Las altas temperaturas de agosto no detienen las tensiones (II): El mundo multipolar, Camboya, Birmania, Tailandia, Maldivas, India y Bangladés
Madrid. El mundo actual va a hacia una tendencia más multipolar. Es decir, la unipolaridad de Estados Unidos como única gran potencia global toca a su fin desde el final de la «Guerra Fría» (1991) en un momento en el que el poder estadounidense está siendo rivalizado por China, que con su altibajos y crecimientos económicos rápidos en estas últimas décadas, pero mostrando una enorme capacidad económica, demográfica, militar, cultural, entre otros muchos factores, se va acercando a convertirse en la primera potencia mundial, aunque aún le queda camino por recorrer para conseguirlo. No obstante, otros conflictos como el aumento de los presupuestos militares y el armamento nuclear siguen candentes y sin freno alguno.
Y sin olvidar los grandes cambios climáticos, tecnológicos o toda clase de ciberataques en medio de una economía mundial en la que tanto Pekín como Washington tratan de no perjudicarse, pero en plena alerta ante previsiones sobre una nueva crisis financiera mundial. Y así hemos visto estos días pasados como las alarmas se han disparado por el temor a una recesión en EEUU. Las dos primeras potencias mundiales, pese a sus diferencias políticas, necesitan económicamente estabilidad en sus relaciones, lo que repercutirá a nivel global.
En estas dos primeras semanas de agosto Camboya ha comenzado las obras de su faraónico y controvertido canal financiado por China, un proyecto de construcción de un canal que confiera a su capital salida al mar, con un coste estimado en unos 1.700 millones de dólares y financiado parcialmente por el gigante asiático. Camboya mantiene desde hace décadas una fluida relación con China, que ha financiado numerosas construcciones en el país, lo que levanta las sospechas de varios países, señalan expertos, para que Pekín pueda introducirse mejor en la zona del Sudeste Asiático, incluso ya en diciembre pasado dos buques de guerra chinos atracaron por primera vez en la base naval camboyana Ream, en la sureña provincia de Sihanoukville, después del polémico desmantelamiento de parte de las instalaciones sufragadas por EEUU. Una base naval que está ubicada cerca del conflictivo litigio del mar de China Meridional, y con las ya reseñadas disputas actuales. Eso sí, Camboya lo niega todo.
China sigue ahí. Y ahora ha visto el «enfado» de India a raíz de las elecciones parlamentarías (abril) en las Maldivas, dado que el Congreso Nacional Popular (CNP, prochino), el partido gobernante liderado por el presidente de Maldivas, Mohamed Muizzu, ganó los comicios en este país insular, en el océano Índico, un partido pro China frente a los defensores de la alianza con Nueva Delhi, la cual ha ido reduciéndose en beneficio de Pekín, cuya ofensiva en política exterior es ir ganando diplomáticamente a todos.
No hay que olvidar la influencia de China y la India durante años, con candidatos y presidentes electos más o menos proclives a mantener relaciones con una de las potencias rivales que han estado buscando expandir su poder sobre el Indo-Pacífico y ahora con la llegada al poder de Muizzu se debilita el posicionamiento de India sobre un país ubicado en las aguas del océano Índico que Pekín quiere controlar, pero Nueva Delhi y en esta caso su gran aliado EEUU en esta zona tratarán que no sea así, aunque, en realidad, una mayoría de profesionales encuestados en el sudeste asiático eligieron a China como potencia preferida frente a EEUU, que el año pasado recibió más apoyos, según un informe del instituto ISEAS-Yusof Ishak y el Centro de Estudios de la ASEAN publicado en abril pasado. China no para y ahí sigue.
El Sudeste Asiático también se calienta. Las altas temperaturas queman las infraestructuras políticas como en el caso de Tailandia, que acaba de disolver al principal partido político, el Move Forward, de ideología reformista liberal, acusado de derribar a la endiosada monarquía tailandesa y que ganó las últimas elecciones generales en abril de 2023. Una decisión que vuelve a poner en tela de juicio a la democracia tailandesa, cuya ciudadanía se echará a las calles, en especial los jóvenes, en auxilio de reformas democráticas ante una monarquía conservadora, apoyada por los militares.
Por un lado, el Ejército de Birmania se ha retirado de la frontera con China ante el avance de la alianza rebelde, una decisión de la junta militar después de que la insurgente Alianza Democrática Nacional de Birmania (MNDAA, por sus siglas en inglés) haya cosechado avances en la lucha contra los militares a lo largo de lo que es la mayor ruta comercial con China, situada en la frontera oriental del país asiático y que llegaron al poder tras el golpe de Estado de 2021, una crisis política que lleva tiempo empeorando que ha obligado a la junta militar a forzar el reclutamiento mientras los más de 370.000 rohingyas, que se les retiró la ciudadanía en 1982, y otros grupos étnicos, tienen difícil la vida por sus limitaciones y la sangrante humillación que llevan a cabo los militares, aunque previamente tampoco hizo nada, ante la sorpresa mundial, Aung San Suu Kyi, y Premio Nobel de la Paz (1991), una realidad que la ONU debería resolver por lo inhumano de la situación.
Y, por otro, Bangladés quiere dejar atrás la ola de violentas protestas que ha soportado desde hace un mes y ahora con la ayuda del economista Mohamed Yunus, y Premio Nobel de la Paz en 2006, aceptó la propuesta del movimiento estudiantil -impulsor de las manifestaciones- para liderar la transición en la nación asiática tras la reciente huida de la primera ministra, Sheikh Hasina, a India, y la toma del control por parte de los militares.
«Si los estudiantes pueden sacrificar tanto, si la gente del país puede sacrificar tanto, entonces yo también tengo cierta responsabilidad», expresó tras asumir el encargo en pleno estallido social, con más de 400 muertos en las calles desde principios de julio. Bangladés, el octavo país más poblado del mundo, con 171 millones de habitantes, se asoma a una nueva era tras la dimisión de la dimitida Hasina, de 76 años, que permaneció década y media en el cargo, aunque en enero ganó las elecciones para un tercer mandato, pero con acusaciones de utilizar las instituciones para aferrarse al poder y acabar con la disidencia a base de ejecuciones.