Japón: ¿anti o pro armas nucleares?

Madrid. Muchos soñaban con los resultados del Comité de la ONU a primeros de julio. Pues no. Ha sido una larga historia hacia la nada. Tratan de convencernos mediáticamente de haber sido un triunfo presentándonos los resultados cuantitativamente. Votaban 122 miembros el Primer Tratado Multinacional para la Prohibición de Armas Nucleares.
De esta forma, se condenaba explícita y globalmente todo tipo de desarrollo, fabricación, pruebas, almacenamiento…y, por supuesto, uso de armas nucleares. Ni siquiera con fines previos disuasorios. Ni un resquicio deja el texto por donde seguir con el orden actual. Y 120 países firmándolo, de los 122. Un espejismo de triunfo que se evapora también en la nada.
El texto aprobado por Naciones Unidas es el primer tratado global para prohibir las armas nucleares, un acuerdo considerado histórico por sus defensores, pero que ha sido boicoteado por todas las potencias atómicas, incluidos los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido).
“Es un paso en firme, recalcó Beatriz Fihn, directora de la Campaña Internacional para la abolición de Armas Nucleares”. “Es un comienzo y un momento histórico, añadió Elena Whyte Elayne, presidenta del proceso para la elaboración del texto.
Uno se pregunta, ¿cuál es ese paso firme? Y después, ¿un comienzo de qué? Porque desde 1968 con el Tratado de No Proliferación (TNP), seguido de los ZLAN (Zonas Libres Anti Nucleares) para el Pacífico Sur, África, Asia Central, Mongolia…algo se ha conseguido, dado que se instrumentaron medios para caminar hacia la desnuclearización bélica: inspecciones, controles, penalizaciones… Ahora había que dar el paso definitivo contra esos 15.000 crueles ingenios nucleares que aún quedan sembrados por el mundo.
Paso hacia la nada porque entre los 120 firmantes no vimos los actuales poseedores de nucleares: EEUU, China, Francia, Reino Unido, Israel, India, Pakistán, Corea del Norte, Francia. ¿Hacia dónde y cómo podrá andar ese gran cuerpo de naciones firmantes sin las piernas que realmente les harían moverse?
Lo de Japón nos lo temíamos porque ya ni quiso intervenir desde 2016 en las negociaciones para formular el texto. Su posición ha sido, como ha dicho desde entonces su Ministro Ishida, consistente: “si ni siquiera entraban a dialogar los nucleares, ¿cómo tomar partido?” Por eso no firmaron. Y Japón no se lanzó ni a ser simbólicamente el adalid de lo antinuclear. Tampoco, al parecer, le animó nadie. No existía ningún otro país con más autoritarios y convincentes galones para dirigir la escuadra liberadora. Japón es el único país que sufrió, y puede mostrar hoy todavía en sus carnes vivas el horror del átomo bélico. El único también más amenazado cada semana por los misiles norcoreanos.
Internacionalmente ¿quién habría criticado su firma testimonial? ¿Por qué no actuó al menos su pragmatismo oriental para descubrir que esto suena a un canto más al sol de los poderosos? Este documento es muy valioso como regidor ético, se ha dicho. Si es solo eso más fácil todavía coger su bandera y liderar los 120 miembros que firmaron. Quizás hasta con el aplauso de los que no lucieron su estilográfica. ¿Acaso habría peligrado la protección estadounidense en caso de verse atacado en su suelo? Domésticamente ¿en base a qué se habrían opuesto sus ciudadanos? A veces hasta se explica uno la desconexión abismal entre los políticos y los anhelos de sus pueblos.
Preguntas y más preguntas deseando vislumbrar al menos los arcanos de las decisiones políticas. Me temo acabar como el discípulo de Zen cuando se atrevió a preguntar a su Maestro que cuál era el secreto del Buda. No puedo decírtelo. ¿Por qué Maestro? Por qué es un secreto.