El gobernador del Banco de Japón, Kazuo Ueda, inicia una transición histórica en la política monetaria japonesa

Kazuo Ueda y Fumio Kishida. | Gobierno de Japón, Wikimedia
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Madrid. Hasta hace poco tiempo, los inversores podían sumergirse en el jardín zen de la renta fija japonesa para meditar cómo invertir en otras partes del planeta donde captar rentabilidades más suculentas. Sus elementos naturales como la arena, las piedras o el musgo les servían para alcanzar la serenidad interior plena en medio de las tensiones geopolíticas que han venido zarandeando a los mercados internacionales, desde la guerra de Ucrania al recurrente ruido de sables en el estrecho de Taiwán.

Esa calma quedó perturbada el pasado 31 de julio, cuando la rentabilidad de los bonos japoneses a 10 años llegó al 0,605 %, un máximo de nueve años, después de que dos días antes el Banco de Japón adoptara en su reunión un enfoque más flexible en su política monetaria y elevara la banda permitida de fluctuación para el interés de la deuda a largo plazo hasta el 1 % -cota que no se ve desde 2013-. Las «elevadas incertidumbres» que afronta la tercera mayor economía del planeta fueron la razón esgrimida por el banco central, que trabaja para conseguir el objetivo de mantener la inflación cerca del 2 %, un nivel que, en su opinión, es necesario para que el crecimiento económico del país sea sostenido.

La medida, que acomoda a su gusto el control de la curva de rendimiento y fue calificada en diferentes medios de «histórica», pretende dotar al organismo de una respuesta ágil ante el avance de la inflación, que en junio se situó en el 3,3 %. El Banco de Japón ha actualizado su cuadro macroeconómico, con una revisión al alza de la inflación esperada para 2023, que alcanzará el 2,5 %, frente al 1,8 % calculado el pasado mes de abril, y, por tanto, esta maniobra responde a su ambición de que la tasa vuelva al objetivo del 2 %.

De fondo están las presiones para que la entidad suba los tipos de interés, siguiendo la estela de la Reserva Federal estadounidense y otros bancos centrales, que han aumentado el precio del dinero para ralentizar el crédito y controlar la inflación. Sin embargo, el gobernador del Banco de Japón, Kazuo Ueda, descartó que esta sea la antesala de un incremento de los intereses en el país al asegurar que este movimiento no es un paso para poner fin a la actual política monetaria ultralaxa, que tiene atornillados los tipos cerca de cero desde hace años. Es decir, lo que ha hecho Ueda con mucho tiento es abrir la caja de los truenos pero sin que suenen estrepitosamente, por lo menos por el momento.

Sin embargo, para los analistas este giro supondrá un gran cambio a largo plazo con implicaciones globales. Lo que entienden es que la institución pasará de ser ancla para la estabilidad de los mercados financieros a ocasionar turbulencias, en la medida que la inversión en otros muchos activos internacionales perderá atractivo en favor de la deuda japonesa, ahora más rentable.

Este escenario ya lo anticipó el Banco de Japón en su informe de mayo sobre estabilidad del sistema financiero, en el que señaló que la normalización monetaria de la entidad podría provocar la repatriación de inversiones, en detrimento de los bonos americanos y europeos. Las aseguradoras y los fondos de pensión del país asiático son dueños de ingentes cantidades de activos, desde valores del Tesoro de Estados Unidos a bonos soberanos europeos y australianos.

Se trata de un mensaje similar al que ya lanzó el Fondo Monetario Internacional (FMI) en abril, en el que adelantó el posible fin de una década de relajación de la política monetaria en Japón, en la que el banco central además llevó a cabo grandes compras de activos para mantener el crédito barato en un esfuerzo por incentivar las inversiones y el gasto, y estimular el crecimiento económico.

En los últimos 20 años, los bonos japoneses a 10 años han ofrecido un interés nominal positivo antes de que se empezara a aplicar el control de la curva de rendimiento a principios de 2016 como parte de la «Abenomía», la política económica introducida por el fallecido exprimer ministro Shinzo Abe, con la que se buscaba romper el ciclo deflacionista de las dos décadas anteriores. A efectos prácticos, se instauró un periodo de intereses bajos o negativos tanto en términos nominales como reales, lo que propició que los inversores nipones pusieran su mirada en otros países, en busca de otras fuentes de rentabilidad más sugerentes.

Con todo, los analistas esperan que el retorno hacia la normalización de la política monetaria de Japón aún tardará. La mayoría de ellos cree que el Banco de Japón no abandonará los tipos de interés negativos hasta el año que viene como muy pronto, para cuando la entidad prevé que la inflación regresará a un nivel inferior al objetivo del 2 %. Además, el ciclo de subidas de tipos en Estados Unidos y Europa está cerca de finalizar, por lo que las presiones inflacionistas externas para Japón podrían ir desapareciendo.

Ueda, que tomó posesión en el cargo en abril, también ha achacado en parte la decisión del banco central -su primera prueba de fuego- a la reciente volatilidad del yen frente al dólar. Algunos analistas esperan que esto genere una importante incertidumbre en el mercado por la posibilidad de intervenciones sobre el nivel del yen.

De hecho, el banco central ya anunció el mismo 31 de julio compras especiales de bonos para detener el fuerte incremento de la rentabilidad. Este movimiento también viene a reforzar la idea de que el giro en la política monetaria no hace esperar un rápido alza de los tipos de interés, lo que indica que el diferencial de tipos entre Japón y Estados Unidos continuará durante algún tiempo.

El resultado fue un regreso a la tendencia del último año: un yen más débil, dado que unos tipos de interés más bajos hacen que las inversiones en yenes sean menos atractivas, y unos precios de las acciones más altos, dado que los exportadores nipones se benefician de la depreciación de la divisa.

En definitiva, Ueda parece que ha asumido la titánica tarea de desmantelar la anterior política monetaria basada en agresivos estímulos del banco central, pero lo está haciendo con mucho cuidado, evitando en la medida de lo posible sobresaltos indeseados en los mercados, y siendo muy consciente de que cumplir con el objetivo de inflación no es solo su responsabilidad. El primer ministro nipón, Fumio Kishida, tiene que complementar la política monetaria del Banco Central impulsando la productividad y apoyando la inflación en el sector privado, lo que ayudaría a contar con el crecimiento salarial sostenido necesario para llegar a esa meta de llegar a una tasa de inflación del 2 %.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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