La crisis inmobiliaria ensombrece el crecimiento económico de China y sus perspectivas

| Mstyslav Chernov, Wikimedia
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Madrid. Los datos recientes de China revelan dos realidades económicas contrapuestas. Por un lado, el Producto Interior Bruto batió las previsiones en el primer trimestre con un crecimiento del 5,3 %, lo que refleja estabilización y parece constatar que el país va por el buen camino para cumplir la meta cercana al 5 % que se ha fijado Pekín para este año. Por otro, un problema grave para el que aún no se ha encontrado solución: una deuda disparada, producto de una crisis inmobiliaria que azota al país desde hace años. Según un informe de la Institución Nacional de Finanzas y Desarrollo, la deuda de China alcanzó un récord del 287 % del PIB a cierre de 2023.

Si en diciembre del año pasado fue la agencia Moody’s la que rebajó la perspectiva del rating crediticio del gigante asiático a negativa desde estable por su preocupación por la ralentización económica y la abultada deuda de las administraciones locales, recientemente ha sido la agencia Fitch la que ha hecho lo mismo. Igualmente, ve mayores riesgos para la economía mientras el Gobierno de Xi Jinping trata de encontrar motores de crecimiento en otros sectores distintos al inmobiliario, apostando por impulsar el gasto en infraestructuras y fomentando el consumo. Eso significa un cambio de modelo y, por tanto, incertidumbre de cara al futuro, pero a China no le queda otra que dar carpetazo al negro episodio del colapso inmobiliario.

En 2021, la Administración de Xi decidió introducir medidas enérgicas en el ámbito de la regulación en el sector de la construcción ante una deuda ya insostenible. La crisis terminó llevándose por delante a Evergrande, la promotora más endeudada del mundo con un pasivo de 300.000 millones de dólares. Su liquidación fue ordenada por los tribunales en enero debido a que su plan de viabilidad no resultó creíble, mientras que en abril la cotización de las acciones de otro importante promotor, Country Garden, se suspendió en la Bolsa de Hong Kong después de retrasar la publicación de sus resultados financieros anuales porque la firma necesitaba más tiempo para recopilar información mientras reestructura su deuda.

La industria inmobiliaria china, otrora motor de la segunda economía del mundo, se ha convertido en un lodazal del que el Gobierno quiere salir cuanto antes, aunque es consciente de que será una tarea que, probablemente, llevará años: está ante una de las peores crisis del sector que se han visto en los últimos 30 años a escala mundial y que recuerda al estallido de la burbuja de Japón en 1989, que acabó con décadas de exuberante expansión económica. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha advertido de que el ratio deuda/PIB de China se ha multiplicado por cuatro desde los ochenta, un aumento ha sido especialmente pronunciado en el último decenio.

Las ventas de viviendas en China han caído un tercio desde el máximo previo a la pandemia, mientras que las de nueva construcción se han desplomado un 60 %. El incremento de los precios ha lastrado la demanda de los consumidores jóvenes que buscan comprar su primera vivienda, lo que, a su vez, está provocando un abrupto descenso de los matrimonios y de la tasa de natalidad. Y aunque se han tomado medidas como reanudar la financiación a través de bancos estatales para terminar los proyectos y mantener el empleo del sector, al final esto podría ser contraproducente porque aumentará el número de casas sin vender. La consecuencia podría ser la quiebra de promotoras, lo que podría dañar al sistema financiero, sobre todo a la denominada «banca en la sombra» que ha alimentado sobremanera la burbuja.

Pese a los esfuerzos por impulsar la actividad económica mediante estímulos, entre ellos apoyo financiero a familias y empresas, la preocupación sobre la sostenibilidad de la deuda de China persiste. Para estabilizar el sector y relanzar el crecimiento en términos generales se antoja necesario que las autoridades chinas promuevan un mayor flujo de crédito hacia los promotores inmobiliarios.

UBS, el banco de inversión suizo, espera que continúen estas ayudas para calmar las aguas, aunque aventura que “probablemente será un largo periodo de reajuste del sector inmobiliario”. Si bien el hecho de que las condiciones económicas en China ahora sean menos negativas podría contribuir a mejorar la situación, el banco cree que es poco probable que se pongan en marcha paquetes de estímulo como los aplicados tras la crisis financiera mundial de 2008 y de nuevo en 2016 y 2017, que fomentaron un mayor crecimiento interno y produjeron importantes efectos indirectos positivos para la economía mundial.

El FMI ha mantenido en abril inalteradas sus proyecciones para China en 2024 de un crecimiento del 4,6 % frente al 5,2 % en 2023 y contempla una desaceleración mayor en 2025, hasta el 4,1 %. Pero además ha advertido de que si no se emprende una reestructuración del maltrecho sector inmobiliario, la debilidad de la demanda interna podría continuar y empeorar la perspectiva de China. Eso podría suponer un recrudecimiento de la deflación y un abaratamiento de las exportaciones de los productos chinos, un tema sensible que ya abordó la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, en su reciente visita a China, donde se reunió con el primer ministro chino Li Qiang. Aunque constató que las tensas relaciones comerciales entre ambos países parecen estabilizarse, Yellen advirtió de que «China es demasiado grande para que el resto del mundo absorba esta enorme capacidad» y le instó a que no inunde el mercado mundial con productos artificialmente baratos.

El FMI recomendó a China que acelere la salida de promotoras no viables y que contribuya a la terminación de proyectos inmobiliarios inacabados, al tiempo que ayuda a los hogares vulnerables para revitalizar la demanda de los consumidores. Mientras tanto, la prensa estatal sigue sumida en las alabanzas de las cifras del PIB del primer trimestre.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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