UN AÑO DE GUERRA EN UCRANIA | La industria rusa resiste al déficit

| Mos.ru, Wikimedia
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Madrid. La segunda señal fue la industria. Rusia importaba una gran cantidad de instrumentos, elementos electrónicos, piezas de repuesto de empresas occidentales. A pesar de la imagen que el Kremlin creaba para el consumidor interno de que Rusia era una nación tecnológicamente independiente y desarrollada, cuando comenzó la guerra salió a la luz el verdadero rezago tecnológico en el que se encontraba el país. Los rusos vieron que todo: desde los trenes hasta los aviones, desde las medicinas básicas hasta las máquinas de perforación petrolífera, dependía de importaciones de Occidente. Y después del 24 de febrero esa ventana quedó cerrada.

Empezaron entonces a surgir noticias de que empresas aéreas rusas reducirían el número de vuelos, ya que Airbus y Boeing, las principales fabricadoras de aeronaves del mundo, cortaron lazos con Rusia y se negaron a prolongar la licencia de los aviones en su posesión. Eso significaba que el país no tendría suficientes piezas para reparar los aviones que tenía, obligándole a desmontar aviones viejos y usarlos para reparar a los demás. El mismo problema podía surgir con los coches, ya que Renault, Ford, Toyota, Nissan y muchos otros abandonaron el país en guerra y vendieron sus fábricas, o las medicinas, algo que causó un breve pánico en la sociedad rusa.

A pesar de esto, la industria rusa, aunque con dificultades, sigue funcionando y produciendo los productos que necesita la población. Aunque desapareciesen las tiendas oficiales de Samsung y Apple, sigue siendo posible comprar un IPhone nuevo sin tener que salir del país. Coca-Cola y todas sus compañías afiliadas dejaron de producir sus icónicas bebidas, aun así, al entrar en un supermercado sigue habiendo una variedad considerable de refrescos azucarados, algunos de los cuales recuerdan los viejos productos tanto por su sabor, como por el diseño de las botellas. El caso más famoso es McDonald’s, al que sustituyó «Vkusno y tochka» (del ruso «sabroso y punto»), después de que un empresario siberiano comprase la inigualable franquicia. Los supermercados rusos pueden parecer un mundo paralelo: todo parece estar igual que antes, pero al mismo tiempo todo cambió por completo.

Para sustituir la producción perdida y evitar el déficit, el Kremlin legalizó lo que llamó «importación paralela» o, en otras palabras, permitió el contrabando legal. Este esquema es antiguo como las sanciones económicas: así aparecen los teléfonos móviles y los coches chinos en las calles de Pyongyang, la capital de Corea del Norte, y la ropa occidental en los bazares de Teherán, en Irán. Como las grandes empresas importadoras de Rusia tienen cerrada la ventana a Europa, usan a intermediarios, que compran de forma individual grandes cantidades de productos en el mercado europeo y lo traen a Rusia. Hacer lo mismo, pero en cantidades pequeñas es legal normalmente, pero la nueva ley promulgada por Putin permite aumentar el número de productos a las cantidades previas sin necesidad del visto bueno del fabricante, ni del escrutinio fronterizo.

Esta última cualidad de la llamada «importación paralela» es justo la que más problemas conlleva. El hecho de que la compra del producto se realice de forma individual y no sea revisada en la frontera significa que no hay ninguna garantía de calidad menos la palabra del importador. En una situación normal, el Gobierno revisa las mercancías que entran su país y comprueba que su calidad corresponda con los estándares. Pero ahora, el gobierno hace la vista gorda a todo tipo de irregularidades, perjudicando así la calidad del producto final.

Como cualquier contrabando, esta estrategia de importación conlleva un considerable riesgo. Si el fabricante ve de repente un pasaporte ruso o cualquier otro indicio que le haga pensar que está relacionándose con representantes de un país sancionado hará todo lo posible para cortar lazos cuanto antes. Además, la mayoría de las grandes compañías de transporte tanto por tierra (como FedEx) como por mar (como Maersk) también abandonaron el país. Todo esto, naturalmente, incrementa los costes de transporte y el precio final del producto, empujando así aún más la inflación.

No obstante, es imposible de reponer todas las pérdidas con la importación paralela. El Kremlin entendió que tiene que comenzar a producir las piezas esenciales que carece. La llamada «industrialización por sustitución» fue usada en América Latina a mediados del siglo XX para avanzar de ser economías agrarias a fabricar productos manufacturados. Desde 2014 Rusia está haciendo lo mismo. La televisión estatal habla a menudo de los éxitos de la «sustitución de importaciones» por todo el país y del beneficio que trae este proceso a la industrialización y la independencia económica del país. Las sanciones no son un castigo, dice Putin, sino una bendición que dejará a Rusia fuerte como nunca.

Aun así, detrás de la fachada propagandística resulta que la «sustitución de importaciones» se convierte en nuevas importaciones, pero esta vez de los vecinos orientales del Kremlin. Es famosa la historia de la fábrica de la fábrica de Renault en la óblast de Moscú que le fue vendida a la empresa estatal Moskvich (una marca de coche muy popular en la época soviética). Cuando la administración moscovita presentó los nuevos modelos de coches, estos resultaron ser muy similares a los JAC chinos. La tendencia de reemplazar una dependencia de Occidente con una dependencia de Pekín se hará notar en otros sectores también.

En general, en 2022, después de un considerable aumento a comienzos del año, la producción industrial se contrajo un 0,6 % anual, el mayor bajón desde el epicentro del coronavirus en 2020. Los sectores más afectados según el informe oficial fueron la producción de automóviles y camiones (-44,7 %), madera y papel (-19,1% y -9,1 %, respectivamente) y textil (-8,3 %). Decrecieron también la extracción de carbón y la fabricación de productos petrolíferos. Por otro lado, creció la farmacología y la metalurgia. Aunque la caída no fue súbita, el golpe de las sanciones se nota, especialmente en el sector automovilístico. Como dicen los economistas citados por ‘Meduza’, las restricciones impuestas por Occidente no se notarán ni hoy, ni mañana, pero irán erosionando la base de la economía rusa poco a poco. Además, la herida se hará sentir a largo plazo, ya que según pasan los años, les será cada vez más difícil a las empresas rusas a modernizarse para seguir siendo competitivas, lo que amenaza con empujar al país al rezago tecnológico de la época soviética.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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