El Sudeste Asiático también se mueve (I): calma en Filipinas, inestabilidad étnica en India

Madrid. Mientras la tensión en el Nordeste Asiático no termina de calmarse, bien por la situación de Taiwán o Corea del Norte, entre otros asuntos, el Sudeste Asiático también vive sus propias turbulencias políticas que se extienden por las crisis permanente de Birmania, un país sumergido en un conflicto civil; Camboya, cuyo primer ministro, Hun Sen, cede el poder a su hijo; Tailandia, que vive un bloqueo político tras inhabilitar su Parlamento a Pita Limjaroenrat y sin tener en cuenta su segundo intento de investidura para convertirse en primer ministro, y la India, que en menos de tres meses más de 130 personas han muerto a causa de las luchas étnicas que vive el estado de Manipur (este del país).
Filipinas parece ser que ahora mismo es de los pocos países del Sudeste Asiático que vive un periodo más en calma, dado que actualmente Manila y la Unión Europea (UE) negocian un acuerdo de libre comercio entre ambas partes para 2024, cuyo comercio bilateral alcanzó los 18.400 millones de euros en 2022. Un Sudeste Asiático, con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), integrada por Birmania (Myanmar), Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam, y donde una vez más tanto China como Estados Unidos se encuentran inmersos en la competencia hegemónica por garantizar la estabilidad política y económica de esa región, en la que India apoya a este organismo como centralidad en el Indo-Pacífico, que cada vez cobra cada vez más protagonismo en la geopolítica mundial.
De esta forma, en el Sudeste Asiático, India, el país más poblado del mundo con 1.417 millones de habitantes a finales de 2022, que es cinco millones más que china, vive un periodo de enorme inestabilidad en el estado de Manipur (este) con batallas étnicas y hasta agresiones sexuales grupales que han encendido la mecha de la quinta economía mundial, que posee un considerable arsenal nuclear y tiene el segundo Ejército más extenso del mundo después del chino, pero Nueva Delhi no cede en unirse al club de las potencias mundiales desde hace décadas y una prueba de ello es su lanzamiento de Chandrayaan-3, el segundo intento de la India por alcanzar el desconocido polo sur de la Luna.
Prácticamente, en tres meses más de 130 muertos y decenas de miles de desplazados a causa de las luchas étnicas han sacudo Manipur, un estado del este indio con una serie de enfrentamientos que dio origen a que en la calles, comisarías y edificios gubernamentales en llamas y con una serie de agresiones sexuales grupales, una tensión política en la que el primer ministro, el nacionalista hindú Narendra Modi, no ha reaccionado a tiempo y los choques en la comunidad hindú Meitei, mayoritaria en la región, y las tribus cristianas Kuki-Zomi, que viven aisladas en las montañas, han agudizado unas tensiones violentas, lo que ha supuesto que el Gobierno de Modi afronte dos mociones de censura.
Toda ha radicado principalmente cuando en el estado Manipur se vio sumido en una ola de violencia étnica, que estalló en mayo pasado a causa de una marcha de jóvenes mayoritariamente Kukis, tribus concentradas mayormente en las zonas montañosas, que protestaron contra la solicitud de un tribunal para clasificar a la mayoría Meitei, que reside en las zonas del valle de ese estado, como “tribales”, un estatus que les permitiría extenderse en las montañas y acceder a puestos de gobierno, lo que provocó un enfrentamiento entre ambos grupos tribales, dejando así al menos 142 muertos, según cifras gubernamentales.
En cuanto a Camboya, el primer ministro, Hun Sen, de 70 años, y con 38 años dirigiendo los destinos del país, ha cedido el poder a su hijo, en una nación que es una Monarquía parlamentaria. De esta forma, un gobierno dinástico se asienta en unas “elecciones dudosas” en las que Sen, un excomandante del régimen genocida de los Jemeres Rojos que se cambió de bando, tomó las riendas en 1985 con el apoyo de Vietnam, que había puesto fin a la sangrienta dictadura camboyana que dejó millón y medio de muertos.
Camboya es uno de los países más pobres del mundo y su población más vulnerable está expuesta a los riesgos derivados de la explotación y la depredación de sus recursos naturales y el cambio climático, lo que ha supuesto que Hun Sen renuncie a su cargo y haya traspasado el poder Ejecutivo a su hijo, Hun Manet, que se hará efectivo a mediado de agosto, o sea, una dictadura dinástica similar a la existente en Corea del Norte, y al mismo tiempo una realidad política camboyana en un país de Monarquía parlamentaria, donde se encuentra el rey Norodom Sihamoni, la única persona que de momento ha impedido que esta pobre nación del Sudeste Asiático de 17 millones de habitantes se convierta a todos los efectos en una autocracia, en un país cada vez más autoritario bajo un sistema unipartidista, pero un rey que no puede intervenir en política y marca su neutralidad como dice la Constitución.
Y claro que la influencia de China sigue ahí. De hecho, el presidente, Xi Jinping, envió un mensaje personal felicitando a Hun Sen, y es obvio que el dinero chino está presente en el país, que se beneficia de las enormes inversiones y proyectos de infraestructuras chinas, entre ellas una remodelación de una base naval que ha inquietado a EEUU. Camboya ocupa el puesto 150 de 180 en el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional.