¿Podrá Carlos III mantener su corona en los «reinos» ultramarinos?

Madrid. El pasado día 6 de mayo tuvo lugar un evento histórico tanto para Reino Unido como para las antiguas colonias británicas en general: la coronación de Carlos III como nuevo rey. La última ascensión al trono fue en 1952, hace más de 70 años, cuando la madre del actual monarca, Isabel II, inició su largo reinado con tan solo 26 años de edad. Aun así, a pesar de la grandiosa ceremonia, la corona británica parece estar perdiendo su popularidad en el mundo después de la muerte de la soberana Isabel II en septiembre de 2022.
En 2021, la isla caribeña oriental de Barbados decidió alejarse de su antigua metrópoli colonial y se declaró una república, dejando tan solo 15 países (entre ellos el Reino Unido) que reconocen a los inquilinos de Buckingham como jefes de Estado. Entre estos países figuran dos miembros del G20 (Australia y Canadá), Nueva Zelanda, ocho naciones caribeñas y tres del Pacífico sur. Estos territorios, también conocidos como «reinos», junto con decenas de otras excolonias británicas forman parte de la Mancomunidad de la Naciones, una organización internacional liderada por Londres. En los años 50 y 60, cuando el imperio colonial británico se desmantelaba poco a poco, esta organización sirvió para proyectar los intereses geopolíticos y la influencia del Reino Unido a sus antiguas colonias. Y la monarquía, con la popular y carismática Isabel de líder, servía de objeto unificador para esta amalgama de naciones.
En Canadá, mientras tanto, la principal fuerza de las filas republicanos son los nacionalistas quebequeses, defensores de la autonomía de la región de habla francesa, que no ven en los monarcas británicos unos representantes legítimos de sus intereses. En Australia ya hubo intentos de cambiar el statu quo durante el referéndum de 1999, cuando el proyecto republicano fue rechazado por el 55 % de los votantes.
Para las naciones del Caribe, que son las que más sufrieron de los siglos colonialismo inglés, abolir la monarquía es un proceso difícil que supone cambiar la constitución, algo posible solo con una considerable mayoría en el parlamento. La iniciativa de 2009 de Antigua y Barbuda no consiguió su fin, con el 56 % de los votantes apoyando la conservación de la situación actual. Jamaica y las Bahamas también están sopesando una decisión similar y estableciendo comités para desarrollar un nuevo proyecto.
Mientras tanto, en el Pacífico, el pequeño archipiélago de Tuvalu, poblado por tan solo 12.000 personas, ya intentó en dos ocasiones deshacerse de la corona británica en 1986 y en 2008, pero ambas fallaron. Papúa Nueva Guinea y las islas Salomón, por otro lado, parecen estar satisfechos con el ‘statu quo’, al menos por ahora.
No obstante, el nuevo rey parece carecer del apoyo que recibía su madre. Según encuestas en el Reino Unido realizadas por YouGov, Carlos se encuentra en el quinto puesto por popularidad entre los miembros de la familia real con un 55 %, después de Isabel II con 80 %, su hermana Ana con 66 % y su heredero Guillermo con su cónyuge Catherine (65 % ambos). Esto se debe a las controversias históricas relacionadas con el nuevo rey, tales como su divorcio con la Lady Diana y su consecuente denuncia a la familia real o el más reciente conflicto con su hijo Harry y su mujer Meghan. La imagen de la monarquía, que se ve obligada a convencer a las masas de su utilidad, se vio mancillada por los continuos escándalos, tan queridos por la prensa amarilla.
La situación es similar internacionalmente. Isabel, gracias a su carisma consiguió varios logros diplomáticos para su país, como, por ejemplo, presionar a la primera ministra Margaret Thatcher para que esta condene el régimen de Apartheid en Sudáfrica. Eso hacía que la figura de la reina inglesa podía competir tan solo con la del Papa por popularidad en todos los rincones de la tierra. La familia real, a la que la reina instruyó mantenerse al margen de los conflictos políticos, se convirtió en una atracción turística de Reino Unido. La actividad filantrópica de la corona, junto con las instituciones patrocinadas con sus fondos, hizo que, a pesar del considerable coste, la monarquía fuese rentable económicamente, según la opinión de diversos analistas. Por otro lado, Isabel conseguía mantener el apoyo de las masas británicas, convenciéndolas una y otra vez de su utilidad. La pregunta es si Carlos, cuya reputación está lejos de la de su madre, podrá reformar la monarquía para mantener a los millones de súbditos ultramarinos que proporcionan su legitimidad a la corona británica.