El riesgo silencioso que acecha a Trump (I): Japón despierta el fantasma de las tensiones financieras

Madrid. Japón es el mayor acreedor de Estados Unidos. Posee una deuda de 1,1 billones de dólares, por delante de China, una cifra que tiene en vilo a Washington en un año de importantes vencimientos que el presidente estadounidense, Donald Trump, quiere afrontar a un coste razonable. Y ahí el país asiático podría tener mucho que decir.
Estados Unidos y Japón han convivido en una situación de equilibrio que hasta ahora ha interesado a ambas partes y, fruto de ella, se han sellado acuerdos de seguridad y cooperación. Japón se ha asegurado un rendimiento estable sobre sus reservas de divisas al invertir en lo que se considera el activo refugio de referencia: los bonos americanos, caracterizados por carecer de riesgo crediticio y por ofrecer alta liquidez a los inversores. Para adquirirlos, Japón necesita dólares y los obtiene vendiendo yenes, lo que a su vez fortalece y da estabilidad a la divisa americana en los mercados globales. Los grandes tenedores de deuda, como Japón y China, prefieren un dólar fuerte para proteger el valor de sus reservas.
Al mismo tiempo, Estados Unidos consigue con ello atraer capital, reduce su coste de endeudamiento y puede bajar su déficit fiscal sin recurrir a fuentes internas, facilitando el gasto en áreas como defensa, infraestructura y programas sociales. Sin embargo, también esto hace que sus productos sean relativamente más caros en el extranjero, lo que afecta negativamente a sus exportaciones.
Por su parte, Japón ha mantenido durante años los tipos de interés en niveles muy bajos para estimular a su alicaída economía, que sigue arrastrando el estallido de la burbuja financiera japonesa de hace ya 35 años, lo que ha generado en el país asiático un apetito por rentabilidades más altas en activos denominados en dólares, como los valores del Tesoro estadounidense. En este sentido, los inversores institucionales nacionales de Japón, como los fondos de pensiones y las aseguradoras, dependen en gran medida de los bonos americanos para equilibrar sus carteras y garantizar rendimientos predecibles. Así pues, si bien la política monetaria ultralaxa del banco central nipón ha buscado apoyar la frágil recuperación y alcanzar los objetivos de inflación del país, también ha contribuido a la salida de flujos de capital y a la depreciación del yen.
Ese ha sido el estatus quo en las últimas décadas y en ese marco el Gobierno japonés intervino directamente en los mercados de divisas a finales de 2022 y de nuevo en 2024 para estabilizar la divisa nipona, un episodio que no se veía desde las postrimerías del siglo XX.
Pero algo empezó a cambiar en abril de 2025, cuando la política proteccionista de Trump comenzó a zarandear el tablero geopolítico internacional con la amenaza de agresivos aranceles al resto del mundo. Ese mes, el ministro de Finanzas de Japón, Katsunobu Kato, sugirió que podría utilizar sus participaciones de bonos del Tesoro como una «carta de negociación» en conversaciones sobre aranceles y políticas monetarias, a sabiendas de que eso podría apreciar el yen y dañar a su economía por el encarecimiento de las exportaciones del archipiélago.
Dicha declaración de intenciones se trasladaba a la opinión pública mundial en medio de las negociaciones comerciales entre ambos países y en un contexto de creciente preocupación por la sostenibilidad fiscal de Estados Unidos debido a su elevado nivel de deuda. En 2025, aproximadamente 9,2 billones de dólares estadounidenses en deuda pública están programados para vencer, lo que representa alrededor del 25,4 % del total de la deuda nacional.
Sin ir más lejos, el magnate Elon Musk alertó abiertamente de que el aumento de la deuda estadounidense por el enorme gasto público podría poner en peligro programas sociales esenciales como la Seguridad Social y la atención médica. En concreto, dijo que los pagos de intereses consumen el 25 % de todos los ingresos del gobierno, algo que a su entender es insostenible y aboca a su país a una «esclavitud de deuda».
Una disminución significativa en la demanda de bonos americanos por parte de Japón tendría el efecto automático de un incremento de la rentabilidad de la deuda y, por tanto, de su coste para Estados Unidos, según advierte el Peterson Institute for International Economics, un prestigioso instituto de análisis con sede en Washington. Esto ocasionaría un tsunami en los mercados financieros. Si se produjera una venta masiva de deuda estadounidense, habría una oferta excesiva de dólares en el mercado, lo que devaluaría a esta moneda. En consecuencia, el impacto en el comercio internacional y la inflación sería notable dado el papel central de Estados Unidos en la economía mundial. Y más allá de teorizar, actualmente es un hecho que el riesgo de un dólar más débil y el coste de protegerse frente a ese riesgo está provocando que los activos estadounidenses sean menos atractivos en todo el mundo, apuntaba hace poco tiempo ‘The Wall Street Journal’. También es evidente que hay una expectativa de normalización de la política del Banco de Japón y eso hace que los bonos domésticos sean relativamente más atractivos frente a los valores del Tesoro americano. Esto podría desencadenar una repatriación de fondos por parte de inversores institucionales nipones para reforzar exposiciones locales.
En la primavera de 2024, el Banco de Japón puso fin a su política monetaria extremadamente acomodaticia al eliminar la tasa de interés negativa y el control de la curva de rendimientos, al tiempo que anunció una reducción progresiva de sus programas de compra de activos. Desde entonces, la entidad se ha mantenido en una senda de subidas de tipos cautelosa. Tras pequeños incrementos en marzo y julio de 2024, aumentó la tasa en 25 puntos básicos, hasta el 0,50 %, en enero de 2025.
Si bien en las reuniones de marzo, mayo y junio el banco central mantuvo sin cambios su posición debido a la revisión a la baja de las previsiones de crecimiento e inflación debido al impacto de los aranceles estadounidenses, el gobernador del Banco de Japón, Kazuo Ueda, se ha mostrado dispuesto a considerar una subida de tipos si hubiera pruebas suficientes de que estas proyecciones se cumplirán. Según las actas de la reunión de julio, los responsables debatieron la posibilidad de reanudar las subidas del precio del dinero. En esta línea, en un reciente informe titulado «Japón, la tierra de la rentabilidad creciente», el banco holandés ABN Amro prevé que la senda gradual de incrementos de tipos en Japón continúe y, en concreto, espera una subida más para este año y otra para 2026.
Si esta tendencia de endurecimiento de la política monetaria nipona continúa en el tiempo, la consecuencia sería doble: Japón dejará de inyectar liquidez barata en los mercados mundiales y abandonará el estatus de agresivo comprador neto de deuda extranjera, incluida la americana, lo que reconfigurará los equilibrios financieros globales. El fin de una era.