UN AÑO DE GUERRA EN UCRANIA | Los carburantes, el as en la manga de Putin

Cartel de la compañía gasista rusa Gazprom. | James Offer, Flickr
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Madrid. El Kremlin consiguió estabilizar el rublo y evitar el estancamiento industrial, pero no podría haber hecho mucho sin su principal activo: los carburantes. Desde el comienzo de la guerra, Ucrania demandó que Estados Unidos y sus aliados introdujesen un embargo completo al petróleo y al gas ruso para cortar de una vez por todas esa precaria dependencia. Sin embargo, tanto Washington como Bruselas no se apresuraron a cumplir las demandas de Kiev, temiendo las consecuencias que pudiesen tener unas restricciones de tal magnitud. La Casa Blanca se acordaba demasiado bien del shock de 1973 y sus consecuencias y no pensaba repetirlo voluntariamente. Había que encontrar otra solución que permita combinar el castigo de Moscú con el control de los precios.

Los primeros meses ninguno de los paquetes de las sanciones incluía ni el petróleo ni el gas natural. Aun así, los países europeos intentaron disminuir su dependencia del gas ruso: en 2022 Moscú pasó de suplir el 35,7 % de las necesidades europeas a tan solo 12,9 %. Gracias a la reducción de consumo, nuevas fuentes y economización, la Unión Europea (UE) consiguió asestar un fuerte golpe al sector energético ruso. Las importaciones de petróleo también disminuyeron considerablemente debido a la prohibición de importar petróleo por mar en junio y la introducción por parte de la G7 del límite de precio para evitar que Moscú venda sus carburantes a un precio elevado a otros países. Esto va en línea con el plan anunciado por Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, de reducir la dependencia de la UE del petróleo ruso un 90 % en 2022.

Aun así, a pesar de perder gran parte del mercado europeo, la subida de precios le permitió al Kremlin redirigir la venta hacia Asia, especialmente la India y China. Nueva Delhi, un importante consumidor de carburantes, antes del 24 de febrero casi no importaba petróleo ruso. Todo cambió en 2022, cuando las importaciones aumentaron dieciséis veces en un solo año. Pekín, aunque también se aprovechó de la situación, fue cuidadoso al respecto, temiendo posibles sanciones segundarias.

La dependencia de Pekín es otra característica de la nueva realidad económica de Rusia. Al fin y al cabo, el gigante asiático sigue siendo una de las pocas potencias internacionales que no condenó a Moscú por su invasión. La propaganda rusa ve las sanciones como beneficiosas porque permiten la desdolarización del país y la anhelada independencia del yugo de la moneda estadounidense. Sin embargo, el Kremlin pasó de un extremo al otro: a la «yuanización» de la economía rusa y su creciente dependencia de Pekín en materias económicas.

El sector energético se convirtió, según muchos, en el único que sigue manteniendo la maquinaria militar rusa en Ucrania. El Kremlin consiguió incluso aumentar sus ingresos por la venta de carburantes, a pesar de haberse visto obligado a diezmar la cantidad. No obstante, la economía en general quedó muy dañada por la guerra, especialmente las inversiones extranjeras y su deuda nacional.

Después de la crisis de 1998 los políticos rusos temieron a la deuda como a la muerte. La deuda significaba inestabilidad, dependencia y demasiado riesgo en los ojos de las masas. Por eso la economía rusa nunca dependió especialmente de las inversiones extranjeras ni llegó a endeudarse demasiado. Por eso puede sorprender a primera vista las noticias de junio de 2022 de que Rusia no pudo cumplir con sus obligaciones financieras y se encontraba de facto en una situación de ‘default’. ¿Fue ese el colapso de la economía rusa? En realidad, detrás del llamativo título se escondía una situación bastante más compleja: Rusia era uno de los pocos países que tenía suficiente dinero y estaba dispuesta a pagar sus deudas, pero no podía hacerlo técnicamente debido a la prohibición de realizar cualquier transacción con el Banco Central ruso. Aunque este «incumplimiento» no represente en realidad ninguna quiebra como podría parecer a primera vista, la vergonzosa etiqueta de «economía fallida» mancilla la imagen del país y disuadirá a muchos inversores en el futuro, además de darle argumentos a los que defienden que las sanciones están surtiendo efecto.

Pasó un año de la sangrienta guerra en Ucrania, pero la economía rusa sigue en pie a pesar de las dificultades. No se desmoronó y parece haber encontrado soluciones para el déficit de productos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) incluso sobrepasa las expectativas del propio gobierno ruso vaticinando un crecimiento de 0,8 % en 2023. Irán lleva casi medio siglo bajo severas sanciones estadounidenses, pero consigue sobrevivir. Aun así la vida en el país dominado por el fanatismo religioso es mucho peor de lo que podía haber sido. La crisis de la URSS no fue un shock, sino un lento estancamiento de la economía planificada. Rusia no se desmembrará de repente, pero sí irá de mal en peor mientras continúe la guerra. Las sanciones, en caso de toparse con un sistema sólido, son como una bomba con efecto retardado. Es decir, un veneno que penetra lentamente las entrañas del país y las corroe.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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