China sigue encarando de perfil el cambio climático por su gran dependencia del carbón

Madrid. La ausencia del presidente chino, Xi Jinping, en la cumbre del G-20 en Roma y en la del clima en Glasgow, en las que los principales líderes mundiales han abordado medidas para reducir el calentamiento global, deja una sensación de palpable cojera en la carrera internacional contra el cambio climático, pese al impulso de otras grandes potencias occidentales como Estados Unidos en esta difícil batalla.
El gigante asiático, el país más poblado del mundo con 1.400 millones de habitantes, es en la actualidad el principal emisor de gases de efecto invernadero con el 27 % del total, seguido de Estados Unidos, con el 11 %, India, con el 6,5 %, y la Unión Europea (UE), con el 6,4 %. Eso hace que el compromiso de China en esta lucha sea más que determinante para el conjunto del planeta.
Este año se espera que las emisiones de dióxido de carbono se disparen y regresen prácticamente a los niveles previos a la pandemia, de acuerdo con los datos de Global Carbon Project, un proyecto encabezado por un grupo de científicos que supervisan las emisiones contaminantes en todo el mundo. En concreto, estiman que el CO2 expulsado por el sector energético aumentará un 4,9 % en 2021 respecto a 2020 y que el gran responsable de este incremento es el uso del carbón en China.
Recientemente, la crisis energética llevó a China a aumentar la producción de carbón para hacer frente a los apagones, algo que preocupa al Gobierno sobre todo de cara al frío invierno. Pekín no quiere tensiones sociales por el desabastecimiento de energía y antepone el desarrollo económico en un momento en el que el país empieza a consolidar la recuperación tras la pandemia y continúa su denodada pugna con Estados Unidos por ser la primera potencia mundial.
Según estos científicos, las emisiones de dióxido de carbono de China crecerán un 4 % este año en medio de su reactivación económica, especialmente en sus sectores eléctricos e industriales. En 2020, pese al estricto confinamiento por la COVID-19, China fue el único país importante donde se registró un repunte de las emisiones, aunque modesto. Y es que, a pesar de los avances de las renovables en la nación en los últimos años, el carbón representa el 60 % de la oferta energética de la superpotencia. China produce cerca del 50 % del acero mundial y muchas de esas plantas funcionan con ese combustible fósil, lo que augura una transición difícil.
Esa realidad hace que China mire de perfil a iniciativas mundiales como la COP26, que se celebra hasta el 12 de noviembre en Glasgow, Escocia. En ella participan 120 jefes de Estado y de Gobierno que buscan que se asuma el compromiso de abandonar el carbón, retirar los coches de gasolina y diésel y recortar las emisiones de gases de efecto invernadero para reducir el calentamiento mundial. En definitiva, seguir avanzando hacia los objetivos fijados en París hace seis años: alcanzar la neutralidad en carbono en 2050 y lograr que la temperatura del planeta no suba más de 1,5 grados centígrados sobre el nivel preindustrial a finales de siglo para evitar alteraciones climáticas que tengan como resultado desastres naturales imprevisibles.
Mientras que Estados Unidos y la UE se han comprometido a reducir estas emisiones a cerca de la mitad para 2030, China seguirá incrementándolas a lo largo de esta década. En su plan de acción climática, China espera lograr el pico de emisiones de CO2 en ese lapso y no contempla la neutralidad de carbono hasta 2060, lo que ha decepcionado a la comunidad internacional porque se considera una meta poco ambiciosa, aunque muestra que el país tampoco quiere quedarse fuera del consenso internacional.
La lectura que puede hacerse de esta política es que está más que calculada. El Gobierno chino es consciente de la importancia de combatir el cambio climático, ya que la elevada contaminación en las grandes urbes chinas ha sido un problema de primer orden en la agenda de Xi por la preocupación que causa en los ciudadanos y la prueba es que desde hace años en China se han redoblado esfuerzos para reducir esa neblina tóxica que cubre los cielos de Xingtai, en el norte del país, o Handan, en la provincia de Hebei, en el este.
De hecho, China es el país que más energía solar genera a escala mundial, sus instalaciones eólicas son muy superiores a las de cualquier otro y es líder en ventas de vehículos eléctricos. En esa apuesta por las energías limpias, el Gobierno anunció en septiembre que dejará de financiar centrales de carbón en el extranjero. Sin embargo, son medidas insuficientes en la esfera internacional y reflejan que China va a un ritmo más sosegado en la batalla de la descarbonización.
China opina que la responsabilidad principal para combatir el cambio climático debe recaer en los países que más han contaminado el planeta hasta la fecha, entre ellos Estados Unidos y otras potencias occidentales. Además, hay datos que revelan un ángulo diferente sobre quién contamina más en el mundo: en términos de emisiones por habitante, la huella de carbono de un estadounidense es el doble de la de un chino, 15,2 toneladas frente a 7,4 toneladas de CO2, de acuerdo con el Banco Mundial.
Ante este prisma poliédrico de la realidad, Xi se limitó a mandar una nota a la cumbre de Glasgow en la que reiteró que alcanzará la neutralidad en 2060 y no asumió ningún objetivo nuevo. Esa actitud recibió duras críticas. Sin ir más lejos, el presidente estadounidense, Joe Biden -que aún no ha podido sacar adelante en el Congreso su paquete de medidas contra el cambio climático-, la calificó de «gran error», ya que, a su juicio, es una oportunidad perdida de un país que tiene mucho que decir por su clara incidencia en la subida de la temperatura global.
Ni siquiera China se sumó al acuerdo que alcanzaron esta semana en Glasgow 103 países para bajar un 30 % en los próximos 10 años las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero que es responsable del 25 % del aumento de la temperatura global desde la etapa preindustrial.
La ausencia de Xi en la cumbre del clima, junto a la del líder ruso, Vladimir Putin, ha rebajado las expectativas de sellar pactos de larga duración, lo cual es preocupante en la fase actual. Los científicos alertan de la repetición de fenómenos meteorológicos extremos y la necesidad de reducir rápidamente las emisiones de forma drástica para que el cambio climático esté bajo control.