Afganistán, tres años de los talibanes en el poder con más pobreza y represión

Bandera de los talibanes en Kabul. | Wikimedia
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Madrid. Afganistán y los talibanes acaban de celebrar el tercer aniversario de su llegada al poder. La indiferencia internacional hacia Afganistán es brutal. El desprecio del régimen hacia la mujer y niños y sobre los derechos humanos es absoluta. Occidente, Europa y Estados Unidos no pueden seguir inhibiéndose mientras el gobierno teocrático afgano sigue hundiendo el país. Muchos afganos han huido, la ONU debe intervenir. Los talibanes además son malos gestores de la economía del país, carecen de formación suficiente y con unos pilares destructivos hacia todo aquello que vaya contra sus intereses.

China, que tiene frontera con Afganistán de unos 80 kilómetros, se metió con mucho ahínco e interés en Afganistán tras la salida por la puerta de atrás de EEUU en agosto de 2021, y junto a Rusia se alegraron de la derrota estadounidense, aunque sin olvidar que también los rusos salieron por la puerta de atrás cuando ocuparon el país en 1980 y se tuvieron que retirar.

EEUU se vio impotente en solucionar el problema, decían medios estadounidenses, corroborado por el propio Joe Biden. Y China junto con la India son los dos países que deberían hacer más por sacar a Afganistán de la humillante situación que vive la población afgana, pero desgraciadamente ni Pekín ni Nueva Delhi están interesados en protegen los derechos humanos de este inhóspito país.

Ya fracasaron Rusia y EEUU, y veremos qué sucede con China, bien instalada en el país, pero Pekín está más «preocupada» por un posible resurgimiento del extremismo uigur en Xinjiang, región musulmana china fronteriza con Afganistán, y es obvio que el gigante asiático puede convertirse en el mayor garante económico de los talibanes para evitar que el extremismo islámico penetre a través de los talibanes en el territorio de la minoría de los uigures. Una realidad política que no favorecerá al desarrollo del país en su concepto más global. Intereses más unilaterales que multilaterales. China estará condicionada con su presencia en Afganistán en no molestar a los talibanes. En suma, harán lo que ellos quieran. China designó un embajador en Kabul el pasado diciembre, mientras Rusia se manifestó en junio pasado a favor del reconocimiento de los talibanes.

«La total ausencia de medidas concretas para abordar la catástrofe de Derechos Humanos en Afganistán es una fuente de vergüenza para el mundo», señala un informe, en el que se recopilan decenas de testimonios tanto de dentro como de fuera del país, con motivo del tercer aniversario de la llegada de los talibán a Kabul. Los talibanes entraron en Kabul el 15 de agosto de 2021, poniendo fin a veinte años de guerra con el antiguo gobierno de la República, que recibía el apoyo de las tropas estadounidenses, y bajo la promesa de que su llegada traería la paz a Afganistán.

La sociedad civil afgana en el exilio y quienes continúan en el país coinciden «de forma abrumadora» en señalar que la comunidad internacional les ha fallado. «No solo no se ha hecho rendir cuenta a los talibán, sino que ha evitado poner medidas para prevenir nuevo daños», lamenta la responsable regional, Samira Hamidi. Y fue ahora hace tres años cuando los talibanes tomaron Kabul tras veinte de conflicto, pero Afganistán sigue sin encontrar la ansiada paz que prometieron los fundamentalistas, que han violado los derechos humanos, en especial de las mujeres, entre denuncias por tortura y ejecuciones. Han pasado tres años y siguen las «ejecuciones extrajudiciales, torturas, desapariciones y encarcelamientos extrajudiciales» en nombre de la seguridad, sin que exista «ningún departamento específico para presentar alegatos», tal como resalta el analista y político Azizullah Marij.

Los talibanes en su tercer año en el poder insisten en aplicar la ley islámica a «cualquier precio» en un país abandonado por completo y con un crecimiento cero y con su población hundida en la pobreza, con una crisis humanitaria muy grave y sin soluciones inminentes.

En resumen, en este país de Asia central en 2021 el nuevo gobierno talibán heredó una administración consolidada. Los precios bajaron, la moneda resistió, la corrupción ya no estaba en máximos y, ante todo, la seguridad regresó tras 40 años de guerras. Y ahora su PIB se contrajo un 26 % en 2021 y 2022, según el Banco Mundial, que estima que «el crecimiento será cero durante los tres próximos años y la renta per cápita caerá ante la presión demográfica».

Y así las cosas, la ayuda al desarrollo prácticamente cesó ya que ningún país reconoce al gobierno talibán, la ayuda humanitaria cayó y un tercio de los casi 44 millones de afganos sobrevive a base de pan y té, sufriendo un desempleo masivo. Y al parecer serán Rusia, China, Pakistán e Irán los nuevos socios estratégicos. Y claro, para salir del subdesarrollo hay que abrir los canales bancarios, bloqueados por las sanciones occidentales y la congelación de activos del Banco Central, ha reflexionado Sulaiman Bin Shah, viceministro de Comercio cuando los talibanes entraron en Kabul y ahora asesor de inversiones.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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