Corea del Sur abre una nueva etapa con Moon Jae-in como presidente del país

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Seúl. La elección del liberal Moon Jae-in, del Partido Democrático (Minjoo-centro izquierda), como presidente de Corea del Sur, que logró el 41,1 por ciento de los votos, va a significar algunas importantes modificaciones en la península coreana, en la que siempre Corea del Norte está presente, pero en esta nueva etapa política China, Japón y Estados Unidos van a convertirse en prioritarios en gran parte de lo que haga Moon sin dejar al margen la situación económica del país, pero con la obligación de hacer malabarismo parlamentarios al no tener mayoría en la Asamblea Nacional.

Moon Jae-in quiere ser el presidente de todos los coreanos, lo que le llevará a entenderse con la oposición y partidos minoritarios para sacar adelante gran parte de sus proyectos e iniciativas, de ahí su necesario objetivo de promover la integración nacional y la confianza tanto de la sociedad coreana como del propio Parlamento, sobre todo cuando el país ha votado mayoritariamente para cerrar unos de los capítulos más negros de la historia de Corea del Sur tras la destitución de la ex presidenta Park Geun-hye por corrupción y abuso de poder, que dieron lugar a estos comicios presidenciales adelantados.

Actualmente Moon con 120 escaños en la Asamblea Nacional está lejos de una mayoría para lograr sus objetivos, mientras que Hong Joon-pyo (conservador), del gobernante Partido de Libertad Surcoreana, antes conocido como Saenuri, que obtuvo el 23,3 por ciento en estos comicios presidenciales, tiene 107 asientos  y en tercer lugar Ahn Cheol-soo (centro), del Partido Popular (Kookmin), que logró 21,8 por ciento, posee 40 diputados, lo que supone una dura batalla parlamentaria para cumplir gran parte del programa del nuevo presidente, que pedirá a los restantes partidos minoritarios su apoyo legislativo que suman un total de 32 escaños de un Parlamento de 299 congresistas.

Desde el punto de vista económico, Moon al igual que los otros candidatos en estas elecciones presidenciales, quiere reformar a fondo los “chaebols”, nada fácil de llevar a cabo de forma rápida, necesitaría bastante tiempo y el entendimiento de la Cámara parlamentaria, pero lo que si hay coincidencia es que estos poderosos conglomerados familiares que acumulan el 50 por ciento de los ingresos del país y que tuvieron un protagonismo importante en el escándalo de corrupción en torno a la destituida ex presidenta Park, necesitan su reforma para favorecer un mayor equilibrio económico en el país.

El nuevo presidente se ha comprometido en crear nuevos puestos de trabajo, en una sociedad en la que ha aumentado la desigualdad y más cuando las mujeres llegan a cobrar un 36,6 por ciento menos que los hombres y rebajar las 68 horas de trabajo semanal, donde países europeos rondan actualmente las 40 horas, pero Moon quiere solucionar la grave crisis de desempleo que sufren los jóvenes entre 15 y 29 años, que llega en torno al 10,8 por ciento de paro, y todo ello sigue perjudicando a la clase media, que no avanza como lo hacía anteriormente.

Moon, de 64 años, hijo de refugiados de la guerra coreana (1950-53), quiere eliminar el exceso de poder en un solo líder, es decir, todo lo acumula la Presidencia, que se ha visto siempre salpicada de distintos casos de corrupción, de ahí sus objetivos en realizar modificaciones en la Constitución para dar más poder al primer ministro y una revisión en la presidencia única actual, por cinco años, a un mandato renovable de cuatro años, y al mismo tiempo ha propuesto un referéndum sobre estas modificaciones en coincidencia con las elecciones regionales de 2018.

Moon Jae-in tendrá que afrontar retos diplomáticos no exentos de tensión, en especial con su vecina Corea del Norte, que mientras mantenga su política de desarrollo nuclear pocos avances se podrá hacer, aunque es obvio que la situación en la península coreana podrá relajarse con el propósito que tiene el nuevo presidente de dialogar con Pyongyang, pero visitar al líder norcoreano, Kim Jong-un, como dijo en la campaña electoral, que luego tuvo que recular en su pretendida visita, no será fácil al menos por ahora.

Los precedentes de los dos anteriores presidentes, ya fallecidos,  Km Dae-Jung, en 2000, que al menos significó una nueva era en las relaciones entre las dos Coreas con menos tensión, y de Roh Moo-hyun, del mismo partido que Moon, en 2007, con el entonces líder Kim Jong-il no dio los resultados esperados a la vista de los posteriores acontecimientos y ambas citas fueran denunciadas por el posible dinero que recibió Corea del Norte por estos dos encuentros.

La solución no pasa con visitar a Kim Jong-un, más bien el dialogo que dice Moon es positivo pero Pyongyang tiene que “dejarse ayudar” y dejar de crear constantemente tensión en la península coreana, pero para ello el régimen comunista debe crear confianza y deseo de modificar su política, la cual está creando una situación prebélica que hacía años no se veía entre las dos Coreas y con la involucración de China y Estados Unidos.

Tiene razón el nuevo presidente surcoreano cuando dice que debe estar presente en todas las conversaciones que puedan existir entre China o EEUU con Corea del Norte, pues no se puede dejar al margen para nada a Corea del Sur, han terminado los tiempos en los que Washington unilateralmente podría hacer o deshacer cualquier iniciativa en la zona.

De hecho, el nuevo presidente surcoreano ha reiterado vehementemente en sus mítines de campaña electoral que Corea del Sur tenga voto en la conversación sobre Corea del Norte. “No deberíamos ser simplemente un espectador que presencia las conversaciones entre EEUU y China”, reitero muchas veces ante un electorado que siempre lo apoyó. No obstante, el nuevo presidente de Corea del Sur ya ha advertido a Corea del Norte que debe abstenerse de realizar un acto «insensato» llevando a cabo otro ensayo nuclear.

Moon sabe que si Corea del Norte no se abre económicamente será difícil congeniar con Pyongyang, una apertura económica con ayudas es parte de una de las soluciones, pero está claro que a un desarrollo mayor económicamente el régimen tendría un menor control político y social y esto lo saben Moon, China y EEUU, de ahí de que se garantice la supervivencia del régimen comunista pero lo que está claro es que lanzando misiles el país sólo traerá más tensión y alguna sorpresa de Donald Trump.

Corea del Norte tiene una buena ocasión para definitivamente comenzar con el nuevo presidente surcoreano una nueva etapa política-social-económica para los 24 millones de norcoreanos que siguen lejos de lo que ocurre fuera de sus fronteras, una zona donde la “guerra fría” sigue igual que cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, y un mismo país que tras concluir la guerra civil se firmó un armisticio pero nunca un tratado de paz.

Moon quiere una nueva estrategia política con Corea del Norte, que incluye la posibilidad de ese diálogo que debe ir amparado con la reapertura de relaciones económicas, aunque mantendrá las sanciones impuestas al régimen comunista, una posición lejana de la línea dura de EEUU pero más cercana a China.

Y precisamente con China, cuyo presidente ya ha felicitado a Moon, tendrá que afrontar su compleja relación tras la instalación del Sistema de Defensa Terminal de Área a Gran Altitud (THAAD) en Corea del Sur, donde tanto Pekín como Moscú se han opuesto a estos misiles y además ha creado un grave perjuicio económico por el boicot del “gigante asiático” a los productos coreanos en señal de protesta que está haciendo daño a la economía surcoreana, pero de momento todo parece indicar que los misiles se quedan aunque el nuevo presidente nunca aprobó la forma en que se decidió su instalación y sobre todo criticó a Donald Trump tras comentar que “cuesta dinero proteger a Corea del Sur”, que deben pagarlo los surcoreanos.

Y para concluir su política exterior Moon quiere también mejorar sus relaciones con Japón, el otro gran aliado de Estados Unidos, pero Tokio exigirá al nuevo presidente surcoreano que quite las estatuas de las esclavas sexuales frente a su Embajada en Seúl y el consulado nipón en la ciudad de Busan y en plena disputa por la soberanía de islas Dokdo/Takeshima, gobernadas por Seúl,  pero reclamadas por Tokio, una situación algo embarazosa para EEUU si tuviera que intervenir con su propia iniciativa cuando japoneses y surcoreanos son sus principales aliados en la zona.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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