El acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán está más cerca que nunca, pero la situación sigue caliente en el Karabaj

Vehículos militares en Nagorno Karabaj, en 2016. | Clay Gilliland, Flickr
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Madrid. Mientras Armenia y Azerbaiyán parecen estar más cerca que nunca de un acuerdo de paz que acabará con más de treinta años de conflicto, la situación en la región disputada de Nagorno Karabaj sigue estando caliente. Desde diciembre, activistas azeríes, supuestamente apoyados por el gobierno, bloquearon el corredor de Lachín, el único nexo de la provincia separatista armenia con el demás país. Bakú niega su implicación y acusa a los pacificadores rusos, estacionados en la región desde el armisticio de 2020, de impedir el libre tránsito por la carretera. A mediados de abril, denunciando el uso ilegítimo del corredor por Armenia para transportar armamento y soldados a las milicias separatistas karabajíes, Azerbaiyán edificó un control fronterizo ante la apatía del contingente ruso.

En 2020 los países caucásicos disputaron una guerra que se llevó las vidas de más de 7.000 soldados. Bakú salió victorioso, recuperando los territorios que rodean la república de Artsaj (estado armenio establecido en la región separatista), pero el armisticio impuesto por Moscú paró el avance azerí. Desde entonces, Azerbaiyán, motivado por la aplastante victoria, continuó presionando a los armenios para consumar por fin la reunificación del país bajo la mano de hierro del presidente, Ilham Alíyev. El Ministerio de Exteriores azerí definió sus demandas en cinco puntos: el reconocimiento mutuo de la integridad territorial, abstención de reclamaciones territoriales en el futuro y del uso de métodos no inscritos en la Carta de las Naciones Unidas y establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales (lo que incluía un corredor para conectar a Azerbaiyán con el enclave de Najicheván).

La guerra en Ucrania distrajo al Kremlin, principal aliado de Armenia, dándole a Bakú la carta blanca para continuar con la presión. Durante 2022 fueron comunes provocaciones por ambos lados y escaramuzas fronterizas. En septiembre la situación escaló más aún: Alíyev se atrevió por primera vez a atacar territorio armenio, demostrándole a Ereván que, si éste no respeta la integridad territorial de Azerbaiyán, tampoco este último respetará la suya. Desesperado, el primer ministro armenio, Nikol Pashinián, pidió ayuda a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), bloque militar liderado por el Kremlin, pero Moscú, ocupado con el avance ucraniano en Járkov, permaneció al margen del conflicto.

De esta forma, ante una creciente presión externa y considerables protestas en la capital contra el acuerdo de paz con Azerbaiyán, Armenia se quedó sin aliados y con contadas alternativas. Pashinián, arrinconado por todos los flancos, intentó hacer tiempo para sacar un acuerdo más favorable y preparar a los armenios a aceptar la dura realidad, mientras Bakú apretaba las manos en el cuello de Nagorno Karabaj.

A pesar de que la Corte Internacional de la Justicia (CIJ) ordenase a Azerbaiyán que desbloquease el corredor de Lachín, llamándolo una clara violación del armisticio de 2020, Bakú sigue negando su implicación y continúa comportándose como soberano en plena potestad de este territorio, estableciendo el mencionado control fronterizo. Los pacificadores rusos, que en teoría tenían que mantener el corredor abierto para el libre tránsito de armenios, no se opusieron. Francia, que aloja una considerable parte de la diáspora internacional armenia, criticó el bloqueo azerí, apuntando a la crisis humanitaria que se estaba desencadenando como resultado. Familias enteras quedaban separadas por la frontera sin la posibilidad de cruzarla. Un llamamiento a abrir el corredor de Lachín y los gaseoductos karabajíes llegó también desde Bruselas, a pesar de la dependencia de la Unión Europea (UE) del gas azerí.

Aun así, Azerbaiyán parece dispuesto a arriesgar parte de su capital político para acabar con la cuestión karabají. Y está funcionando: durante 2022, Pashinián y Alíyev se reunieron en múltiples ocasiones bajo los auspicios de la UE, interesada en la firma de la paz. Y cada vez más la retórica del gobierno armenio cedía ante la presión, hasta que a mediados de abril dirigiéndose al Parlamento armenio, el primer ministro dijo que las discusiones en torno a Nagorno Karabaj solo podrán continuar cuando ambos (Ereván y Stepanakert) reconozcan este territorio como legalmente azerí. Negándose a hacerlo anteriormente solo era una forma «de engañarse a uno mismo», concluyó.

En febrero fue destituido el primer ministro de Nagorno Karabaj, el multimillonario ruso-armenio Rubén Vardanián, después de tan solo tres meses y medio en el cargo. Desde su nominación en noviembre se rumoreaba que tenía unos lazos muy estrechos con las élites del Kremlin, por lo que era considerado por muchos un representante de los intereses rusos en la región. Por ese motivo, Vardanián era un problema para el acuerdo de paz promovido por Azerbaiyán y la UE, ya que Rusia haría todo lo posible para evitar que el Cáucaso caiga en la órbita de Occidente. Existe la opinión de que la decisión de destituirlo, tomada por el presidente karabají, Arayik Harutiunián, fue una forma demostrar al mundo que los armenios estaban abiertos al compromiso y esperaban una respuesta simétrica por parte de Bakú.

Alíyev, por su parte, prometió que los armenios del Karabaj serían respetados como iguales, pero sí estarían obligados a adoptar la ciudadanía azerí. La oposición en Armenia pone en cuestión las promesas del presidente, temiendo que la cesión de Nagorno Karabaj a Azerbaiyán causaría un éxodo masivo de armenios de la región, como ocurrió con alrededor de 600.000 azeríes, que abandonaron Karabaj durante la primera guerra entre 1988 y 1994. Al fin y al cabo, sigue siendo considerable el odio mutuo entre los pueblos, algo que los políticos no pueden ignorar.

El ambiente en el aire hace pensar que el acuerdo de paz ya está en el horizonte, pero sigue habiendo muchas dificultades para proseguir. La primera es interna: Pashinián se encontrará con una fuerte oposición en su país a cada paso que tome en la dirección de ceder Karabaj. Por otro lado, Rusia fue marginada de estas negociaciones, algo que no puede no enfadarle al Kremlin.

El corredor de Lachín sigue estando controlado por los pacificadores rusos, mientras que la economía armenia se encuentra en una considerable dependencia del mercado ruso. Desde que empezó la guerra en Ucrania el comercio bilateral se desdolarizó y pasó a usar el rublo como divisa principal, lo que pone a Ereván en una posición difícil, si quiere continuar con el acercamiento a Occidente. Por último, los propios karabajíes siguen siendo un factor poco previsible y su apoyo es esencial para una transición de poder pacífica en la región.

Iván Ortega Egórov

Estudiante de Economía y Estudios Internacionales de la Universidad Carlos III de Madrid

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