China confirma un estancamiento económico que persistirá al menos hasta final de año
Madrid. China, aquella economía que fue la única que consiguió resistir a los embates de la pandemia del coronavirus en 2020 con un crecimiento del 2,3 %, está viendo como su expansión se diluye por las crisis energética e inmobiliaria y nada hace pensar que la coyuntura cambie en la recta final del año.
Esta semana, la oficina de estadísticas del país informó de que el Producto Interior Bruto chino apenas aumentó en el tercer trimestre un 0,2 % respecto al trimestre anterior, una marcada desaceleración frente al repunte del 1,3 % registrado entre abril y junio. En términos interanuales, la pérdida de inercia también es palmaria: la economía pasó de crecer un 7,9 % en el segundo trimestre a un 4,9 % entre julio y septiembre, la menor tasa en un año.
Las cifras se situaron por debajo de la previsión del 5,2 % del consenso de analistas, en parte como consecuencia de la moderación en la producción industrial, que se incrementó un 3,1 % en septiembre, significativamente menos que el 4,5 % contemplado por los expertos consultados por Reuters.
No podía ser de otra forma. Los cortes de electricidad ante la subida de los precios del carbón detuvieron las fábricas, mientras que las manufacturas acusaron mucho la perturbación de la cadena de suministro debido a la COVID-19, dado que algunas operaciones portuarias siguieron interrumpidas, agudizando más si cabe la escasez de chips. A este cóctel hay que sumar la delicada situación por la que atraviesa el sector inmobiliario ante el elevadísimo endeudamiento de la promotora Evergrande. «Las actividades de promoción inmobiliaria fueron lentas debido a las reformas para el desapalancamiento, que dificultaron más la financiación de las promotoras para continuar con sus proyectos», comentó ING en un informe.
El banco holandés prevé que el estancamiento económico del gigante asiático se prolongará en el cuarto trimestre porque se espera que los cuellos de botella en la cadena de suministro perduren, mientras que las tasas del transporte de mercancías siguen siendo elevadas y la falta de semiconductores todavía es una cuestión crítica para industrias como las de bienes de equipo, automoción y telecomunicaciones.
Así, ING ha recortado su proyección de crecimiento del PIB chino en los tres últimos meses de 2021 al 4,3 % interanual desde el 4,5 % tras la publicación de los últimos datos. Sin embargo, eso no lleva a la entidad a modificar su estimación para el conjunto del año, que se mantiene en una expansión del 8,9 %, gracias a la expectativa de que el Banco Popular de China bajará en 0,5 puntos porcentuales el ratio de requisito de reservas en el cuarto trimestre para apuntalar el crecimiento, asegurando suficiente liquidez para el sistema. En caso de que el banco central no relaje su política monetaria en el trimestre, ING contempla una ralentización mayor del crecimiento del PIB.
En medio del pesimismo internacional por las implicaciones negativas que puede tener el estancamiento de esta insoslayable economía en las transacciones comerciales mundiales, las autoridades chinas mandan mensajes de tranquilidad. Fu Linghui, portavoz de la oficina nacional de estadísticas del país, insistió en que el impacto de la crisis energética, la mayor de la historia reciente de China, es «controlable». Tras los parones de las fábricas por la escasez de electricidad, Pekín ha puesto énfasis en que aumentará el abastecimiento de carbón y garantizará el suministro de energía.
Fu, eso sí, reconoció que se redujo la contribución del sector inmobiliario a la segunda mayor economía del mundo en el tercer trimestre. El endurecimiento regulatorio sobre el mercado inmobiliario para mantener a raya su desbocado endeudamiento ha enfriado la actividad.
En resumen, la economía china todavía tiene que reponerse totalmente de la COVID-19, pese a que fue la primera gran economía que se recuperó de la crisis sanitaria. Los ingresos turísticos, por ejemplo, aún suponen el 60 % respecto a los niveles anteriores a la pandemia. Los viajes de largo radio son los más penalizados en China, mientras el país hace frente a brotes esporádicos del coronavirus y la gente prefiere gastar más localmente.
Los retos económicos a largo plazo, en el aire
En la mente del presidente chino, Xi Jinping, está grabado a fuego el objetivo de llevar a su pueblo la «prosperidad común», un hito por el que, según los expertos, quiere ser recordado en el futuro y que ni siquiera alcanzó Deng Xiaoping con sus históricas reformas económicas hace más de 40 años, que marcaron un antes y un después en la nación al propiciar modernización, liberalización, aperturismo y, por ende, mayor bienestar para sus ciudadanos.
Ese impulso político auspiciado por Xi y ya abrazado por el maoísmo pasaría por una redistribución de la riqueza y lleva implícito un componente a largo plazo, pero contrasta con las recientes protestas que se han visto en diversas ciudades del país por la crisis de Evergrande, azuzadas por el miedo de sus clientes a que no se le entreguen las viviendas por las que ya han adelantado su dinero.
Lo que no está del todo claro es si el líder chino tiene la misma fijación con que su economía emprenda una senda aperturista propia de los países avanzados. De acuerdo con un informe reciente elaborado por el instituto de análisis estadounidense Atlantic Council y la consultora Rhodium Group, desde 2010 Pekín no ha alcanzado las expectativas establecidas por la Organización Mundial del Comercio como requisitos para ser plenamente una economía de mercado. «La promesa de la era Xi de que el mercado sea decisivo sigue sin cumplirse siete años después del anuncio de este objetivo en sus reformas», aseveró el estudio.