Corea del Norte se radicaliza (I): Aunque no va a atacar a nadie salvo que su régimen quiera suicidarse

Kim Yo-jong
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Madrid. Corea del Norte rehúye de cualquier atisbo que le proporcione inestabilidad, inseguridad, inquietud o un mínimo presagio que pueda desestabilizar a su impoluto régimen absolutista que tan «magistralmente» dirige la familia Kim, liderada por su actual líder, Kim Jong-un, y a la espera de que la dinastía siga su curso, o bien con el coqueteo incesante sobre la sucesión en su hija, de unos diez años, Kim Ju-ae, o con la «impecable» hermana Kim Yo-jong, pero con una estrategia política cada vez más radical y la con amenaza nuclear, que nunca va a realizar salvo que el régimen quiera suicidarse.

Corea del Norte no provocará ninguna guerra en la península coreana por las graves consecuencias que tendría. Pyongyang acaba de destruir con explosivos carreteras y vías hacia Corea del Sur y así no sólo se aísla aún más, sino que certifica una separación entre ambos países, pues estas infraestructuras, ubicadas en la zona fronteriza de la parte norte de la frontera altamente militarizada, fueron creadas en el pasado con el objetivo de una futura reunificación de toda la península, pero nunca llegaron a abrirse al tráfico.

Kim Jong-un cada vez es más consciente de que la lealtad de sus ciudadanos podría estar menguando e incluso al aumento de desertores (algunos de la élite norcoreana) también se ha incrementado el malestar con el régimen que lo «controla todo», «absolutamente todo», pero por ahora es muy difícil que se produzcan situaciones que originen desestabilización.

La destrucción de las carreteras y vías férreas se considera una nueva escalada dentro de un patrón recurrente de Corea del Norte, que en los últimos años ha llevado a cabo acciones similares. De esta forma, el 3 de abril de 2013, durante la crisis coreana de ese mismo año, Corea del Norte bloqueó el acceso a la región a todos los ciudadanos surcoreanos y poco después, el 8 de abril, retiró a sus 54.000 trabajadores norcoreanos de la zona fronteriza del complejo industrial de Kaesong cerrando sus actividades.

A Pyongyang no le vale la confianza, parece que le inquieta, pues cualquier cierta normalidad y cuando en muchas ocasiones se ha estado a punto de lograr avances significativos, al final ocurre un mínimo incidente que justifica volver a empezar y así muchos años. O sea, se elimina cierta normalidad y confianza, lo que nunca le ha interesado a Pyongyang. En 2020 voló con explosivos la oficina de enlace intercoreana (el edificio de comunicación conjunto entre el Sur y el Norte), que había sido construida con fondos del Sur, tras el fracaso de sus negociaciones con Estados Unidos sobre el asunto nuclear, pero antes en 2018, Corea del Norte destruyó túneles en su principal sitio de pruebas nucleares como una muestra de su compromiso inicial con la diplomacia, gesto que posteriormente resultó simbólico ante la falta de avances concretos.

Ahora, con la demolición de partes de la carretera Donghae y la línea ferroviaria Gyeongui Kyong-eui (al norte de la Línea de Demarcación Militar-LDM), que conecta Seúl con la ciudad Sin-eui-ju norcoreana, cuya distancia es de 500 kilómetros, construidas por el exlíder Kim Jong-il, padre de Kim Jong-un, y que pagó Seúl con un coste de 120 millones de euros, lo que consigue «el brillante camarada» tal vez sea alejar cualquier confianza mutua y cortar toda conexión que pudiera en un futuro dar cobertura hacia una infraestructura de comunicación vía terrestre, pero cuanto más difícil sea la conexión más seguridad para el régimen.

Es obvio que las autoridades norcoreanas no informaron a sus ciudadanos de estas demoliciones, pero también es obvio que Kim quiere reforzar su imagen dentro del país mostrando autoridad y firmeza, un daño irreparable que sigue condenando a Corea del Norte a un mayor aislamiento. Hay que resaltar que tanto dichas carreteras como una línea de tren con el Sur llevan años cerradas, pero su simbólica destrucción es un claro mensaje del líder a sus “enemigos” y a su pueblo para que confíen en su autoridad, pero al mismo tiempo rompe con ello toda posibilidad de acercamiento con Corea del Sur y acentúa su aislamiento.

De hecho, Kim Yo-jong, hermana del líder Kim Jong-un, no cede en sus advertencias de represalias contra Corea del Sur y le amenaza que «pagará un alto precio» por las supuestas incursiones aéreas, tras la denuncia de que se han hallado en un distrito de Pyongyang los restos de un dron que se corresponde con un modelo empleado por el Ejército surcoreano en un momento marcado por la tensión transfronteriza, pues acusó a Seúl de volar drones sobre territorio norcoreano para difundir propaganda, pero eso sí, Seúl no ha especificado si envió los drones o si lo hicieron organizaciones civiles independientes. Y siempre el mismo guion.

¿Realmente tiene miedo Corea del Norte de una posible desestabilización de su régimen? Lo que si es cierto que cortar toda conexión con el exterior le sirve para fortalecer sus estrategias domésticas y hacer ver a su pueblo que la «guerra aún no ha terminado». Y claro ahora ha sido insistir que la «reunificación ya no es un objetivo» y acusa a Corea del Sur, y no es la primera vez, de un enemigo permanente, al que definió «como un país extranjero y hostil».

La dinastía Kim quiere acabar con un sistema de «dos Estados», lo que supone por primera vez desde la fundación de Corea del Norte en 1948, que el régimen renuncia al objetivo de la reunificación de la península coreana, una filosofía política que defendieron su abuelo y fundador del país, Kim Il-sung, y luego su padre, Kim Jong-il. Separar a los dos países es garantía de una falsa seguridad para el régimen que tiene en sus armas nucleares su mejor escudo protector y así evita por ahora la posibilidad de un tránsito «normalizado» por rutas fronterizas entre las dos Coreas.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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