¿Una tercera vía para Taiwán?
Madrid. Tsai Ing-wen, la nueva presidenta taiwanesa, no sorprendió en su discurso de investidura. Sus palabras fueron las esperadas y de ellas cabría destacar varias impresiones. La primera, que su mandato tendrá una fuerte carga interna, con atención a los problemas domésticos y económicos, y reparadora al menos en dos sentidos: uno relacionado con lograr un mejor desempeño de la justicia social, otro con la memoria histórica no solo en lo que atañe al legado de la dictadura del KMT sino a la dignidad debida a las comunidades aborígenes.
La segunda, que aspira a establecer un nuevo equilibrio a través del Estrecho. Como se había vaticinado, no hubo reconocimiento explícito del Consenso de 1992, la “brújula mágica que calma los mares”, aunque aseguró la continuidad de los mecanismos de diálogo existentes, circunstancia que no solo depende de la voluntad de Taipéi.
La tercera, que aspira a más apoyo de esa comunidad internacional que dice profesar los valores democráticos, en especial de sus dos grandes aliados oficiosos, Estados Unidos y Japón.
Desde Washington se alabó la actitud cuidadosa de Tsai y el Partido Democrático Progresista (PDP) espera que una mayor comunicación haga valer su peso como “socio vital” y como “componente clave” de la estrategia estadounidense en Asia-Pacífico. Tsai señaló a EEUU como la más alta prioridad en su política exterior y espera compensar la probable pérdida de aliados diplomáticos con la intensificación de los vínculos con estos y otros aliados en un escenario de agravamiento de la confrontación estratégica global con China. Algunos movimientos en EEUU apuntarían en esa dirección.
Para Beijing, el escenario es complejo. Su principal aliado en la isla, el Partido Kuomintang (KMT), le sirve de bien poco habida cuenta su pérdida de influencia en todos los escalones del poder. Por otra parte, una gestión más hábil y cercana de Tsai puede granjearle más apoyo cívico y este podría verse reforzado de optar el continente por un precipitado endurecimiento de las acciones que presente a Tsai como una víctima de la intransigencia del Partido Comunista de China (PCCh).
Tras el discurso de investidura, su evaluación de Tsai y del PDP no ha variado: se diga cómo se diga, ambos son enemigos de la política de acercamiento aplicada en los ocho últimos años. Se ignora si Tsai va a observar el Consenso sin reconocerlo expresamente o si ese no reconocimiento expreso será la coartada para aplicar una política de facto de alejamiento. A China no le vale el respeto en abstracto y demandará hechos concretos.
Tsai no seguirá el rumbo del ex presidente taiwanés Chen Shui-bian (2000-2008). No basará su gobierno en el populismo ni fomentará la división interna ni buscará el enfrentamiento abierto. La base de su partido puede ayudarle a consolidar un perfil de dirigente centrista y centrada si es capaz de mantener a buen recaudo los llamamientos de los partidarios de la independencia que apelan a la victoria para caminar por dicha senda. El anunciado compromiso con la preservación del “statu quo” le exigirá pasos en la dirección contraria.
¿Pueden las vagas palabras de Tsai seducir a Beijing? ¿Puede Tsai resolver los problemas de Taiwán en conflicto con China continental? China no es ni será ambigua con Tsai. Es verdad que tiene un mandato claro de la ciudadanía y que dispone de mayorías contrastadas y suficientes, pero también lo es que China dispone de importantes palancas para incidir en el curso de la isla. La anunciada política hacia el Sur –ya intentada por Chen Shui-bian–, con el reforzamiento de los vínculos con los países de ASEAN e India, entre otros, para diluir la dependencia del continente, puede acabar, otra vez, en fracaso. Algunos sectores empresariales ya lo han avisado.
Aunque la ambigüedad es un arte en las tierras de Oriente, una tercera vía difícilmente podrá hipnotizar a las partes en litigio y ambas podrían verse abocadas, más temprano que tarde, a un escenario de mayor complejidad y retroceso. China incluso podría ver más peligro en la calculada actitud de Tsai y por ello no dejará pasar la mínima oportunidad de dejar en evidencia sus contradicciones. Para lograr la unificación precisa erosionar su credibilidad.