Corea del Sur: del ‘milagro del río Han’ al insostenible endeudamiento para educar a los hijos

Madrid. La economía de Corea del Sur es una sombra de lo que fue. Y lleva así muchos años, sin que por ahora la clase política del país sea capaz de instaurar las reformas estructurales necesarias para reconducir la senda del tigre asiático que a finales del siglo pasado deslumbró al mundo por su exuberante crecimiento.
A la escuálida expansión de su economía se suma la sensación en la sociedad surcoreana de que es imposible achicar el agua que ahoga a las familias. Con una deuda en máximos históricos del 106 % del Producto Interior Bruto, los hogares sufren todos los meses para poder sostener la educación de los hijos, la más costosa del mundo, ya que es asumido como algo normal pagar clases de refuerzo después del horario del colegio, así como a canguros británicas con la esperanza de que así los niños aprendan mejor el idioma que, previsiblemente, le abrirá las puertas del futuro.
En 2022, según informó el periódico ‘Chosun Ilbo’, los surcoreanos se gastaron 26 billones de wones (17.940 millones de euros) en escuelas privadas, lo que viene a ser 361,53 euros al mes por hijo.
De ahí que la tasa de natalidad sea la más baja del mundo -del 0,78 en 2022-, lo que está precipitando al país a una severa crisis demográfica por el rápido envejecimiento de la población. Además, la desigualdad está creciendo cada vez más entre las clases altas y bajas. Mientras la pobreza se ceba con los ancianos, los jóvenes sufren para encontrar un empleo.
Para aquellos que vean esta coyuntura con cierta perspectiva, hacer este sombrío análisis de un país que se levantó de las cenizas de la guerra de Corea (1950-1953) y se convirtió en una potencia industrial mundial gracias al motor de las exportaciones resulta cuanto menos chocante. Es la confirmación del agotamiento de un modelo económico que durante décadas estuvo sustentado por los chaebols, grandes conglomerados empresariales administrados por sagas familiares, como Samsung, LG, Hyundai, SK y otros grupos, que florecieron en la península coreana cuando esta quedó dividida en dos bloques: uno comunista, en el norte, apoyado por la extinta Unión Soviética y China, y otro, en el sur, de corte autoritario, que contó con el amparo de Estados Unidos.
En la región al sur del paralelo 38 predominaba una economía agraria que pronto experimentó una metamorfosis radical gracias al desarrollo industrial que propugnó el presidente Park Chung-hee, implantando una política proteccionista para las empresas, que terminarían convirtiéndose en gigantes en distintos sectores de la economía gracias también a la concesión de importantes subvenciones estatales y de créditos. Así se obró el «milagro del río Han», que propició un crecimiento continuado entre 1953 y 1996 en Corea del Sur y, en particular, en Seúl. Ese periodo se caracterizó por un fuerte desarrollo tecnológico y educativo, y una mejora de la calidad de vida hasta entonces desconocidos. En apenas 40 años, el país pasó de ser el segundo más pobre del mundo tras el final de la Segunda Guerra Mundial a ser miembro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
Hoy ese patrón ya no tiene los mismos resultados. Las exportaciones surcoreanas cayeron en abril por séptimo mes consecutivo, su peor racha en tres años, como consecuencia del desplome de las ventas a China, su principal socio comercial junto con Estados Unidos, y, en general, por la debilidad de la demanda mundial, lo que está pasando factura a esta economía.
Esas malas cifras se producen a pesar de la apertura de China tras la estricta política de ‘cero covid’ aplicada por Pekín durante la pandemia, lo que pone en riesgo un mercado crucial para el sector de semiconductores surcoreanos, y también para los de cosmética y automoción, que han perdido peso en el país vecino.
Sin embargo, este no es el único nubarrón negro que se cierne sobre el comercio del país. Las ventas exteriores de la cuarta mayor economía asiática disminuyeron un 14,2 % interanual en abril, lo que ha perpetuado por decimocuarto mes consecutivo el déficit comercial que afecta a los intercambios de bienes y servicios con otros países. En concreto, se situó en 2.620 millones de dólares, si bien este es el mejor dato desde junio del año pasado.
Las previsiones para la economía surcoreana son flojas. ING espera que el crecimiento del país se mantenga por debajo del potencial a lo largo de 2023, mientras que una encuesta realizada por Reuters pronostica una desaceleración del crecimiento este año hasta el 1,2 % desde el 2,6 % registrado en 2022.
En ese contexto, y a pesar de que la inflación actualmente es casi el doble del objetivo del banco central del 2%, se espera que los tipos de interés se mantengan estables en el país en los próximos meses con la intención de dar un balón de oxígeno a la frágil economía, que estuvo a punto de entrar en recesión en el primer trimestre del año. En ese lapso, el crédito de los hogares se contrajo a un ritmo récord, debido a que los altos tipos de interés anularon la demanda. La cifra total descendió un 0,7 % a finales de marzo respecto a diciembre y un 0,5 % frente al mismo trimestre del ejercicio anterior, de acuerdo con el Banco de Corea.
Las tensiones entre Estados Unidos y China tampoco son el mejor caldo de cultivo para que repunte la economía surcoreana. La Casa Blanca ha pedido a Seúl que inste a sus fabricantes de chips a que no incrementen sus ventas a China si el gobierno de Pekín restringe las de su fabricante de chips de memoria Micron. El año pasado, Washington anunció duros controles a las exportaciones de chips a China, lo que penalizó a grandes compañías como Huawei y otras tecnológicas chinas. Ahora el gigante asiático ha impuesto sanciones a Micron, reduciendo sus ventas en el país por razones de ciberseguridad.
«Respecto a lo que Estados Unidos nos dice que hagamos o no hagamos, en realidad depende de nuestras empresas. Tanto Samsung como SK Hynix, con operaciones en todo el mundo, harán una valoración sobre esto», se limitó a decir el viceministro de Comercio surcoreano, Jang Young-jin, muestra de la delicada decisión que este conflicto comercial supone para el país.
A esta encrucijada en el exterior se une el problema de la baja productividad en la economía nacional por las rigideces del mercado laboral, la excesiva regulación y las trabas que entorpecen a las startups, sobre las que la sombra de los conglomerados industriales cae como la espada de Damocles. En resumen, la competitividad se resiente.
Por ello, más que nunca son necesarias reformas estructurales para salir del estancamiento y evitar así una japonización de la economía surcoreana. Pero para dar ese valiente paso, hace falta consenso entre los líderes políticos del país, que en los últimos años han optado por el enfrentamiento, lo que ha generado una parálisis crónica que ha impedido cualquier tipo de solución a los acuciantes problemas que están dilapidando día a día el patrimonio de la sociedad surcoreana acumulado durante décadas.