La conversación entre Xi y Zelenski no significa que China quiera paz
Madrid. Después de 14 meses de guerra, el presidente chino, Xi Jinping, por fin contactó por teléfono con su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski. Esta es su primera conversación directa desde febrero de 2022. Según publicó en Twitter Zelenski, él y Xi tuvieron un diálogo «largo y productivo».
Las noticias de una posible llamada comenzaron a surgir en marzo, cuando el dirigente chino planeaba su visita a Moscú para reunirse con su aliado Vladímir Putin. Un mes antes del viaje a Rusia, el Gobierno chino publicó un plan de paz para el conflicto de Ucrania que constaba de 12 puntos, entre los cuales figuraban llamamientos al cese de hostilidades, al respeto mutuo de la integridad territorial y al abandono de la «mentalidad de la Guerra Fría» y las sanciones unilaterales. Aun así, este plan fue criticado por Kiev y sus aliados occidentales, ya que evitaba llamar a Rusia el agresor del conflicto, tratando a ambos bandos de forma equitativa, y no definía los pasos concretos a tomar para alcanzar la paz. El plan era más bien una forma de manifestar ambiguamente la posición neutral de Pekín y su resolución por la paz.
La llamada telefónica, parte de una oleada diplomática china, reaviva la esperanza de que el gigante asiático no esté decantándose por completo por su aliado en el Kremlin, de que no esté dispuesto a arriesgarse por ahora a apostar en exclusiva por uno de los bandos. A pesar de no haber condenado la guerra en los 14 meses que está durando y su constante retórica antioccidental, Pekín nunca llegó a suplir a Moscú con armamento, mientras las compañías chinas que tienen intereses en los mercados occidentales avanzan con cuidado en Rusia para no invocar represalias por parte de Washington o Bruselas. Más aún, China sigue sin reconocer las anexiones de territorio ucraniano en 2014 y 2022, respetando así la integridad territorial de Kiev.
La retórica de consenso y la resolución diplomática como única posible para la guerra en Ucrania contrasta con la diplomacia de «lobo guerrero» que se popularizó en el Ministerio de Exteriores chino durante el segundo mandato presidencial de Xi. Esta estrategia, seguida por muchos altos cargos diplomáticos del país, consiste en posicionar a China como gran potencia mundial y defenderla ante cualquier crítica externa. La doctrina defiende una retórica nacionalista y radical, orgullosa e implacable. A diferencia de la estrategia internacional cuidadosa y mesurada de los expresidentes Jiang Zemin y Hu Jintao, Xi apela al sentimiento nacionalista de la población con declaraciones atrevidas y desafiantes. Entre los defensores de este enfoque diplomático figuran Zhao Lijian, exportavoz del Ministerio de Exteriores, su sucesor Wang Wenbin (que denominó el alegado genocidio de los uigures como «la mentira del siglo») y el embajador chino en Francia, Lu Shaye.
Este último, famoso por sus críticas al Gobierno francés y su sistema sanitario durante la pandemia, resurgió en los noticiarios esta última semana después de poner en cuestión la legitimidad de las repúblicas exsoviéticas en una entrevista en la televisión francesa. Su interlocutor preguntó al funcionario chino si su país reconocía la anexión rusa de Crimea, a lo que éste respondió diciendo que «las repúblicas exsoviéticas no tienen Estado legal internacional como tal, ya que no existe ningún acuerdo internacional que las especifique como Estados soberanos».
Esta declaración proveniente no de un medio marginal, sino de un representante del Gobierno chino, causó una indignación en Europa, especialmente en los países bálticos, anexionados en su época por la extinta URSS en los años 40. El Ministerio de Exteriores francés convocó a Lu para pedirle explicaciones. Pekín, mientras tanto, calificó las palabras del embajador como «una opinión personal» que no tiene nada que ver con la posición oficial de China. Para la reputación del gigante asiático, que durante décadas intentó atraer a los países de Asia Central a su órbita y cortejar a los europeos con comercio lucrativo, es este un fuerte golpe. Aun así, no hay noticias de que Lu fuese destituido ni tampoco de que los países indignados recibiesen disculpa formal alguna. El hecho de que un alto cargo pueda permitirse declaraciones así invoca dudas sobre la posición oficial de Pekín en cuanto a diversas cuestiones, tales como la integridad territorial de Ucrania, por ejemplo.
Este conflicto entre el ala más radical de la diplomacia china, encarnado en los «guerreros lobo», y el más moderado, que apoya el consenso y la neutralidad, demuestra una dualidad general de la retórica internacional china. Por un lado, está el público interior, al que Xi ceba con declaraciones nacionalistas, amenazas a Taiwán, críticas de Ucrania y de sus aliados occidentales. Es probable que Lu intentase aludir principalmente a este público, esperando ganarse la gracia del presidente.
Por otro, están los intereses económicos internacionales de Pekín que revuelven alrededor del aperturismo de China, de su capacidad de crear compromisos, de su predictibilidad. A estos los representa la posición oficial del Estado, dirigida principalmente a un público internacional. Es este dualismo surgido durante la presidencia de Xi hace que la diplomacia china parezca incoherente.
Por eso mismo es difícil interpretar el verdadero impacto de la conversación entre Xi y Zelenski. Sin duda demuestra la aparente resolución china por la paz, pero la falta de acción apunta en la dirección opuesta. El gigante asiático se beneficia considerablemente de su posición actual, usando la dependencia de Moscú de los pocos aliados que le quedan, pero al mismo tiempo pierde en crecimiento económico, estando todo el mundo en un estancamiento global. El lado de la balanza por la que Pekín se decante en el futuro dependerá de cómo proseguirá la guerra.