Guerra de Ucrania (y II): El Kremlin no puede defender sus líneas rojas
Madrid. ¿Pero para qué Kiev necesita estas incursiones? ¿Por qué gastar valiosos recursos para avanzar tan solo varios kilómetros de territorio con poco valor estratégico? Los expertos ven diferentes motivos, pero uno de ellos es claramente militar. Después del avance relámpago en otoño de 2022, cuando Ucrania liberó la región de Járkov y la ciudad de Jersón, el frente estuvo estancado en su mayor parte, siendo la batalla de Bajmut el único progreso de las tropas rusas. Desde comienzos de 2023 se empezó a hablar de la segunda contraofensiva ucraniana, incentivando especulaciones en cuanto al frente en el que tendría lugar y las posibles consecuencias. La tensión era tan alta que sacó a la luz el conflicto entre el jefe del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, preocupado por la difícil situación de sus mercenarios en Bajmut, y el Ministerio de Defensa, que se negaba a suplirle a los Wagner con municiones en detrimento de otras formaciones del ejército ruso. El ataque al territorio ruso podría servir de distracción para obligar al Kremlin dedicar más atención a su frontera de casi 1.000 kilómetros. Si la Legión y RDK pudieron entrar por Bélgorod, nada les impedirá avanzar hacia Kursk o Briansk que quedaron descubiertos después de las retiradas de abril y septiembre del año pasado. Si Kiev consigue obligar al Kremlin a mover parte de sus tropas a la región, eso supondría dejar ciertas partes del frente indefensas ante la contraofensiva ucraniana.
El segundo motivo es mediático: el 20 de mayo, tan solo dos días antes de la incursión en Bélgorod, Prigozhin anunció que Bajmut fue finalmente tomada por el grupo Wagner después de casi diez meses de combate y un conflicto abierto con el Ministerio de Defensa. Esto debería ser el mayor triunfo de Rusia en 2023, a pesar del pequeño valor estratégico de la aniquilada ciudad. No obstante, la incursión en Bélgorod conquistó rápidamente la atención de los medios y convirtió la victoria rusa en una noticia secundaria. El Ejército ucraniano consiguió mantener la tensión de su esperada contraofensiva y evitar que se hable demasiado de sus derrotas. Este efecto lo remarcó el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, cuando le preguntaron sobre la situación en el óblast de Bélgorod.
No obstante, el ataque tiene además un valor propagandístico polifacético. No solo demuestra la insignificancia de las fortificaciones fronterizas de las que alardeaba la televisión rusa, sino también manifiesta que Ucrania no atacaba antes el territorio ruso solo por su propia voluntad y no por carencias tecnológicas o armamentísticas. El ‘casus belli’ formal para la guerra en Ucrania fue el ataque a un puesto fronterizo ruso. Los medios estatales se llenaron de fotos de automóviles quemados y un vídeo que mostraba una caseta destruida que, según el lado ruso, era justo el puesto fronterizo. Defender el país de una invasión ucraniana alejando la frontera fue una de las causas anunciadas por el jefe del Kremlin para la «operación especial», aparte de las abstractas desnazificación y desmilitarización. Putin, que para muchos rusos se convirtió en el sinónimo de la estabilidad, la seguridad que contrastaba con la anarquía de los tumultuosos años 90, ahora no consigue defender a su propia población y desaparece del espacio público para no asociarse en la memoria de la gente con los problemas y las derrotas.
Además, la incapacidad de echar a los irruptores de Bélgorod convierte en una verdadera farsa la constante retórica de la propaganda de las «líneas rojas». Cada vez que Ucrania se atrevía a atacar un blanco cada vez más significativo en territorio ruso la máquina propagandística reanudaba el movimiento de sus engranajes para amenazar a Kiev con una respuesta fuerte, una venganza por colmar el vaso de la paciencia rusa. Margarita Simonián, Vladímir Soloviov y otros gurús de la propaganda exigían un ataque a los centros de mando, escudándose con que Rusia aún no había empezado la guerra como tal, limitándose a una operación especial para salvar más vidas, parafraseando a Vladímir Putin. Cuando aún quedaba margen de maniobra Moscú podía seguir escalando la situación: cuando los ucranianos avanzaron en el óblast de Járkov, Putin anunció la movilización, cuando atacaron el puente de Crimea, Rusia respondió con un bombardeo de Kiev y la infraestructura energética del país.
Pero desde entonces las amenazas rusas se convirtieron en una verdadera farsa, ya que ni la pérdida de Jersón, cuya presa de Nova Kajovka, parcialmente destruida culpando Kiev a Moscú, ni el ni el asesinato de varios apologetas de la guerra, ni repetidos ataques aéreos al territorio ruso recibieron respuesta contundente alguna. El ataque de drones a Moscú fue vengado con varios bombardeos diurnos de Kiev con misiles y drones iraníes, gran parte de los cuales fueron derivadas por los Patriot. Ni los famosos Kinzhal hipersónicos rusos pudieron evadir los sistemas antiaéreos americanos. Este nuevo ataque a Bélgorod deja a Putin en evidencia, demostrándole que ya no tiene margen de escalada y que sus amenazas no se las creerá nadie.
Originalmente, pocas semanas antes de la guerra, algunos expertos no podían creerse que Putin decidiera invadir Ucrania: al fin y al cabo, desde el punto de vista racional, Rusia no ganaría nada del conflicto incluso si consiguiese tomar Kiev en un mes. Pero había una importante cuestión que incentivaba al Kremlin a escalar la situación: uno no puede amenazar todo el rato estando en realidad de farol. Al cabo de un tiempo nadie más se creerá sus amenazas. Moscú no podría continuar sacándole a Occidente concesiones a cambio de que este no ataque Ucrania durante mucho tiempo. Era necesario demostrar que Putin no iba de farol. Ahora las amenazas rusas también están perdiendo mucha credibilidad, especialmente para los más halcones de la sociedad rusa. Como bien dijo Simonián, jefa de la cadena ‘RT’, la gente está cansada de oír la farsa de las «líneas rojas» que Moscú no permitirá cruzar y punirá con toda su fuerza a todo quién lo haga.
¿Cuál sería la solución para la propaganda rusa? Intentar normalizarlo como siempre lo hicieron. «Esto va para largo», «esto es la nueva realidad y hay que aceptarlo», «estamos en guerra», predican los expertos en la televisión. Y a pesar de la destrucción que está sufriendo Bélgorod, sigue siendo insignificante por ahora para romper la apatía de la gran mayoría del electorado del presidente. Desde hace años Putin está preparándose para las elecciones de 2024, que decidirán su futuro una vez por todas. La guerra se pensaba como una buena campaña electoral, pero ahora que fracasó, el presidente ruso tiene que apañárselas con lo que tiene. Criticado tanto por la oposición democrática que habita las numerosas cárceles rusas, como por los halcones militaristas que denuncian la incompetencia del liderazgo militar, Putin tiene que intentar movilizar a la gente apolítica, cuya apatía usó durante años.
De esta forma, organizar abiertamente una nueva movilización o enviar la guardia nacional a defender la extensa frontera sería admitir la derrota. Como hizo durante las semanas más difíciles de la pandemia, como hizo durante la pérdida de Jersón o los asaltos a Bélgorod, Putin se esconderá del espacio público para no mancillar su imagen y mantenerse al margen de toda crítica. La incursión seguirá chispeando en la frontera hasta que la destrucción sea lo suficientemente significativa para intervenir, instaurando el régimen de emergencia en las zonas fronterizas, por ejemplo, considerando que hace poco fue aprobada una ley que permite organizar elecciones independientemente del régimen en el que se encuentra.
Otro problema que surge con esta incursión es la pérdida de legitimidad del Gobierno central en las diversas regiones. En caso de que las fuerzas armadas rusas no les defiendan no se puede descartar que la población local intente hacerlo por su cuenta o intente acudir a alguno de las decenas de ejércitos semiindependientes como el Grupo Wagner, por ejemplo. Eso conminará más aún el comando central de las operaciones, erosionando la unidad y la moral de las tropas rusas.
Pero ¿y Ucrania? ¿Seguirá pudiendo usar armamento occidental para atacar el territorio ruso? A pesar del aparente apoyo incondicional a Ucrania de la gran mayoría del público europeo y estadounidense, imágenes de bombardeos rusos no harán muy buena campaña para Kiev. La estrategia más razonable sería seguir usando tropas rusas (para negar implicación cualquiera) para obligar a Moscú a destinar parte de sus fuerzas a la región, facilitando así la contraofensiva. Si esa presión funcionará o no se sabrá en los meses venideros.