Trump y Xi sellan una tregua comercial que solo calma las aguas, pero sigue el mar de fondo (I)

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Madrid. Fin del periplo asiático del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con una tregua comercial con China bajo el brazo, tal y como se esperaba. A grandes rasgos, lo que ha trascendido de la reunión en la ciudad surcoreana de Busan con el presidente chino, Xi Jinping -la primera cara a cara entre ambos dirigentes desde 2019-, es que EEUU reducirá los aranceles sobre el fentanilo al 10 % tras comprometerse Xi a reforzar los controles sobre este opioide; mientras China reanudará la compra de soja estadounidense y flexibilizará las restricciones sobre las tierras raras durante un año. Nada se ha tocado de la política hacia Taiwán, un tema sensible que no estaba en la ecuación. Los mercados recibieron con frialdad las noticias.

En resumidas cuentas, mucho ruido y pocas nueces. Así se podría resumir el tira y afloja comercial que han mantenido Estados Unidos y China desde la llegada a la Casa Blanca de Trump el pasado enero. Las efectistas amenazas enarboladas por ambas partes no han sido más que fuegos de artificio bajo los cuales, en la sombra, se definía la parte mollar del posible pacto que acaba de anunciarse tras la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC).

La frase de Trump en los días previos al encuentro ya hizo de spoiler en el culebrón: «Creo que llegaremos a un acuerdo sobre todo». Visto lo visto, parece más una patada hacia adelante. Es cierto que este tipo de acuerdos son complejos y llevan tiempo en fraguarse, y las reacciones hiperbólicas de los mandatarios son también ingredientes para su culminación, una retórica que refleja también las presiones a las que estaban sometidos cada uno de los países. En Estados Unidos, la administración Trump utilizó una postura agresiva para consolidar su base electoral, mientras que en China, el Partido Comunista adoptó un talante combativo para fortalecer su legitimidad interna. El público, en general, lo entendía como una táctica en la negociación, pero tampoco era muy complicado saber que finalmente el pragmatismo se impondría: una guerra comercial abierta habría desgastado a las dos mayores economías del planeta, abocándolas a una agonía lenta que no interesaba a nadie por sus implicaciones globales.

De vez en cuando, hemos visto indicios de deshielo. Ha habido gestos de Pekín que podrían interpretarse como una señal de distensión para preparar el terreno hacia un acuerdo. La renuncia voluntaria al estatus de «economía en desarrollo» que mantenía en la Organización Mundial del Comercio (OMC), sin duda, fue un paso en esa dirección, en el marco de una estrategia bien definida para afrontar las negociaciones con Estados Unidos. La segunda economía del mundo venía gozando de condiciones preferentes con las potencias desarrolladas en sus relaciones comerciales a pesar de su enorme capacidad económica -no en vano se la conoce como «la fábrica del mundo» por su fuerte peso industrial-. Este sinsentido le confería una ventaja que solo podría justificarse si se tratara de una economía de un tamaño muy inferior a lo que es China en la actualidad y había levantado ampollas entre los funcionarios de la administración estadounidense. Al aceptar formar parte del mismo club que el resto de grandes potencias, Xi hizo una simbólica concesión a Trump en aras de la paz comercial, allanando de paso el terreno para celebrar un encuentro entre ambos líderes.

En palabras del viceministro de Comercio y representante para Comercio Internacional de China, Li Chenggang, esta decisión respondía al «firme compromiso» del gigante asiático «con la defensa del sistema multilateral de comercio». Además, se ha producido un acercamiento por parte de Pekín para que se lleve a cabo una reforma de la OMC, una vieja demanda de Washington, que ha acusado a China de ser uno de los países más ricos del mundo y querer pasar por el estatus de «en desarrollo» con el fin de saltarse las normas de esta organización. Sin embargo, hay que subrayar el contexto en el que llegaba este viraje: un creciente proteccionismo por parte de Trump con duros gravámenes a los productos chinos. Tanto es así que China hace unas semanas puso el dedo en la llaga de EEUU, de quien dijo que está socavando las reglas de esta organización al aplicar prácticas comerciales discriminatorias.

Bien es cierto que las tensas relaciones entre China y Estados Unidos también se han caracterizado por un diálogo abierto. A principios de octubre, y aduciendo motivos de seguridad nacional, Pekín anunció un endurecimiento de las restricciones a las exportaciones de tierras raras, minerales estratégicos con los que se fabrica tecnología de alto valor añadido en los campos de la defensa, el transporte o la electrónica avanzada, y cuyo procesamiento está controlado por China en un 80 % a escala mundial. La lectura de este mensaje apunta a una demostración de poderío global para contrarrestar la hegemonía internacional de Estados Unidos, en un momento en el que la intervención de Trump para alcanzar un acuerdo de paz entre Israel y Hamás ha sido clave, lo que ha fortalecido su influencia en Oriente Medio.

Pero, claro está, China también tiene unas credenciales incontestables, pese al agudo escenario de tensiones comerciales con su rival directo. El gigante asiático incrementó un 8,3 % interanual sus exportaciones en septiembre hasta un máximo histórico de 328.600 millones de dólares. Si bien las exportaciones a EEUU han caído significativamente por la imposición de aranceles, el crecimiento se ha visto impulsado por la diversificación de mercados como la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y Australia, con un destacable aumento en las exportaciones de semiconductores y automóviles. Es decir, las agresivas medidas comerciales de Trump han tenido un efecto parcial, ya que, como reflejan las cifras, China sigue vendiendo y mucho a otros países.

Para ‘The Economist’, está ganando la guerra comercial. «Ha aprendido a escalar y contraatacar con la misma eficacia que EEUU. Y está experimentando con sus propias normas comerciales extraterritoriales, cambiando así el rumbo de la economía mundial», afirmó en un reciente artículo. Esta publicación incidía en que las amenazas de Trump de paralizar a China mediante un embargo casi total no eran creíbles, ya que una actuación tan drástica también perjudicaría a Estados Unidos. Asimismo, se aferraba a la máxima ‘dato mata relato’ al señalar que «quienes sostienen que China atraviesa una crisis deberían tener en cuenta que este año su mercado bursátil ha subido un 34 % en términos de dólares, el doble del repunte del S&P 500». Y esto por no hablar de las previsiones de crecimiento de la economía china en 2025, que apuntan al 4,8 % frente a las proyecciones de entre el 1,5 % y el 2 % que se barajan para EEUU. Además, proseguía ‘The Economist’, «en teoría, Trump podría subir la apuesta restringiendo el acceso de China al sistema bancario en dólares. Pero probablemente no lo hará; el caos resultante en los mercados financieros perjudicaría gravemente a Estados Unidos».

El acuerdo ha disuelto como un azucarillo el apocalipsis con tufo a película de ficción de sobremesa que se desprendía de algunas de las grandilocuentes declaraciones de Trump. Volviendo la vista atrás apenas unos días, Washington respondía a la «desproporcionada» decisión de Pekín de limitar más las exportaciones de las tierras raras amenazando con aranceles masivos, lo que elevó el riesgo de una escalada comercial en el imaginario colectivo.

Al mismo tiempo que ambos países escenificaban esta confrontación pública basada en la intimidación, sus equipos técnicos estaban enfrascados en una negociación soterrada que ha mantenido despejados los canales de comunicación bilateral de cara a la cumbre de la APEC. Habíamos asistido a un intercambio dialéctico bronco en las semanas previas a este evento, con declaraciones del secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, en las que tildó de «desquiciado» a Chenggang por su comportamiento «incendiario» en la reunión mantenida por las dos delegaciones en Madrid en septiembre, lo que deterioró las relaciones. Seguía el histrionismo, pero sin desviarse de la hoja de ruta.

Pekín y Washington habían acordado el pasado agosto prorrogar por 90 días la tregua pactada en mayo en Ginebra (Suiza). En aquel encuentro, los negociadores de ambos países convinieron que Estados Unidos reduciría los aranceles aplicados a los productos chinos del 145 % al 30 %, mientras que China rebajaría los impuestos a las importaciones estadounidenses del 125 % al 10 %, como respuesta a la escalada arancelaria sin precedentes registrada en abril.

A fin de cuentas, tenían claro que un choque de esa magnitud perturbaría severamente el comercio entre las dos superpotencias a golpe de arancel y, por tanto, suponía un riesgo macroeconómico muy relevante no solo para ellos, sino para el crecimiento global, tal y como había advertido el Fondo Monetario Internacional (FMI). Tanto Estados Unidos como China sabían el impacto que esto propinaría a las cadenas de suministro y a sus propias empresas.

«No se equivoquen: la perspectiva que se está desarrollando no es la de dos países superando sus diferencias, sino la de gigantes beligerantes utilizando su poder económico como arma. Y, aunque China esté ganando la guerra comercial del señor Trump, el retroceso del comercio abierto, en última instancia, convierte a todos en perdedores», zanjaba ‘The Economist’ en su artículo unos días antes de la celebración de la cumbre en la que ambos países han oficializado el pacto.

Si bien nadie era tan osado como para anticipar un gran acuerdo comercial ante la actual coyuntura política, sí que se percibía viable un compromiso técnico limitado que enfriase las tensiones, como así ha sucedido. Tales sospechas parecieron confirmarse a finales de octubre, cuando el viceprimer ministro chino, He Lifeng, encabezó una delegación para reunirse en Malasia con Bessent y el representante de Comercio, Jamieson Greer, donde realmente se selló el acuerdo.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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