Nueva era en Japón: ¿Logrará la nueva «Dama de Hierro» rescatar a su economía con otra dosis de «Abenomics»? (I)

Madrid. Sanae Takaichi se perfila como la próxima primera ministra de Japón tras vencer en las recientes elecciones primarias. Será la primera mujer que lidere el Gobierno nipón en la historia y lo hará en representación del Partido Liberal Democrático (PLD), las mismas filas del fallecido ex primer ministro Shinzo Abe, famoso por la introducción de «Abenomics», una política económica que se basó en estímulos masivos para sacar a Japón del estancamiento económico y la deflación crónica que persiguió al país durante décadas tras el estallido de la burbuja financiera en 1991.
La renovada apuesta por esta fórmula llega 13 años después desde que se aplicó por primera vez. Se puede afirmar que «Abenomics» fue una intervención de magnitud histórica, comparable solo con otras como el «New Deal» de Franklin D. Roosevelt entre 1933 y 1938 o las políticas de expansión cuantitativa de Estados Unidos tras la crisis financiera de 2008. El Banco de Japón duplicó el tamaño de su balance y el Gobierno aprobó paquetes fiscales equivalentes al 60 % del Producto Interior Bruto (PIB) en siete años y medio. Sin embargo, el cómputo que puede hacerse es que, en aquella ocasión, los resultados fueron discretos, ya que la inflación nunca consiguió estar de manera sostenida por encima del 2 % y el crecimiento se mantuvo escuálido, acusando la poca fuerza de una demanda interna penalizada por las subidas de impuestos. En concreto, los gravámenes al consumo se incrementaron dos veces: en 2014, lo que provocó una recesión temporal y una brusca caída del consumo, y en 2019, con lo que la economía japonesa volvió a resentirse justo antes del inicio de la pandemia del coronavirus.
Takaichi, de 64 años, seguirá esta misma doctrina de fuertes inyecciones de dinero público para apoyar el crecimiento, la inversión y el gasto social, en un momento en el que la economía nipona no lo está pasando bien. En el primer trimestre de 2025, el PIB real experimentó una caída anualizada del 0,2 %, atribuida principalmente a la debilidad del sector público y a un déficit comercial creciente. La demanda interna sigue siendo frágil y las exportaciones no han mostrado una recuperación significativa, lo que limita las perspectivas de crecimiento económico.
Takaichi se enfrenta a enormes problemas que siguen sin resolverse, como la gigantesca deuda pública del país, la mayor del mundo. A fecha de marzo de este año, alcanzaba los 1.324 billones de yenes, aproximadamente el 234,9 % del PIB nipón. También deberá lidiar con la debilidad endémica de la productividad, el otro talón de Aquiles de un país que acusa el rápido envejecimiento de su población, lo que merma cada día más la fuerza laboral.
Pero tal y como subrayó hace unos días en un editorial el ‘Financial Times’, el principal reto político que tiene ante sí es aminorar el impacto de la subida de precios sobre los hogares y garantizar que la gente no asocie los actuales niveles de inflación moderada con unos estándares de vida más bajos. Los salarios reales han estado cayendo durante años en Japón, ya que la inflación ha superado los aumentos salariales, obligando a las familias a apretarse el cinturón para llegar a fin de mes. Las encuestas indican que los japoneses no habían estado tan preocupados por los precios desde poco después de la crisis del petróleo de 1973.
Para acometer esa ciclópea tarea de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, Takaichi ha delineado una estrategia centrada en revitalizar el crecimiento mediante una inversión sustancial en sectores estratégicos clave. Su enfoque se basa en una política de «inversión en gestión de crisis», con el objetivo de encarar los desafíos globales con una mayor fortaleza económica y tecnológica.
Sus esfuerzos irán dirigidos a potenciar la inteligencia artificial con el objetivo de aumentar la productividad y abordar el escollo de la escasez de mano de obra. También a realizar inversiones significativas en semiconductores que permitan reforzar la cadena de suministro, apostar por la energía nuclear para reducir la dependencia de los combustibles fósiles -lo que significaría un giro de 180 grados respecto a la política energética adoptada tras el accidente de Fukushima en 2011, que llevó al país a apagar casi todos sus reactores por seguridad- y mitigar la inflación energética. Y, por supuesto, dedicará paquetes de estímulos a aliviar el elevado coste del nivel de vida japonés.
No obstante, el éxito de reintroducir una nueva versión de «Abenomics» dependerá de la intensidad con la que se haga, de su adaptación a las condiciones actuales y de la capacidad del gobierno para aplicar las medidas eficazmente. Así, en un primer momento, probablemente impulsaría la actividad y los precios de los activos, al tiempo que depreciaría el yen como resultado de una mayor relajación monetaria. Un yen más débil favorece las exportaciones y los beneficios corporativos, lo que incentivaría la inversión privada y mejoraría la confianza empresarial si esta política se percibe como sostenible. Asimismo, si la divisa cae, la factura de las importaciones crece, lo que acabará afectando aún más al poder adquisitivo real de los hogares, en particular si los salarios no suben al mismo ritmo. Eso socavaría inexorablemente el consumo.
El otro frente es el del mercado de bonos, que ya han reflejado el temor por la sostenibilidad fiscal de Japón, especialmente en la deuda a largo plazo. O sea, si no se consigue que los paquetes fiscales sean creíbles, la prima de riesgo puede empezar a subir, ya que los inversores exigirían mayores rendimientos para compensar la incertidumbre sobre la política fiscal y la posibilidad de estímulos excesivos que elevarían el endeudamiento del país. Todo esto incrementará el coste de financiación de Japón.
Por otra parte, las reformas estructurales que se aplicaron en la anterior etapa de «Abenomics» se apoyaron en bajadas de tipos del Banco de Japón en la lucha contra la deflación. En 2024, el banco central puso fin a su fase más agresiva de estímulos, dando carpetazo al control de la curva de rendimientos, utilizada para influir directamente en las tasas de interés a distintos plazos, y a la larga travesía de tipos negativos, en pos de una normalización de la política monetaria.
El Banco de Japón ha mantenido los tipos de interés de referencia en el 0,50 % desde su última subida en enero de 2025. Esta tasa representa el nivel más alto desde 2008 y una vuelta de Abenomics podría poner en tela de juicio la independencia del banco central si el gobierno ejerce presión para mantener el precio del dinero artificialmente bajo, lo que dañaría la reputación de la entidad en caso de recortar tipos.
Esta injerencia ya se dio con Abe. «El Banco de Japón abandonó por completo cualquier sentido de autonomía durante la era Kuroda», ha señalado Ke Long, economista de The Tokyo Foundation, en referencia a Haruhiko Kuroda, el gobernador del banco central conocido por su programa de compra de activos de estímulo ‘bazooka’.
Takaichi ya ha sugerido que será ella quien tome las decisiones en materia de política monetaria. «Es el gobierno el que asume la responsabilidad tanto de la política fiscal como de la monetaria», aseguró recientemente tras ser elegida presidenta del PLD, unas declaraciones que se producen justo cuando el banco central está a punto de dar otro paso crucial para alejarse de los tipos de interés ultrabajos.
Para algunos analistas estamos ante el acta de defunción de la independencia del Banco de Japón, un secreto a voces que venía ya anticipándose, pero que ahora Takaichi ha decretado sin recato alguno, al más puro estilo de Donald Trump con la Reserva Federal para que también reduzca los tipos.