¿Alcanzará China su objetivo de crecimiento económico del 5% en 2023? Motivos para el optimismo (I)

El presidente chino, Xi Jinping. | Kremlin.ru, Wikimedia
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Madrid. La segunda economía del mundo tiene un gran reto por delante: recuperar la zancada con la que venía acortando la distancia en términos de Producto Interior Bruto (PIB) con su rival directo, Estados Unidos. Por eso, el Gobierno de China quiso estar lo más atinado posible el pasado marzo, cuando fijó su objetivo de crecimiento del 5 % para 2023. Era sabedor, sin embargo, de que ese ritmo era el más bajo en décadas y que los economistas no tardarían en calificar esa meta de conservadora, como así fue. Pekín venía de tres duros años en los que la actividad había quedado subyugada por los estrictos confinamientos y cuarentenas de la draconiana política del Covid Cero autoimpuesta para acabar definitivamente con la letal pandemia.

Tras un prometedor inicio de año, con una expansión mayor de la esperada en el primer trimestre, las burbujeantes aguas de la economía china se amansaron y, con ello, poco a poco fueron en aumento las suspicacias de que la pragmática ambición del presidente Xi Jinping de restablecer los niveles de crecimiento previos a la crisis sanitaria podría desvanecerse.

En 2022, aún con las duras restricciones en vigor, el gigante asiático apenas se expandió un 3 %, una cifra escuálida si se compara con la media de crecimiento anual del 9,3 % en los 30 años anteriores a la pandemia. En esa ocasión, la previsión oficial era de un repunte del 5,5 %, así que esta vez fue incluso más cauto y para 2023 la dejó en el 5 %, un dato, no obstante, muy respetable para cualquiera de las grandes economías del planeta, pero que decepcionó a algunos analistas que albergaban unas expectativas más elevadas ante el rebote que se venía apreciando en el gasto de los consumidores y en la producción industrial después de que se levantaran las limitaciones por el coronavirus.

El fin que perseguía con esa austera guía era dar prioridad a la estabilidad económica, pese a que con ello asumía que el crecimiento de China en la próxima década será lento en comparación con los espectaculares estándares históricos. Burro amarrado, leña segura, en suma.

También se interpretaba que, con esa prudencia, los dirigentes chinos evitarían desplegar grandes cantidades de estímulos para espolear la recuperación. Cábalas, al fin y al cabo, que siempre pueden verse truncadas en un entorno global tan incierto como el que vivimos, de tal forma que, por momentos, a lo largo de este año se llegó a poner en duda incluso esa meta a medida que la economía daba síntomas de estancamiento.

En agosto, el banco de inversión japonés Nomura cuestionó que el país fuera a alcanzar el objetivo de crecimiento del PIB marcado por el Gobierno para 2023 si no se aplicaban más estímulos para dinamizar la economía. Era un momento delicado, en el que el pesimismo cobraba fuerza mientras Pekín decidía suspender la publicación de las cifras de un paro juvenil en máximos.

El rápido deterioro del crecimiento a partir del segundo trimestre, con el desempleo en plena espiral alcista y la inversión en franca desaceleración, llevó a las autoridades del país a remangarse y apoyar a la economía para llegar al anhelado 5 %, tratando de estabilizar el problema inmobiliario que azota a la nación, respaldando al sector bancario y relajando los controles a la inversión extranjera. Asimismo, Pekín dio luz verde a los gobiernos locales para que emitieran más bonos para sufragar proyectos de infraestructuras, al tiempo que el sistema bancario estatal concedió más créditos para construir fábricas. Con ello, pretendía crear más empleo con la esperanza de que la gente gastara más dinero.

Dichas medidas empezaron a notarse en el tercer trimestre, cuando se aceleró el ritmo de crecimiento: el PIB subió un 4,9 % entre julio y septiembre frente al mismo periodo del ejercicio anterior, por encima de las previsiones de los analistas consultados por Reuters de un incremento del 4,4 %. En términos intertrimestrales, el incremento fue del 1,3 %, un dato significativamente superior al 0,5 % del segundo trimestre.

Además, en septiembre el consumo repuntaba a su ritmo más rápido en cuatro meses, con un avance del 5,5 % de las ventas minoristas frente al 4,6 % en agosto, y la actividad industrial también sorprendía al alza. Esto sugería que la política implementada por el Gobierno está ya contribuyendo a impulsar la recuperación.

Con estos mimbres, parece que el objetivo gubernamental de crecimiento para este año podría materializarse y a ese carro se han subido los principales bancos de inversión internacionales, que han revisado al alza de las estimaciones para el país. El propio Nomura ahora ha elevado su previsión para este año a un crecimiento del 5,1 % frente al 4,8 % anterior. Moody’s Analytics, otra de las entidades que pusieron en entredicho la meta, ha subido su cálculo al 5 % desde el 4,9 %, mientras que JPMorgan ha mejorado el suyo al 5,2 % desde el 5 %. Por su parte, Goldman Sachs ha señalado que los últimos datos sugieren «más brotes verdes» en la economía del país de cara al cuarto trimestre.

Al final, las previsiones, como las encuestas, suelen marcar una tendencia que se supone está basada en el análisis pormenorizado. No quiere decir que no puedan equivocarse, sobre todo si aparece algún cisne negro que ponga todo patas arriba, pero también la física tiene sus leyes y si el movimiento sigue uniformemente acelerado, es decir, el crecimiento permanece constante en la recta final de 2023, la economía del país tiene a tiro de piedra conseguir su meta. Y eso este año tiene un significado especial después de que el incremento del PIB en 2022 no solo incumplió el objetivo marcado, sino que fue el más bajo desde 1976 por las prolongadas restricciones asociadas a la pandemia. En juego hay un mensaje que transmitir al mundo: la economía china no tiene los pies de barro.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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