China, su guerra comercial y otros desafíos para 2017
Madrid. China no contempla la negativa de varios países a otorgarle el estatus de economía de mercado, incluso advierte de sus consecuencias, además ve con recelo todo lo que hace Taiwán desde la llegada a la Presidencia de la isla Tsai Ing-wen, incluso el despliegue de antimisiles en siete islas del disputado archipiélago Spratly, en el Mar de China Meridional, y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca hará que Pekín afronte el nuevo año con nuevos desafíos que marcarán su política exterior.
El despliegue de los antimisiles se desarrolló en los arrecifes Gaven, Hughes, Johnson, Cuarteron, Fiery Cross, Mischief y Subi, bajo dominio del ‘’gigante asiático’’, cuyo ministro de Defensa, Chang Wanquan, defendió la ‘’legitimidad’’ de las operaciones militares en la zona, pero tanto Malasia, Filipinas y Vietnam reivindican diversos islotes del archipiélago, mientras que Pekín, Hanoi y Taiwán, que controla la isla Taiping, de mayor extensión -46 hectáreas-, demandan su totalidad.
Malasia y Vietnam han expresado su preocupación por las defensas militares que supuestamente ha construido Pekín en el disputado archipiélago de Spratly, en el Mar de China Meridional, mientras Filipinas, que vive una “luna de miel” con China, su presidente, Rodrigo Duterte, no se quejará a Pekín por el sistema defensivo que han construido en estas islas e incluso ha cuestionado a EEUU al que acusa de buscar una «pelea» con Pekín en medio de la creciente tensión en el Mar de China Meridional.
Un nuevo reto para la política de Pekín, cuyas islas también se la disputa Brunei, que al igual que los otros países reclaman total o parcialmente las Spratly, contencioso que se ha convertido ya en el principal foco desestabilizador del Sudeste Asiático, y cuyas aguas albergan importantes reservas de petróleo y gas que forma parte de una de las vías de paso clave para el comercio mundial.
Además China también tendrá que solventar en 2017 las posibles escaramuzas políticas y militares que puedan surgir sobre el contencioso que afronta con Japón por la soberanía de las islas llamadas Senkaku por Tokio y Diaoyu, en chino en el Mar de China Oriental.
En cuanto a Taiwán el reconocimiento de que existe un único país en el mundo llamado China y que su único representante es el Gobierno de Pekín ha servido para advertir al presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, de que no cambiará su política exterior en relación a Taiwán, pese a su conversación telefónica con la presidenta Tsai-Ing-wen, partidaria de la independencia del “gigante asiático”, que ha originado el primer enfrentamiento entre los dos países.
Tampoco queda en el tintero el asunto de Hong Kong. Las autoridades del Partido Comunista de China (PCCh) dictaron recientemente la expulsión de facto del Parlamento de la antigua colonia británica de dos diputados que abogan por la independencia de la isla en una decisión que amenaza con reavivar las protestas que dieron origen a la llamada “revolución de los paraguas” cuando miles de jóvenes estudiantes tomaron las calles el 26 de septiembre de 2014 para pedir más democracia en medio de una intensa lluvia, aunque también hubo manifestaciones de miles de personas en defensa del Gobierno de China en Hong Kong.
Lo que es evidente que la nueva política exterior de Donald Trump va a favorecer a Corea del Norte, que verá menos presión de China hacia el régimen norcoreano siempre y cuando Washington lleve a cabo el guion que ha dibujado el presidente electo de Estados Unidos, en especial si Pekín observa que su actual política hacia Pyongyang no le favorece con un Trump que está dispuesto a cambiar por completo el tablero político del continente asiático.
China lo que más le preocupa ahora es evitar una guerra comercial con Estados Unidos, cuya tensión política se ha visto salpicada con la captura de un dron submarino estadounidense en el Mar de China Meridional, que luego después ha devuelto, pero en el fondo una guerra comercial entre las dos mayores economías del mundo, que son también entre ellas sus mayores socios comerciales, acabaría perjudicando a ambas partes y ello repercutiría en el resto de otros muchos países.
China reclama a la Organización Mundial de Comercio (OMC) que medie ante la negativa de Washington y Bruselas (Unión Europea-UE) a reconocer el estatus de «economía de mercado» del país, y por extensión a cambiar sus defensas contra el «dumping» (venta por debajo del precio de mercado) de los productos que importan del “gigante asiático”, 15 años después de su entrada en esa organización.
Una situación especial para China cuando el presidente electo estadounidense, Donald Trump, ha criticado las prácticas comerciales del “gigante asiático” y ha cuestionado la política de «una sola China» que su país respeta desde hace casi cuatro décadas, gestos que han disgustado en toda regla a Pekín.
Cuando China entró en la OMC en 2001 lo hizo bajo unas condiciones especiales para que el resto de miembros pudieran defenderse mejor de posibles casos de dumping, y al protocolo de acceso se le añadió una cláusula que, en la práctica, ha permitido durante los últimos quince años imponer aranceles más altos a los productos chinos de lo que se correspondería.
Ahora esta provisión caducó el pasado día 11 de diciembre coincidiendo con el decimoquinto aniversario de la entrada de China en la OMC, sin embargo, aunque los protocolos de adhesión no dicen que tras este momento China deberá seguir siendo una no economía de mercado, tampoco obligan al resto de miembros a considerar al país lo contrario. De ahí este espinoso asunto que hace que Pekín presione para que sus productos sean más accesibles a los mercados mundiales, mientras que Estados Unidos, Europa y Japón se resisten a aceptar el cambio por la amenaza que los competidores chinos plantean a sus fabricantes.
Además, no hay que olvidar que Trump ha reiterado en distintas ocasiones en su campaña electoral que impondría aranceles de hasta el 45 por ciento sobre los productos chinos, mientras que en la UE el gran partidario de conceder este estatus de economía de mercado a China era el Reino Unido, que ya ha iniciado su salida del grupo comunitario.
Por otra parte, hasta el momento, Rusia, Argentina, Brasil o Australia han reconocido el estatus de economía de mercado a China, al igual que Suiza y Noruega, países europeos pero independientes de la UE que han firmado un Tratado de Libre Comercio (TLC) con la superpotencia asiática, como es el caso de Berna, en 2014, o mantienen negociaciones para ello, como Oslo.
En el lado opuesto, Estados Unidos, India o Japón, como rivales geopolíticos y monetarios, rechazan otorgar dicha concesión a la economía china, a pesar de la reforma económica, institucional e industrial llevada a cabo por el Gobierno chino en la última década, intensificada con el 13º Plan Quinquenal (2016-2020), aprobado en marzo por la Asamblea Popular Nacional (APN).
En este sentido, una vez concedido el estatus de economía de mercado a China, informes de la UE prevén la pérdida de alrededor de 200.000 puestos de trabajo, una cifra muy distante de la estimada por parte de la asamblea europea, que eleva la cantidad por encima de los tres millones de empleos.
China y la UE establecieron relaciones diplomáticas en 1975 bajo la supervisión de Deng Xiaoping, firmaron el primer acuerdo comercial y económico diez años más tarde, en 1985, y afrontan desde 2013, con el inicio del mandato presidencial de Xi Jinping, la Agenda Estratégica de cooperación 2020, centrada en la colaboración mutua sobre paz y seguridad, prosperidad, desarrollo sostenible e intercambio de personas.
La relación, desde entonces, ha convertido a China en el segundo mayor socio comercial de la UE, solo superada por Estados Unidos. En 2015, las mercancías chinas significaron el 14,8 por ciento del comercio total europeo, con un volumen comercial de 520.000 millones de euros, tres puntos más respecto a 2014 -11,6 por ciento-, según Eurostat.