Trump y Xi sellan una tregua comercial que solo calma las aguas para ganar tiempo (y II)

Madrid. El presidente estadounidense, Donald Trump, también ha sido consciente en todo momento de las ondas sísmicas que podría traer una guerra comercial abierta con China de cara a las elecciones de medio mandato que se celebrarán en EEUU el año próximo, especialmente si la situación económica empeora como consecuencia. Se trata de unos comicios relevantes ya que determinan el control del Congreso y podrían condicionar profundamente su capacidad para gobernar si perdiera la mayoría en alguna de las cámaras.
Las políticas comerciales de Trump, como la imposición de aranceles del 100 % a productos chinos, han generado gran preocupación sobre una posible recesión. El senador republicano Ted Cruz ha sido muy vocal a este respecto y ha advertido de que podría desencadenarse una «masacre electoral» para el Partido Republicano si estas tasas conducen a una desaceleración económica significativa. El Fondo Monetario Internacional ya ha señalado que una escalada en las tensiones comerciales podría reducir el crecimiento global en hasta 1,2 puntos porcentuales en 2026.
Cruz no es único dentro de las filas republicanas que ha aireado sus reservas sobre el libreto de Trump en materia de política comercial. Otra figura prominente del Partido Republicano, el senador Chuck Grassley, ha propuesto legislación para limitar el poder presidencial en la imposición de aranceles. Estas divisiones internas podrían debilitar la cohesión del partido -otrora, bajo la batuta de Ronald Reagan, favorable al libre comercio, si bien también este presidente impuso algunos gravámenes- y afectar a sus resultados electorales.
Algunas encuestas ya muestran que una mayoría de estadounidenses considera que la economía está empeorando, lo que podría traducirse en una menor confianza hacia la administración Trump. Un sondeo publicado por Public Religion Research Institute (PRRI) en colaboración con Brookings Institution reveló que el 54 % de los consultados cree que las políticas arancelarias de Trump han ido demasiado lejos. La percepción de que estas no han logrado mejorar la economía y han acelerado la inflación podría movilizar a votantes indecisos y a aquellos desilusionados con la gestión actual. Este factor y los apuntados más arriba los han tenido muy en cuenta en la Casa Blanca, de modo que la senda parecía ya hollada a conciencia incluso antes de la cita de Malasia.
En dicha reunión, el viceministro de Comercio y representante para Comercio Internacional de China, Li Chenggang, aseguró que ambas partes habían alcanzado «un acuerdo preliminar» después de dos días de conversaciones en Kuala Lumpur que calificó de «constructivas». En un tono similar se pronunció secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, al afirmar que se habían pactado «bases muy sólidas» antes de la cumbre entre Xi Jinping y Trump en Corea del Sur. En suma, un anuncio encubierto que se confirmó cuando Bessent dijo que el arancel adicional del 100 % sobre China que Trump había anunciado a principios de octubre y que estaba previsto que entrase en vigor el 1 de noviembre ya estaba «efectivamente fuera de la mesa».
Según algunas informaciones, se abordaron temas fundamentales como las tierras raras, el coche eléctrico, el futuro de TikTok, el fentanilo y las tasas sobre las exportaciones agrarias. Ya en días previos, Bessent corroboró que China reanudará la compra de soja a Estados Unidos, que se habían detenido en septiembre por primera vez en siete años. A principios de 2025, Trump aplicó una serie de aumentos arancelarios sobre productos chinos, lo que llevó a China a responder con tarifas adicionales de hasta el 15 % sobre productos agrícolas clave, incluyendo la soja. Estas medidas han tenido un impacto directo en los agricultores de soja, quienes han visto una disminución en la demanda de su principal mercado de exportación, especialmente en estados como Iowa, donde la agricultura es primordial para la economía local.
En resumen, pese a la omnipresente batalla dialéctica de estos meses, todo ha salido según dictaba el sentido común: un acuerdo más bien sectorial, centrado en áreas específicas que permita rebajar el alto voltaje en las relaciones comerciales, pero sin tocar cuestiones más amplias como la política sobre Taiwán o las restricciones tecnológicas. Thomas J. Christensen, experto del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), ya había advertido de que un acuerdo integral que vinculara cuestiones económicas y de seguridad podría suponer un riesgo para Estados Unidos. «Si Estados Unidos busca resolverlo todo en un solo paquete, corre el riesgo de hacer concesiones desproporcionadas en áreas críticas de seguridad a cambio de beneficios económicos de corto plazo», argumentaba. En otras palabras: vender estabilidad en el Indo-Pacífico a cambio de soja o acceso de empresas estadounidenses al mercado chino habría sido un error estratégico, ya que la presión económica podría terminar debilitando la disuasión militar frente a China, que utilizaría la negociación como herramienta geopolítica.
Dadas las complejidades, este acuerdo -que se produce después de una gira por Asia en la que Estados Unidos ha cerrado otros pactos comerciales y reforzado los vínculos económicos con sus socios en la región en sectores clave como los astilleros, los semiconductores y los minerales críticos, aunque finalmente no ha contado con una reunión con el líder norcoreano, Kim Jong-un, por falta de tiempo-, para ser realistas, es más un punto y aparte que un punto y final en la disputa entre ambos países, aunque abre una nueva etapa. O, ya que coincidió en el tiempo con Halloween, ha sido más truco que trato.
Como señala la revista ‘The Diplomat’, que publica contenidos de relaciones internacionales centrados principalmente en la región Asia-Pacífico, se ha logrado un «alto el fuego», una tregua para estabilizar las expectativas y ganar tiempo. «Los ojos del mundo se dirigirán a este encuentro no por su diplomacia ceremonial, sino porque la relación entre estas dos potencias define hoy cada contorno del orden político y económico global, afectando la vida diaria de casi todas las personas en el planeta», explicaba este medio.
Las tierras raras tienen mucho que ver en esta afirmación. Y Xi ha sabido manejar muy bien este asunto, pese a que no partía ni mucho menos de una posición de debilidad antes de la cumbre. Venía de una reunión histórica en Pekín, el Cuarto Pleno del XX Comité Central, que aprobó las líneas generales del Decimoquinto Plan Quinquenal de China, que representa la institucionalización de una estrategia que el dirigente chino ha estado construyendo desde que consolidó su poder y que se basa en tres pilares: la autosuficiencia tecnológica de alto nivel, la mayor circulación interna para fortalecer la economía y el refuerzo del control del Partido Comunista Chino (PCCh) junto con la aplicación estricta de la seguridad nacional. El mensaje que ha lanzado Pekín es claro: el ascenso de China ya no dependerá de la benevolencia de Occidente, sino de su propio sistema movilizado de control e innovación.
Si Xi hubiera insistido en un embargo radical en el capítulo de las tierras raras, el efecto habría sido contraproducente, ya que perjudicaría a sus socios comerciales y reduciría los ingresos por exportaciones de China, analizaba ‘The Diplomat’. Por ello, una relajación calibrada sirve tanto a los intereses económicos como estratégicos: muestra flexibilidad sin fragilidad y permite conseguir tiempo para la transición tecnológica y de consumo interno de China, en un contexto de interdependencia real, por lo que tanto Estados Unidos como el gigante asiático están expuestos a sufrir daños.
Y pesar de los recientes acuerdos de Estados Unidos con aliados como Australia para asegurar el suministro de minerales críticos y tierras raras, los expertos estiman que pasarán al menos uno o dos años antes de que las cadenas de suministro alternativas puedan cubrir siquiera una fracción de la demanda global. Hasta entonces, Estados Unidos seguirá dependiendo de los materiales chinos para tecnologías cruciales, desde vehículos eléctricos hasta cazas F-35, remacha este medio. Por tanto, un corte repentino del suministro sería desastroso para Estados Unidos.
Dicho todo esto, se puede afirmar que el acuerdo recientemente alcanzado se parece más al del 15 de enero de 2020, el «Phase One» Trade Deal, que incluía compromisos estructurales y de compra por parte de China, que a otros pactos relevantes firmados en el pasado, como el del 7 de julio de 1979, que implicó la apertura formal al comercio bilateral tras la normalización diplomática entre los dos países y marcó el inicio del vínculo comercial moderno. Ahora el acuerdo tiene que llevarse a la práctica y si bien, como decimos, es muy similar en categoría al de 2020, algunos análisis muestran que, en aquella ocasión, China no cumplió plenamente los objetivos de compra, y, por tanto, se consideró un «primer paso» más que una solución definitiva. Estamos expectantes de ver qué sucede.







