El lado oscuro del Mundial de Fútbol de Catar: los trabajadores muertos
Madrid. La Copa Mundial de Fútbol de Catar 2022 se acerca (20 de noviembre a 18 de diciembre). El evento futbolístico más importante de los últimos años, un acontecimiento especial por varios motivos. Para empezar, Catar es el primer país de Oriente Medio en acoger un hecho histórico de tamaño calibre. Como segundo, es el primer mundial organizado en noviembre y no en verano debido a las extremas temperaturas de la península Arábiga. Y por último, será el Campeonato Mundial de Fútbol más caro de la historia.
Doha, la capital de Catar, gastó 220.000 millones de dólares en infraestructura deportiva y turística por toda la pequeña península desértica. Sin embargo, las majestuosas instalaciones, los gigantescos estadios en medio de la nada y los nuevos hoteles tienen su lado oscuro. Detrás de la luciente fachada están los cientos de miles de trabajadores migrantes que trabajaron durante años para erigir estos monumentos.
Los países del golfo Pérsico (excluyendo a Arabia Saudí) recibieron su independencia de la corona británica en los años 60 y 70. Eran países ricos en carburantes, pero carecían de suficiente población para sostener un Estado. Por eso, abrieron sus puertas a emigrantes de todo el mundo, que viajaron a las petromonarquías en búsqueda de ingresos para sustentar a sus familias. Indios, pakistaníes, bangladesíes, nepalíes, filipinos y muchos otros procuraban una vida mejor en el golfo Pérsico. En el caso de Catar, la población aumentó de 47.000 en 1960 a 2,8 millones en 2020 (un incremento medio de 7,1 % al año) gracias mayoritariamente a la inmigración.
Doha, al igual que Riad y Abu Dabi, construyó un estado de bienestar para sus ciudadanos. Sin embargo, no se apresuraba a compartirlo con los recién llegados. Así, Catar es el país con mayor porcentaje de emigrantes después de los Emiratos Árabes con un 77 % de la población procediendo de diferentes rincones del mundo. Además, la nacionalidad catarí es una de las más difíciles de obtener en el mundo debido a la larga lista de requisitos. Esto significa que los emigrantes, aunque comprendan la gran mayoría, casi no pueden participar en la vida política del país ni recibir beneficios por su trabajo. Son considerados poco más que «trabajadores invitados».
La precaria situación laboral en los países del golfo Pérsico siempre fue un problema grave, pero empezó a popularizarse desde mediados de la década pasada cuando comenzó la construcción de las instalaciones para el Mundial de fútbol. En marzo de 2022 salió un artículo en el periódico ‘The Guardian’ que rezaba: «6.500 trabajadores migrantes han muerto en Catar desde que se le concedió la Copa del Mundo». Organizaciones defensoras de derechos humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional criticaron a Doha por las muertes de trabajadores durante varias construcciones debido a las altas temperaturas o la falta de seguridad.
El derecho laboral catarí está regido por un sistema llamado ‘kafala’, que supone la responsabilidad del empresario por sus trabajadores. El patrón se ocupa de traerlos de su país de origen, legalizar sus documentos y controlar que no violen las estrictas leyes del país. Además, antes se les prohibía abandonar el trabajo sin el permiso del empresario. Esta práctica fue derogada en 2020, pero en vez de ella los empleadores (patrones) se quedaban los pasaportes de sus empleados, dejándolos así a la absoluta merced de su «benefactor».
En caso de violación de los derechos del trabajador, los inmigrantes tienen miedo a quejarse a las autoridades. Las empresas les amenazan con quitarles el visado y enviarlos de vuelta a casa. Eso tampoco se lo pueden permitir. Si les pagan menos de lo que acordaron no pueden hacer más que aceptarlo por temor a represalias. En Nepal, Sri Lanka, Filipinas y la India familias enteras dependen de las remesas que les envían sus familiares en los países del golfo Pérsico. Si abandonan el puesto pueden dejar a sus hijos sin dinero para comer y estudiar. Son rehenes de su precaria situación económica.
Además del estado jurídico de los trabajadores, los defensores de derechos humanos en la región señalan a las pésimas condiciones de trabajo. El clima de Catar es hostil: un sol de justicia y un calor incomparable. Los migrantes se ven obligados a aceptar trabajos muy difíciles, incluso peligrosos para su salud. Si les demoran el salario no pueden hacer nada por temor a que les echen. Este es un problema muy grave, ya que muchos de ellos se endeudaron para llegar a Catar, pagando caras sumas a las agencias laborales.
La reacción mundial fue bastante limitada. La FIFA ignoró en su mayoría las acusaciones de ganar dinero con las severas violaciones de derechos humanos en Catar y legitimarlas. Sin embargo, Doha no puede permitir que su imagen internacional quede mancillada por alegaciones así. Por eso admitieron la existencia del problema e introdujeron varios cambios a la ley laboral para evitar que el descontento del público internacional.
El canciller teutón, Olaf Scholz, levantó esa cuestión durante la reunión con el emir catarí Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani. Varios países nórdicos demandaron acción por parte de la FIFA.
Las ONG internacionales se muestran escépticas, entre ellas Amnistía Internacional. Creen que estas reformas son más una tapadera que una mejora real de la situación de los migrantes. Aun así, puede que la tendencia sea la contraria. Una Copa Mundial puede abrir Catar al mundo, obligándolo a ser más transparente en todos los sentidos. Tendrá que evitar quedar mal en público y preocuparse más por su historial de derechos humanos.