Birmania vuelve al conflicto después de una bocanada de libertad (I)
Madrid. Hace un año, en la mañana del 1 de febrero de 2021, la frágil paz del sudeste asiático fue interrumpida por un golpe de Estado en Naipyidó, la capital de Birmania (actual Myanmar). El Ejército (‘Tatmadaw’) liderado por Min Aung Hlaing tomó las riendas del poder y detuvo al presidente, que estaba a punto de asumir el cargo. El nuevo hombre fuerte del país declaró que las elecciones habían sido amañadas para arrebatarle el poder a las Fuerzas Armadas, por lo que no tenía otra opción más que actuar.
El golpe de Estado fue sucedido por violentas manifestaciones por todo el país. Decenas de miles de personas salieron a las calles de Mandalay y Rangún para protestar. La respuesta de la junta militar fue inmediata: el Ejército fue usado para sofocar las manifestaciones con armas de fuego, matando a dos personas. Un año después las protestas continúan.
El conflicto interminable
Birmania logró su independencia de la corona británica en 1947. Desde el principio se vio afectada por constantes conflictos internos. Birmania era y sigue siendo un país con una excepcional diversidad étnica y religiosa. Las minorías étnicas forman un 40 % de la población del Estado bañado por el golfo de Bengala. Budistas, musulmanes e incluso cristianos conviven en el actual Myanmar. Las minorías étnicas fueron excluidas de la actividad política del país, por lo que empezaron a organizarse en grupos paramilitares que se encontraban en permanente conflicto con el Gobierno central. Así surgieron el Ejército Nacional de Liberación de Karen y el Ejército para la Independencia de Kachin. Se podría decir que Birmania se encuentra en una constante guerra consigo misma desde la independencia.
En 1962 el gobierno fue depuesto por otra asonada. Los militares obtuvieron por primera vez el poder y así comenzó la historia de la dictadura de Birmania que duraría medio siglo. Los líderes y la ideología cambiaban con el tiempo, pero una cosa seguía intocable: la mano de hierro del Ejército. A pesar de severas sanciones extranjeras y el aislamiento político, el régimen birmano conseguía sobrevivir para mantener su cruel dictadura.
Nadie se esperaba que volviera a ocurrir. Los motivos de los jefes de la Tatmadaw siguen estando ocultos. Después de casi 50 años de severa dictadura militar, las élites de la junta bajo presión extranjera por fin iniciaron la liberalización del país. Tras las elecciones de 2015 parecía que Myanmar por fin volvía a la normalidad. Según el acuerdo, el Ejército conservaba, como es ya tradición, el control del 25 % del Parlamento.
Aun así, las elecciones de 2015 y 2020 fueron arrasadas por la opositora Aung San Suu Kyi, fundadora de la Liga Nacional por la Democracia (LND). Aunque la ley no le permitió convertirse en presidenta, siguió siendo la líder del país de facto, cediendo la jefatura del Estado a uno de sus aliados.
Aung San Suu Kyi es una figura clave de la historia contemporánea de Myanmar. Le fue otorgado el Nobel de la Paz en 1991 por su enfrentamiento al régimen dictatorial y la lucha por el respeto de los derechos humanos en su país. Como enemiga número uno del Tatmadaw, fue condenada a arresto domiciliario varias veces, sumando quince años sin poder salir de su casa. Después del golpe, a estos quince un tribunal le sumó otros dos.
Aun siendo una heroína nacional, Aung San Suu Kyi también esconde sus esqueletos en el armario. La comunidad internacional (especialmente las organizaciones humanitarias) la denunciaron por su política hacia los rohinyá, una minoría étnica musulmana que habitaba el estado de Rakáin, en la frontera con Bangladesh.
Según la ONU, el Gobierno de Naipyidó organizó una «limpieza étnica» en la región. En 2015, a muchos les negaron el derecho al voto. Cientos de miles de rohinyá se vieron obligados a huir de los pogromos (linchamientos) organizados por integristas budistas a Bangladesh, que no es capaz de acoger a todos los refugiados. Los que no pudieron escaparse se encuentran ahora confinados en sus pueblos o en reservas. El Gobierno de Dacca ha procedido al asentamiento de los refugiados en el país, pero de todas formas la crisis humanitaria sigue en pie a día de hoy.