Power of Siberia 2 (III): Los riesgos de convertirse en un proyecto energético «varado»

| Kremlin.ru, Wikimedia
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Madrid. China tiene muy presente la lección de Alemania, cuya industria está al borde del colapso al no encontrar un sustituto fiable del suministro del gas barato procedente de Rusia que la ha nutrido en los últimos años. El expresidente estadounidense Ronald Reagan ya se opuso a la construcción del gasoducto Yamal en la década de 1980, preocupado por la influencia que daría a los soviéticos sobre Europa. Igualmente, el líder chino, Xi Jinping, sabe que, para que la autonomía energética de China no se vea limitada a largo plazo, es necesario contar con fuentes alternativas más allá del «Power of Siberia 2», ya que cuando el contexto geopolítico cambia, los acuerdos energéticos pueden volverse en contra y dejar de responder a las necesidades del país.

En este momento, la demanda de gas del gigante asiático es notable. De acuerdo con la compañía energética china Sinopec, para 2030 se espera que el consumo de gas natural de este país alcance los 570.000 millones de metros cúbicos y se estabilice en torno a 620.000 millones entre 2035 y 2040. Asimismo, prevé que el consumo de gas natural llegue los 458.000 millones en 2025, un 6,6 % más interanual.

Estas cifras reflejan que China es un actor económico y geopolítico cada vez más relevante. Estamos hablando, con datos del Fondo Monetario Internacional (FMI), de una economía que ha pasado de suponer el 4,5 % del Producto Interior Bruto mundial en 1980 a superar el 18 % en 2023 y creciendo.

Entre enero y septiembre de 2025 la economía china, según las estadísticas oficiales, acumula una expansión del 5,2 % interanual. A pesar de las tensiones comerciales con Estados Unidos, las exportaciones de China aumentan a un ritmo del 6,1 % interanual en términos acumulados y del 8,3 % interanual solamente en el mes de septiembre. Sin embargo, también hay focos de incertidumbre que podrían en el futuro lastrar a la segunda economía del mundo, que sigue acusando la fuerte recesión del sector inmobiliario, un consumo interno débil y una deuda de empresas no financieras y gobiernos locales muy elevada que dificulta la inversión privada y socava la estabilidad financiera del sistema. En suma, existe riesgo de estancamiento si no hay reformas estructurales profundas, opina el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).

Con la premisa clara de que este cambio de escenario es posible -y las consecuencias que eso podría traer para la demanda de gas-, no son garantía de nada las efusivas muestras de amistad entre Xi y el presidente ruso, Vladimir Putin, aireadas en el marco del acuerdo del gasoducto, que además se extenderá a través de Mongolia. Y aunque este tercer país es políticamente estable, añade un eslabón más al riesgo logístico.

En el pasado tenemos algunos ejemplos de cómo proyectos energéticos compartidos por varios países se convirtieron en un foco de conflicto. Druzhba («Amistad» en ruso), el gasoducto soviético a Europa del Este que ha supuesto la columna vertebral del suministro de gas natural al Viejo Continente durante más de 50 años, también estuvo sujeto a fricciones por las tarifas de tránsito de gas con países como Polonia y Bulgaria. En otras palabras, la amistad no garantiza la estabilidad a largo plazo, como hemos visto en otros ejemplos recientes como el del Nord Stream, el gasoducto que transportaba gas ruso a Alemania y cuyas operaciones se suspendieron por parte de Rusia en respuesta a las sanciones por la guerra de Ucrania.

Asimismo, existen otros casos que reflejan cómo la participación de varios países en un proyecto energético de gran calado puede ser problemática. El gasoducto TAPI, diseñado para transportar gas natural desde los ricos yacimientos de gas de Turkmenistán a través de Afganistán y Pakistán hasta India, comenzó a construirse oficialmente en 2018 para satisfacer la creciente demanda energética del sur de Asia, aunque el proyecto fue conceptualizado mucho antes, en la década de 1990. Se trata también de un proyecto de gran importancia estratégica, pero igualmente ha tenido que hacer frente a múltiples desafíos, como cuestiones de seguridad que han retrasado las obras. Además, los problemas políticos entre los países involucrados, como las tensiones entre India y Pakistán, también han dificultado su progreso.

En 2020, las obras de construcción empezaron en el tramo afgano, aunque el conflicto en ese país, agravado por la presencia de grupos insurgentes, ha generado incertidumbre sobre su viabilidad a largo plazo. Sin embargo, la importancia estratégica del gasoducto sigue siendo relevante para India y Pakistán, que buscan asegurar un suministro energético más estable y diversificado. Turkmenistán, por su parte, se beneficiaría de un nuevo mercado para su gas, lo que podría reducir su dependencia de Rusia y China. El proyecto ha sido apoyado por la Unión Europea (UE) y EEUU, aunque las complejidades geopolíticas continúan siendo un escollo insoslayable.

Otro caso reseñable es el del «Peace Pipeline», el gasoducto entre Irán y Pakistán, embarrado por las sanciones internacionales impuestas a Irán por su programa nuclear, que complican la financiación del proyecto y la asociación de empresas internacionales, lo que disuade a Islamabad, así como por la inestabilidad política en Pakistán. Es decir, las opciones de que el gasoducto entre en operación parecen cada vez más remotas, salvo un cambio significativo en las condiciones internacionales y geopolíticas.

También el gasoducto Trans-Sahariano (TSGP), un ambicioso proyecto para transportar gas natural desde Nigeria a través de Níger y Argelia hasta la UE, ha sido objeto de múltiples intentos de desarrollo desde su concepción en la década de 2000, hasta ahora con poco éxito.

El TSGP, concebido para diversificar las fuentes de gas hacia Europa y aumentar las exportaciones de gas de África, ha sufrido trabas insalvables, en especial, relacionadas con la inestabilidad política y la seguridad en las regiones que atraviesa, como el desierto del Sáhara. Las dificultades logísticas, el coste elevado de la infraestructura y las tensiones geopolíticas entre los países participantes también han ralentizado su desarrollo. Aunque Argelia y Nigeria han mostrado interés en su realización, la falta de avances concretos y la competencia de otros proyectos de gasoductos, como el Medgaz, que conecta Argelia con España transportando gas natural a través del mar de Alborán, han dificultado su materialización. A pesar de los esfuerzos diplomáticos, esta infraestructura sigue siendo un proyecto de largo plazo con un futuro incierto.

En síntesis, cuando un gasoducto depende del concurso de varios países y se producen tensiones de diferente índole, el riesgo de «proyecto eterno» es alto. No son pocos los analistas que advierten de que algunos proyectos de enorme coste pueden convertirse en «activos varados» si la demanda de gas cae o si la relación político-económica cambia.

Y es que los proyectos energéticos entre «aliados estratégicos» suelen depender más de la política que de la rentabilidad. Quizá Rusia y China por ahora hayan usado este proyecto de gasoducto más como símbolo de cooperación que como inversión con retorno garantizado, pese al interés real en la tubería por los beneficios que supone en materia energética y económica. No es imposible que se construya, pero, como señalan algunos expertos, probablemente termine siendo un proyecto parcial o renegociado varias veces, por más que se presente como el desafío directo al dominio de EEUU en el mercado global del gas.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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