Vietnam quiere competir con China como centro manufacturero de referencia del Sudeste Asiático
Madrid. Vietnam, uno de los pocos regímenes comunistas que quedan y cuyo Producto Interior Bruto (PIB) ha crecido en los últimos años a un ritmo medio anual del 8 %, quiere subirse al carro de las economías más pujantes del planeta, lo que irremediablemente significa hacerle sombra a la fábrica del mundo: la vecina China.
En el primer trimestre, su PIB aumentó un 5,6 % respecto al mismo periodo del año pasado, espoleado por las exportaciones, y a pesar de los ataques a mercantes por parte de los rebeldes hutíes en el mar Rojo, que interrumpieron el comercio y encarecieron significativamente el transporte por vía marítima desde el país. Con todo, su economía, aún predominantemente agraria -Vietnam es uno de los principales exportadores de arroz del mundo-, se desaceleró ligeramente frente a la expansión del 6,7 % del cuarto trimestre de 2023. Sin embargo, el rastro que deja es humeante, el de un motor de gran cilindrada. El año pasado, cerca de 12 millones de personas visitaron el país y se espera que en 2024 el turismo aumente su peso en el PIB, hasta el 6,4 %.
Esta nación del Sudeste Asiático aspira a ser un centro manufacturero mundial, en particular en el ámbito de los smartphones y la electrónica, donde ya es un actor relevante. Entre enero y marzo, las exportaciones del país aumentaron un 17 % y su superávit comercial se situó en 8.080 millones de dólares. En concreto, las de electrónica se incrementaron un 30 % interanual y las de smartphones, un 10 %.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) prevé que el PIB de Vietnam repuntará este año un 5,8 %, lo que le situará entre las 20 economías del mundo con un mayor crecimiento y le permitirá revalidar su posición como quinta mayor economía del Sudeste Asiático. El objetivo oficial contempla una expansión de entre el 6 % y el 6,5 % para 2024. El gobierno quiere resarcirse tras no cumplir ese mismo objetivo el año pasado, cuando el crecimiento del PIB fue del 5,05, y en ese intento apuesta por hacer del país en una opción atractiva para captar inversiones que le permitan erigirse como una potencia de chips a escala global, llegando a rivalizar con Taiwán o Corea del Sur. Su sólida base manufacturera, especialmente en el segmento de la electrónica, ha ayudado a Vietnam a cimentar su papel clave dentro de la cadena de suministro tecnológico global, hasta tal punto que ahora la industria de los chips se plantea como un catalizador claro para transformar su economía y convertirse en un país desarrollado y de rentas altas en 2045. Para entonces estará en el club de las 25 mayores economías del mundo gracias a su densa y joven población, y a su reposicionamiento en la cadena de valor mundial, sus reformas internas, el aumento de la productividad laboral y la inversión público-privada, según el Centre for Economics and Business Research, una insigne consultora económica con sede en Londres.
Con ese fin, y el de situar al país a la vanguardia de la innovación y la digitalización, las autoridades vietnamitas han otorgado incentivos fiscales para la producción de productos de alto valor añadido como los semiconductores, esfuerzos que buscan apoyar la investigación y atraer talento. Hanoi quiere jugar su baza tratando de atraer a las grandes empresas para que trasladen sus fábricas desde China, sacando partido a unos costes de producción más bajos y a una ubicación estratégica óptima para el negocio internacional, al contar en su parte oriental con una línea costera de 3.300 kilómetros y 45 puertos.
Además, Vietnam quiere asumir un papel destacado en el impulso de la economía verde y la sostenibilidad, y el sector energético del país se ha comprometido a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 entre un 17 % y un 26 %, optando por las renovables y abandonando paulatinamente el carbón, lo que le permitirá alcanzar prácticamente la neutralidad en carbono en 2050.
Pero la geopolítica también influirá. En medio de las tensiones entre Pekín y Washington, el gobierno quiere distanciarse del gigante asiático y contar con autonomía económica mediante lazos con otras potencias regionales como Australia -con quien mantiene unas excelentes relaciones comerciales- y, como no, con Estados Unidos y sus empresas.
Sin ir más lejos, el cofundador del gigante de software Nvidia, Jensen Huang, recientemente calificó a Vietnam como su «segunda casa» y prometió ampliar sus alianzas con firmas locales. Hasta la fecha, la empresa de Santa Clara, California-EEUU, ha invertido 12 millones de dólares en el país. Y no es la única multinacional que ha puesto su atención en Vietnam. Compañías como Samsung, LG, Panasonic, entre otras, ya han establecido allí centros de I+D o, directamente, fábricas.
Según Citi, Citigroup, pese a que la demanda externa podría seguir disminuyendo por la ralentización de la economía mundial, Vietnam continuará beneficiándose de la reestructuración de la cadena de suministro. Las exportaciones de ropa, calzado y electrónica seguirán siendo los principales motores, de acuerdo con el banco estadounidense, que prevé que los flujos de inversión foránea sean abundantes este año. En 2023, su economía captó 36.600 millones de dólares procedentes del extranjero, un 32 % más, lo que refleja la creciente confianza en las perspectivas económicas del país.
Todo ello redundará en una pérdida de producción por parte de China, hasta ahora la gran fábrica del mundo, en medio de la voraz competencia de países emergentes de su entorno como India, Tailandia o Vietnam.
Así, Vietnam se enfrenta a una disyuntiva que podría poner en riesgo su «diplomacia del bambú», la política exterior que el país lleva aplicando desde hace años, con la que pretende siempre ser flexible y adaptarse a un mundo cambiante, forjando nuevas relaciones mientras consolida las que ya tiene. El fin último de esta estrategia es evitar conflictos. Pero las aspiraciones económicas del país podrían irritar a China, su mayor socio comercial, ante el posible trasvase de fábricas a Vietnam por parte de empresas que busquen menores costes.
En el pasado ya se han visto encontronazos con Pekín que han tenido consecuencias comerciales de calado. La más notable se produjo en 2014 por una disputa sobre un pozo petrolero chino en aguas vietnamitas. Eso condujo a bloqueos en las importaciones por parte de China.
Pese a las reformas orientadas hacia una economía abierta implementadas por Vietnam bajo la política Doi Moi (“renovación”) iniciada en 1986 -medidas simultáneas que se produjeron con la caída del bloque soviético, por las que se reconocía la propiedad y la iniciativa privada, y se fomentaba el aperturismo al exterior-, su déficit comercial con China superó los 60.000 millones de dólares en 2022, una situación que podría empeorar si Pekín deja de importar productos vietnamitas como represalia. Por ello, desde hace ya tiempo, el Partido Comunista del país ha instado a que se diversifiquen las relaciones económicas con el objetivo de reducir la dependencia de China. En ese marco deben entenderse, por ejemplo, los 17 acuerdos de libre comercio que ha firmado Vietnam con Australia o el aumento de las importaciones de carbón y algodón australianos. De esta manera, Australia se ha convertido en un proveedor fiable de materias primas y servicios para Vietnam, mientras que recibe productos vietnamitas como muebles, tierras raras o marisco. Como resultado, el comercio entre ambos países ha crecido un 75 % en dos años, hasta los 16.900 millones de dólares.
La economía de Vietnam tiene otros desafíos por delante, como la falta de personal especializado que nutra a la industria electrónica. Actualmente, cuenta con unos 5.000 ingenieros con formación sobre semiconductores, pero serían necesarios 20.000 en el próximo lustro, según el Consejo Empresarial Estados Unidos-ASEAN, un grupo de defensa que tiene como objetivo fomentar el crecimiento económico y los lazos comerciales entre los Estados Unidos y los diez países miembros de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático.
Otro escollo que debe sortear es la inseguridad energética. Durante el pasado verano, la industria del norte del país sufrió apagones de electricidad intermitentes debido a la fuerte dependencia de esta región de las presas hidroeléctricas, cuyas reservas de agua caen en picado en los meses más calurosos del año, justamente en los que la demanda eléctrica se dispara. Vietnam cuenta con unas infraestructuras obsoletas por la ausencia de inversiones y carece de capacidad y de recursos energéticos para afrontar este problema, que el año pasado se prolongó durante varias semanas. En consecuencia, el país necesita más fondos internacionales que financien sus proyectos de energía e infraestructuras.
Y luego está el ciclópeo drama de la corrupción que vive el país. El pasado enero, The Economist publicó un artículo titulado «Pocos países están mejor colocados que Vietnam para enriquecerse» con un subtítulo que advertía: «Sin embargo, la parálisis política podría ser un lastre». El Partido Comunista vietnamita ha emprendido en los últimos años una batalla implacable y sin precedentes contra la corrupción generalizada en la esfera política y administrativa, denominada «Horno ardiente», que ha engullido a miles de funcionarios, desde rangos más altos a los más bajos. Esa lacra se acaba de llevar por delante a su presidente Vo Van Thuong, que dimitió recientemente en medio de sospechas sobre irregularidades y ha pasado a la historia como el presidente del país con el mandato más corto, poco más de un año. Thoung, de 52 años, había sucedido a Nguyen Xuan Phuc, quien también había dimitido antes por la implicación de algunos de sus subordinados en escándalos de corrupción.
El miedo que subyace es que la confianza de los inversores extranjeros pueda verse socavada por estas prácticas. Existe la preocupación por que los cambios en la presidencia -aunque es un cargo ceremonial- puedan perjudicar a las empresas, tan dependientes del capital exterior. También podría afectar a la imagen que tiene en Estados Unidos, que aún no considera a Vietnam una economía de mercado, lo que puede derivar en mayores impuestos anti-dumping. Además, la estabilidad de Vietnam es crucial para las multinacionales presentes en el país, entre ellas Apple, que cuenta allí con muchos proveedores. Ahora ese estatus quo, que durante décadas ha estado férreamente controlado por el Partido Comunista, parece más incierto.
Este es un tema muy sensible, ya que podría terminar frustrando proyectos en el sector de los semiconductores, el área en el que es previsible que aumente más la colaboración con Washington. Están en juego proyectos como la fábrica Amkor para ensamblar chips en Hanoi por valor de 1.600 millones de dólares, o, en el campo de las renovables, la alianza entre la vietnamita AMI AC Renewables y el grupo industrial estadounidense Honeywell, que trabajan en el desarrollo del primer sistema de almacenamiento de energía en baterías que pondrá en marcha Vietnam.