Japón y el bullir Indo-Pacífico

Madrid. Cada Prima-Verano animación informática desde el Noreste Asiático asegurada ante las vacaciones. El 2017 bullir diplomático en la ONU con la aprobación por unanimidad del “Primer Tratado Multinacional para la Prohibición de Armas Nucleares”, sin firmar por Japón, mientras los misiles sobrevolaban sus ciudades con la mecha en manos impredecibles, amenazantes.
Este año es un bullir de poderes globales en la exprés del Pacífico ya que nadie creerá que se queda todo en un problema, realísimo y emponzoñado de 70 años, entre las dos sufrientes Coreas.
El espectáculo es el Gran Circo del Mundo televisivo, periodístico y de redes sociales al momento con analistas, pensadores y peatones opinando, interpretando los sorpresivos encuentros de los grandes, sus renuncios, extravagancias o vulgaridades.
Sin embargo, “soto voce”, los analistas más profundos insinuaban el verdadero trasfondo del espectáculo. Se trataba de algo más que el doloroso fratricida problema coreano, e incluso que el amenazante desastre nuclear global. No sé cómo formularlo de manera políticamente correcta.
En abstracto, ¿contraposición de mentalidades y valores para la configuración de un nuevo mundo de poderes? O más en concreto, ¿concepción mercantil internacional, occidental u oriental? ¿Desafío entre la Democracia Occidental y el Nuevo Imperialismo Democrático Asiático? ¿Es mucho decir liberalismo versus comunismo? Quizás mejor, valores de comercio internacional teóricamente defendidos por Occidente o los surgentes en Oriente en estos últimos años. Corrientes ocultas de grandes poderes en ese bullir indo-oceánico. Hasta lo de la desnuclearización se queda en el cartelón propagandístico para el pasen y vean.
Eso, veamos los tres actores protagonistas escénicos obligados de negociaciones, encuentros, acuerdos y tratados. En breve, las dos Coreas y EEUU más Japón, un actor involucrado, aunque no por voluntad propia, sino por mera cercanía y por sufridor aun antes de haberse iniciado la batalla. De nuevo, también, en el fondo, por algo más: ser declarado defensor de los valores occidentales.
Su tradición de asimilador de sistemas extranjeros le viene del siglo VI cuando se introdujeron las doctrinas confucianas y empezaron a estructurar su sociedad. Hoy son su armazón indiscutible. Con la Restauración Meiyi, 1868, de ansias imparables de modernización, sus líderes políticos organizan la Super Embajada Iwakura para recorrer el mundo y aspirar todos los nuevos vientos democráticos de gobernanza que soplaban principalmente por América y Europa.
Es decir, un embajador plenipotenciario, cuatro vice-embajadores, más de 40 magnates, tres ministros en activo, estudiosos y cualificados profesionales, aprendiendo durante casi dos años. Revolución Industrial, sistemas financieros, organización militar, democracia institucional… todo, para ser asimilado e insuflado en sus nuevas a crear instituciones conservando su espíritu japonés netamente asiático.
Más tarde, desde 1945, y durante más de 70 años, Japón se internacionaliza siguiendo esos mismos sistemas asiático occidentales. Japón acaba siendo cien por cien occidentalista, aunque no occidentalizado. Siempre asiático y europeísta.
Hasta el 12 de junio, el papel negociador de Japón fue bien visible e influyente. Ese día, con el apretón de manos Kim-Trump acaba el primer acto del espectáculo mediático. Empieza el segundo del delicado y oscuro bregar diplomático para negociar las formas, medios y tiempos de la desnuclearización, y el papel negociador japonés se difumina en la escena. Se adivinaban razones, no declaradas abiertamente. Japón insistía en un programa concreto de fechas límites y sitios a desmantelar, mantener la presión y no solamente el diálogo, conceder ayudas sin escatimar nada pero con respuesta de resultados visibles, comprobables….
Podríamos alargar la lista e incluso discutir de su verdad, matizaciones y reticencias. No es el punto. Era su saber negociar asiático-occidental lo temido. Japón llevaba acumulados 20 años de negociaciones fallidas por incumplimientos. Claramente lo expuso Shinzo Abe en la ONU meses antes. Japón sabía demasiado. Sus avales de más de 60 años de irrefutable paz democrática, su alergia ciudadana a lo nuclear, su aportación tecnológica por décadas a países asiáticos en desarrollo, o la cultural a jóvenes con sus artistas, modas, animes y seriales televisivos idolatrados por toda Asia ahora aparcados, ¿por qué? ¿Alguien más interesado en una solución pacífica, y creyente en ella? El orillamiento de Japón ¿a quién podría beneficiar?
El 8 de julio vemos la foto de la tranquilidad con el secretario de Estado americano dando la mano al Primer Ministro Japonés, y reafirmando el papel participativo que le pertenece. Japón no eran unas islas que navegaban por allí cuando pasaban los misiles. Tokio es la ciudad con mayor riesgo para su desarrollo económico precisamente por su proximidad a Corea del Norte, según el “Índice de Riesgos de Mercados” de la Lloyd´s of London Insurance Market. Y casi a noticia seguida, la otra foto, reunidos los ministros de Asuntos Exteriores de Corea del Sur y Japón con el mismo Mike Pompeo. Fajadores imprescindibles en las negociaciones.
¿Puede Occidente prescindir de su más creyente aliado por más de 70 años, para navegar en esa vorágine Indo-Pacífico de grandes poderes? Los avales japoneses como excepcional valedor y experto negociador entre Oriente y Occidente se han ignorado demasiado. La UE sí sabe bien del gran baluarte de valores occidentales japonés incrustado en Oriente y, por eso, está dispuesta incluso a desplazarse a Tokio a firmar el definitivo “Tratado de Libre Comercio”, ya ratificado por los 28, dado que Shinzo Abe no puede venir por la tragedia de las recientes, fuera de récord, lluvias torrenciales.