El Papa en Mongolia como trampolín a una posterior pero difícil visita a Rusia y China

| Imagen de Reynaldo Amadeu Dal Lin Junior Juba en Pixabay
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Madrid. Estratégicamente el viaje de esta semana del papa Francisco a Mongolia tiene dos objetivos bien definidos. Por un lado, acercarse a la pequeña comunidad católica mongol, con unos 1.500 católicos en un país de algo más de tres millones de habitantes y, por otro, acercarse a China y Rusia, que no cede en su empeño en visitarlos y con buenas relaciones con Ulan Bator. Y a sus 86 años y tras superar en junio pasado una operación de una hernia en el abdomen, el Pontífice sigue soñando con visitar Pyongyang, Corea del Norte, donde ya lo intentó cuando visitó Corea del Sur en 2014.

Una visita histórica para el Vaticano, la primera de un Papa a este país, Mongolia, del Asia Central, y en medio de una enorme inestabilidad internacional con la guerra de Ucrania sin un fin claro y con una República Popular China que sigue marcando sus pautas de influencia en un mundo cada vez menos global y con la amenaza de Pekín de no acudir a la cumbre del G20 en Nueva Delhi, India, los próximos días 9 y 10 de septiembre, de ahí que el papa Francisco siga considerando tanto a Pyongyang como a Moscú y la capital china objetivos, casi utópicos, para que la Iglesia católica pudiera tener mayor presencia, aunque la influencia del catolicismo en estos países es de escaso protagonismo.

Las energías de Jorge Mario Bergoglio, pese a sus constantes achaques físicos, no le restan vitalidad para seguir liderando la Iglesia católica. A Mongolia, un país sin salida al mar, llega el Papa con el lema «Esperar juntos», en una visita (30 de agosto al 4 de septiembre), su 43 viaje al exterior, que al parecer deseaba el pueblo mongol, inmerso en la cultura budista y donde el catolicismo regresó en 1992.

El papa Francisco ya pidió en su visita a Corea del Sur en 2014 la reconciliación entre las dos Coreas. Ahora, como suele hacer habitualmente al sobrevolar el espacio aéreo, el Pontífice envío bendiciones de unidad y paz al pueblo chino, y en esta ocasión el avión papal atravesó el espacio aéreo de Bulgaria, Georgia, Azerbaiyán, Kazajistán y China, a quienes mandó telegramas a sus respectivos jefes de Estado, aunque esta vez no pasará por el espacio aéreo de Rusia, fronteriza con Mongolia, que aprovechará para impulsar el diálogo con otras religiones y denunciar los efectos del maltrato al medio ambiente, muy presentes en el país debido a la minería, entre otros asuntos.

Además, el papa Francisco ha pedido en su primer discurso desde su llegada a Mongolia -durante un encuentro con las autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático la detención de la proliferación nuclear- el fin de la corrupción y ha apostado por la difusión de la cultura de la solidaridad y mostrado una enorme oposición a las armas nucleares, abogando por la construcción de la paz y reforzando su compromiso con los Derechos Humanos, tal como señala el portal del Vaticano ‘Vatican News’.

Un viaje a Mongolia sin retirar la vista a China. Y aunque la Santa Sede y Pekín interrumpieron sus relaciones diplomáticas en 1951, ambos Estados firmaron hace cinco años un histórico acuerdo para desatascar el nombramiento de obispos locales. Un pacto, que ha sido renovado sin que se conozcan públicamente sus detalles, pero que sí fue muy criticado por una parte de los católicos chinos, al considerar que el Vaticano se había plegado a las exigencias del Gobierno chino, que no garantiza la plena libertad religiosa.

El Pontífice es el primer papa que visita Mongolia, un país en el que el catolicismo fue abolido en 1921 con la llegada del régimen comunista y que no reanudó sus relaciones con la Santa Sede hasta 1992, una vez que la doctrina marxista fue abolida. Y aquí, en la tierra del legendario Gengis Khan, en la frontera con China, se había instalado el catolicismo en el siglo XII, durante el imperio mogol, pero luego desapareció en el siglo XIV, en tiempos de la dinastía Yuan, aunque de forma incipiente resurgió a mediados del XIX y finalmente fue abolido en la segunda década del siglo XX.

El 28 de agosto de 2016 tuvo lugar la primera ordenación del primer sacerdote nacido en Mongolia, mientras en mayo de 2022 una representación de budistas viajaba a la Santa Sede en el aniversario del inicio de relaciones bilaterales, que se establecieron en junio de 2000 cuando el entonces papa polaco Juan Pablo II recibió en audiencia a Natsagiin Bagabandi, el primer jefe de Estado de Mongolia que pisaba el Vaticano.

Mongolia, con una superficie de 1.565.500 kilómetros cuadrados, divididos administrativamente en 21 provincias y un municipio (Ulan Bator, la capital, y con una población de alrededor de 3.461.000 habitantes), será para el Vaticano una buena referencia en sus objetivos por llevar la Iglesia católica a Asia, pero en especial a China.

No obstante, Mongolia cada vez se acerca más a las economías occidentales para reducir la dependencia de Rusia y China, país este último del que proceden más del 90 % de las importaciones y con ambos Estados mantiene desde 2016 un corredor económico cuya vigencia extendieron los tres países en 2022 por otro periodo de cinco años, pero, sin embargo, según el FMI, Mongolia, que en los últimos años refuerza lazos con Estados Unidos, es uno de los países de más rápido crecimiento del mundo debido sobre todo al descubrimiento de ricos yacimientos de oro, cobre, hierro, uranio, entre otras riquezas, como puede ser el petróleo.

En definitiva, un país sin salida al mar, pero rodeado de chinos y rusos. Un país que ahora con la visita del papa Francisco quiere abrirse más, un país del legendario Gengis Khan, creador del imperio más grande de la historia de la humanidad, que se independizó de China en 1911, bajo el régimen teocrático del Buda Viviente y con la protección de Rusia, hasta que sus vecinos del sur lograron volver a controlarlo en 1919. Un país cuya Constitución de 1992, que puso fin a casi 79 años de marxismo-leninismo, instauró la democracia parlamentaria y la economía de mercado. Un país, como acaba de decir el papa Francisco, en el que pasaron «las nubes oscuras de la guerra» gracias «al encuentro y al diálogo», y en el que puso como el ejemplo el periodo conocido como «pax mongola», la ausencia de conflictos entre los pueblos que fueron conquistados por el Imperio mongol durante los siglos XIII y XIV.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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