UN AÑO DE GUERRA EN UCRANIA | La economía rusa sobrevive, pero no hay luz al final del túnel

Madrid. Hoy, 24 de febrero de 2023, es el aniversario del comienzo de la invasión de Ucrania. Algo que el Kremlin planeaba como una ‘blitzkrieg’ en varias semanas, una conquista rápida, se convirtió en el mayor conflicto europeo desde la Segunda Guerra Mundial. El mundo quedó sorprendido por la resistencia ucraniana que consiguió no solo frenar el avance ruso sino contraatacar y retomar algunos territorios perdidos desde febrero. Pero esto no era la única aparente sorpresa. La economía rusa no se desmoronó como muchos pensaban y consiguió sobrevivir este año lleno de shocks inesperados. El rublo no se hundió, el déficit no fue tan agudo y las masas no se levantaron. El PIB decreció un 2,5 %, un número considerable, pero mucho menor del 15 % del que se hablaba en febrero del año pasado.
Aunque es verdad que los pesimistas vaticinios de marzo no se cumplieron en su mayoría, los argumentos de la propaganda rusa de que la llamada «operación especial» fue un éxito para «liberar a Rusia del yugo económico occidental» tampoco son correctos. Las severas sanciones impuestas por Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y sus aliados ultramarinos no tuvieron un impacto inmediato, sino que afectaron las propias fundamentales del crecimiento económico del país. No veremos a rusos empobrecidos sin dinero para comprar los productos más básicos, pero sí una sociedad que se ve obligada a rebajar cada vez más sus expectativas sobre el futuro y sus planes de consumo. Rusia no será una Corea del Norte o una Venezuela. Rusia será más bien un Irán, una economía con potencial y creciendo, pero creciendo mucho menos de su potencial de no haber sido por el aislamiento mundial.
El rublo: fuerte, pero lejos de la realidad
La primera señal de que el Kremlin consiguió estabilizar la situación fue el rublo. Poco después de que el presidente ruso, Vladimir Putin, anunciase el comienzo de la invasión de Ucrania, el rublo se depreció a récords históricos desde la crisis de los años 90. Si a comienzos de año el euro y el dólar costaban 85 rublos y 75 respectivamente, a comienzos de marzo esta cantidad casi se duplicó hasta llegar a 148 y 139. En la sociedad rusa empezó a esparcirse el pánico, trayendo desagradables recuerdos de la quiebra de 1998. No obstante, a finales del mismo mes el rublo empezó a apreciarse poco a poco, hasta que en abril pasó el nivel de preguerra. Después siguió aumentando su valor alcanzando máximos que Rusia no vio desde la crisis de Crimea y las consiguientes sanciones occidentales. El Banco Central restringió las transferencias al extranjero, limitó la cantidad de divisas extranjeras que se podían comprar y convenció a los bancos a subir los tipos de interés. El rublo consiguió estabilizarse y se convirtió en una de las monedas con mejor rendimiento del año.
La principal causa de este inesperado (por lo menos a primera vista) incremento es la disparidad entre exportaciones e importaciones. En una situación normal, el país exporta productos al extranjero y recibe a cambio divisas, que en el caso de Rusia eran euros y dólares. Estas divisas el país se las da a las compañías importadoras, donde son usadas para comprar los productos de los que el país en cuestión carece. Pero el caso de las sanciones contra Rusia no es un caso normal. Las restricciones impuestas por la UE prohibieron gran parte de las exportaciones a Rusia, destruyendo las cadenas de producción. Aun así, Europa seguía siendo dependiente de los carburantes rusos y, aunque la cantidad decreció bastante, no fue lo suficiente para afectar a los ingresos de las empresas petroleras rusas que consiguieron redirigir su infraestructura hacia la clientela asiática, que comparaba el producto con un considerable descuento. Así, surgió una gran diferencia entre las divisas que entraban en el país y las que salían, creando una demanda artificial del rublo.
Además de eso, el Banco Central consiguió tranquilizar a la población y bajarle los humos a la galopante inflación con una radical subida de los tipos de interés de 9,5 % a 20 % en un solo día, otro récord histórico. La desconexión de los bancos rusos del SWIFT y de otros métodos de comunicación interbancaria no solo evitó que el Banco de Rusia pueda usar sus fondos en el extranjero, sino también cortó el canal de flujo de divisas fuera del país, evitando que el rublo se deprecie aun más. Durante un breve período, se le prohibió también a los bancos vender divisas a la clientela. Además, fueron introducidas restricciones de 10.000 dólares por persona que uno podía sacar del país.
Así la moneda rusa quedó suspendida en el aire sin representar realmente nada. Durante meses uno podía comprar dólares o euros por un precio que llegaba incluso a duplicar el precio de venta. Esta disparidad demostraba los riesgos que corrían las entidades financieras que las obligaba a subir tanto los tipos de cambio. A día de hoy la situación está más o menos estabilizada, siendo la diferencia no mucho mayor que antes de la guerra.
La pregunta es: si el tipo de cambio no representa realmente el valor de la divisa, ¿por qué gastar recursos en mantenerlo? Primero, según economistas citados por el portal digital independiente ‘Meduza’, un rublo fuerte consiguió controlar la inflación, evitando que se dispare demasiado, que podría haber causado aún más incertidumbre en la economía. Al final, Rusia acabó el año 2022 con 11,9 % de inflación, más alta que el promedio europeo (9,2 %), pero bastante más bajo de lo que podía haber sido, dicen los expertos. Aun así, es un anti récord desde los tumultuosos años 90.
Segundo, el rublo siempre fue para los rusos una representación del bienestar de la economía en general. Si la economía va bien, el rublo está fuerte; si estamos en crisis, se deprecia. En las conversaciones corrientes el tipo de cambio siempre se asociaba a la situación económica tanto por defensores del régimen de Putin, como opositores. Después de la anexión de Crimea el gobierno usaba el argumento válido de que un rublo barato es bueno para las exportaciones, pero la opinión pública seguía inmutable al respecto en su mayoría. Por eso, mientras el ejército no conseguía los éxitos esperados, el Kremlin distrajo a la población con un aparente «resurgimiento económico» manifestado por un rublo fuerte como nunca.
Todas estas medidas se le atribuyen principalmente a la presidenta del Banco Central ruso, Elvira Nabiúlina, considerada en su época una de las mejores «centrobanqueras» de Europa. Según un reportaje de ‘Meduza’, tanto la presidenta como los más altos funcionarios del Banco se plantearon dimitir cuando comenzó la guerra. Muchos pensaron en Hjalmar Schacht, que fue ministro de Economía del Tercer Reich y presidente del Reichbank y que se considera el arquitecto de la economía militar de la Alemania nazi. Un financista brillante que acabó construyendo la máquina que destruiría millones de vidas. Pero el dilema moral no era tan simple: por otro lado Nabiúlina se preocupaba que si abandonase el puesto la economía se vendría abajo haciendo sufrir al pueblo ruso como nunca antes. Al final prefirió seguir en su puesto, pero los vestidos negros que comenzó a llevar desde el 24 de febrero pueden ser una muestra de su estado de ánimo.