Guerra civil en Birmania (I): Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas

Madrid. La cumbre de la ASEAN celebrada entre el 10 y 13 de noviembre de 2022 abordó varios temas de suma importancia para la región. La cuestión que más preocupa a los países del Sudeste Asiático gira en torno a la precaria situación en Birmania (o Myanmar, uno de los diez miembros de la organización), que tras un golpe de Estado en 2021 es regido por una severa junta militar. El país se encuentra en medio de una guerra civil entre el Ejército (aquí llamado Tatmadaw) y la oposición democrática (el Gobierno de Unidad Nacional, NUG por sus siglas en inglés), apoyada por múltiples milicias étnicas que abundan en el diverso país asiático.
No obstante, no paran de llegar noticias de las cruentas represalias por parte del Tatmadaw contra civiles, que no hacen más que aumentar la presión internacional sobre la ASEAN para solucionar este conflicto. Min Aung Hlaing, jefe de la junta, no fue invitado a la reunión, devolviendo así a Myanmar al ostracismo mundial.
En febrero de 2021, el Ejército birmano derrocó al recién electo gobierno aliado con la expresidente y premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que fue encarcelada. Myanmar, tras una corta bocanada de democracia y libertad del dominio militar, volvió al régimen de hierro del Tatmadaw. La decisión de Min Aung Hlaing de retomar las riendas del poder llegó como una sorpresa para la mayoría de los analistas debido a la gran influencia que ya tenían los militares en el Parlamento antes del golpe. El argumento de la junta de que pretendía estabilizar el país se desmoronó después de que miles de personas salieron a protestar y tomaron las armas para unirse a las guerrillas de la resistencia.
La reunión de la ASEAN comenzó dos semanas después de la brutal masacre en el estado oriental de Kachin. Un festival conmemorativo del 62 aniversario de la creación de la Organización para la Independencia de Kachin (KIO en inglés), una milicia étnica opuesta al régimen militar de Naipyidó, estaba teniendo lugar el 23 de octubre en el pueblo de Hpakant. A las ocho de la tarde local, varios aviones de combate del Tatmadaw bombardearon la localidad, matando a entre 50 y 80 personas, entre las cuales había músicos de la etnia kachin y oficiales del KIO. Los acontecimientos del 23 de octubre se convirtieron en la más sangrienta represalia ejecutada por el Ejército desde el golpe de Estado en febrero de 2021.
Este caso no es ni mucho menos la excepción. Durante el último año, decenas de pueblos fueron arrasados por la aviación, artillería o infantería birmana. Las represalias desencadenadas contra los manifestantes en las grandes ciudades dejaron cientos de víctimas. Debido a la escasez de información proveniente del país y el fragmentado acceso a Internet de la población es imposible saber con certeza la cifra total. Según la agencia de análisis de conflictos ACLED, desde el golpe de Estado más de 27.000 personas murieron durante manifestaciones, combate armado o ataques por parte del Ejército. Alrededor de un millón de personas se convirtieron en desplazados internos (datos de la ONU), otros cientos de miles huyeron de la violencia a los países vecinos, convirtiéndose así en refugiados. La junta declaró terroristas a todos los manifestantes y rebeldes, con lo que justifican sus duras acciones.
Cerca de 13.000 fallecieron en el primer año de la dictadura del Tatmadaw, según informó la ‘BBC’ en febrero citando a ACLED, lo que significa que más de la mitad de las víctimas murieron en los nueve siguientes meses. Si son veraces los datos de ACLED, esto pondría a Myanmar en la lista de los conflictos más calientes del mundo junto con Ucrania, Afganistán y Yemen.
La brutal represión de las protestas que estallaron tras el golpe no alcanzó el efecto esperado. La oposición no solo no se rindió, sino que se radicalizó y desafió abiertamente la junta de Naipyidó a mano armada. Poco después se fueron activando las milicias étnicas locales que tanto abundan las regiones limítrofes que se aliaron con el NUG para combatir contra los militares.
Las atrocidades cometidas por los soldados birmanos son una señal de debilidad, no de fuerza, creen algunos. El Tatmadaw no se arriesga a perder soldados en una guerra de guerrillas en medio de la selva, prefiriendo arrasar a sus enemigos con ataques puntuales a la infraestructura de los rebeldes. El Ejército se hace cada vez más reacio a abandonar sus fortificadas bases esparcidas por el país, usando en vez de esto aviones, drones y artillería. El conflicto de guerrillas no es ajeno al sudeste asiático, que conoció a los prominentes «Viet Cong» o Jemeres Rojos que consiguieron tomar el poder en sus respectivos países después de una lucha desigual con un contrincante mucho más poderoso.
El Special Advisory Council for Myanmar (SAC-M), organización creada por exfuncionarios de la ONU enviados al país en su época, informaban en septiembre que la junta podía presumir de dominar de forma estable tan solo el 17 % del territorio, con otro 8 % controlado gracias a milicias leales al régimen. Un 23 % se encuentra fuertemente disputado entre los beligerantes, mientras los demás territorios tienen una fuerte presencia de los insurgentes. Según SAC-M esto convierte a NUG y sus aliados en el gobierno efectivo de gran parte del territorio de Myanmar, algo que debería tener en cuenta la comunidad internacional al relacionarse con el país.
Aunque la tendencia del reparto territorial entre las fuerzas de la oposición y el Gobierno de Naipyidó muestran que los primeros tienden a tener posiciones más fuertes en las regiones limítrofes, ocurren constantes brotes en la lejana retaguardia que no dejan tranquilos al Tatmadaw. Los ataques son bastante comunes en las afueras de las grandes ciudades, tales como Yangón o Mandalay. Algunas de las milicias que antes se encontraban en paz con el gobierno (como el Ejército de Arakan en la provincia de Rakhine en el oeste del país) están considerando sumarse a la revuelta popular.
Es obvio que esto afecta considerablemente el comercio de la junta con los países vecinos y su imagen como socio viable, además de dañar el reclutamiento al ejército. Zonas que antes eran consideradas la retaguardia del Tatmadaw, dónde este podía abastecer sus tropas con nuevos soldados, se hacen cada vez más peligrosas. La amalgama de poder en Myanmar no le permite al Ejército a definir a sus enemigos, ya que estos pueden surgir de cualquier esquina.
En los últimos meses llegan cada vez más noticias del establecimiento de administraciones opositoras en localidades por todo Myanmar, especialmente en el noroeste, lejos del alcance del gobierno central. La incapacidad de la administración del Tatmadaw de establecer una gobernanza efectiva y eficiente y defender a la población de la anarquía que reina en el país hace que más gente abandone las filas del ejército y apoye a la insurgencia.
El actual hombre fuerte del país, Min Aung Hlaing, se encuentra en una posición extremadamente difícil tanto interna como externamente. La guerra en Ucrania hizo que el principal proveedor de armamento para la junta, Rusia, corte las exportaciones para concentrarse en su «operación especial». Los vecinos como China o la India, que tras el golpe de Estado apostaron por los nuevos amos de Naipyidó, se muestran escépticos en cuanto a la rentabilidad de seguir apoyando al Tatmadaw.