarrollar su propia tecnología. Hoy en día, el Ejército chino además de ser el más grande del mundo, presume de un armamento lo suficientemente moderno para afrontar a cualquier contrincante.

Taipéi está preocupado. La antigua isla de Formosa se encuentra a distancia de tiro de los misiles chinos. Encima, China está ampliando su flota. Posee dos portaaviones (y otro más en construcción) y varias decenas de barcazas de desembarco. Una operación anfibia parece cada vez más realista.

Aun así, invadir Taiwán no será tarea fácil. Ni tampoco barata. La isla cuenta con 130.000 soldados y un poderío armamentístico significante, que les fue proporcionado por Washington. La Casa Blanca no pierde de vista a su aliado clave en la región. Donald Trump y Joe Biden firmaron multimillonarios contratos de armas con las autoridades taiwanesas. La invasión sería rápida, pero muy costosa tanto para la economía del gigante asiático, como para sus relaciones internacionales.

Pero Pekín tiene un as en la manga. En vez de iniciar una ofensiva, podría recurrir a su táctica preferida: la propaganda. Aumentando su presencia tanto en el espacio aéreo del estrecho como en las aguas, puede ir explorando las fronteras de lo permitido, y poco a poco ir convenciendo a la población taiwanesa de lo inútil que es defenderse. Eso es a lo que se refiere Tsai Ing-wen en su Twitter, lo que llama «guerra cognitiva». China busca deteriorar la moral de la isla, para que caiga en sus manos por voluntad propia.

Como dijo Boris Johnson: «Si Ucrania estará en peligro, el shock alcanzará todo rincón del mundo. Su eco será oído en toda Asia Oriental, especialmente en Taiwán».

¿Vuelve la mentalidad de la Guerra Fría?

La situación actual trae reminiscencias de la Guerra Fría. Pero no es Rusia esta vez la que desafía a Occidente.

«Debemos abandonar la mentalidad de la Guerra Fría», dice Xi Jinping, el presidente chino. La realidad es completamente contraria. La OTAN, después de años de discusiones e incapacidad de responder a las agresiones rusas apropiadamente, está unida nuevamente. Los lazos de Moscú y Pekín se hacen cada vez más estrechos, ya que, en caso de quedar aislada, Rusia no podrá sobrevivir sin la ayuda de su vecino meridional. Se van formando los bloques del nuevo orden mundial, que amenaza con acabar con la multipolaridad y la globalización. El estrecho de Taiwán puede convertirse en el nuevo telón de acero.

Los aliados de Estados Unidos en el Pacífico están inquietos. Japón, viendo la veloz militarización de China, no pretende perder la iniciativa. El primer ministro japonés, Fumio Kishida, desea estrechar los lazos con Taiwán.

En su libro blanco de Defensa de 2021, Japón mencionó por primera vez la importancia de Taiwán para su seguridad nacional. Vimos una cooperación sin precedentes entre los dos países durante la pandemia. Además, está desarrollando el Gobierno nipón el «Plan Ishigaki», que consiste en construir una base militar en la isla de Ishigaki, que se encuentra a 250 kilómetros de la costa taiwanesa. Tokio podría desplegar allí sus misiles de largo alcance para poder contrarrestar la supremacía militar china en la región. Aun así, el Ejército nipón está confinado a su propio territorio y no puede desplazar su Ejército al extranjero. Tokio deberá reconsiderar su imagen pacifista si quiere mantener el estatus de potencia regional.

Mientras tanto, Corea del Sur está indecisa. Condenó la invasión rusa y declaró que se sumaría a las sanciones contra Moscú, pero su política posterior depende del resultado de las elecciones presidenciales, que se celebrarán el próximo 9 de marzo. Los conservadores pueden seguir una política proamericana, mientras que los liberales podrían mantener una posición más neutral.

Pekín sigue con detenimiento la situación en el este de Europa y toma nota. El futuro de la región Indo-Pacífica está en manos de Occidente. Si la OTAN y sus aliados mantienen un frente común contra la agresión rusa, habrá esperanza de calmar el hambre del gigante asiático y disuadirlo de cruzar el punto de no retorno.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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