El riesgo silencioso que acecha a Trump (y II): Si Japón no compra deuda, los bancos de Wall Street pagarán las consecuencias

Wall Street, en Nueva York. | jpellgen (@1105_jp), Flickr
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Madrid. Los grandes bancos estadounidenses como JPMorgan, Bank of America, Citigroup o Goldman Sachs, que poseen importantes cantidades de deuda del Tesoro americano en sus balances, ya sea directamente o como colateral, se mantienen vigilantes ante lo que pueda pasar con Japón.

Una venta de deuda de grandes proporciones causaría pérdidas contables en esos activos, lo que reduciría su valor de mercado. Aunque no se cree que esto pudiera provocar de forma inmediata una crisis de liquidez, sí podría afectar a su capacidad de operar, su solvencia y su credibilidad en los mercados. Incluso podrían verse obligados a reforzar su capital por el impacto negativo en sus balances. El espectro de la caída de Lehman Brothers, sin duda, volvería a Wall Street.

En estos momentos, la economía de Estados Unidos se encuentra atrapada en una trampa muy peligrosa. Aunque crece a un ritmo anual del 2,9 %, su deuda lo hace en un 7,5 %, destaca la firma de análisis XTB. El secretario del Tesoro americano, Scott Bessent, necesita revertir esta tendencia para salvar el mercado de bonos. Sin embargo, desde el año 2000, la deuda de Estados Unidos ha crecido en más de 30 billones de dólares. Por aquel entonces, la deuda pública era de alrededor de 6 billones de dólares; ahora supera los 36 billones de dólares. Eso es un aumento del 500 % en 25 años, alerta. Tal y como lo ha retratado Elon Musk, Estados Unidos es un país adicto al gasto.

Nada hace pensar que esa deuda vaya a dejar de aumentar. ¿Y quién la va a comprar? XTB recuerda que los bancos estadounidenses están obligados a mantener una gran cantidad de bonos del Tesoro en sus balances como activos y que ya se encuentran entre los mayores compradores, pero no es suficiente. Para estabilizar el mercado de bonos y evitar que los rendimientos suban, el Gobierno instruirá a los bancos para que mantengan y compren aún más deuda estadounidense, pronostica.

Y les tendrá que convencer porque actualmente registran pérdidas importantes en sus inversiones existentes en el Tesoro a raíz de los incrementos de los tipos de interés por parte de la Reserva Federal, que aumentaron los rendimientos de los bonos, mientras que los precios cayeron. «Cuando los mercados se dan cuenta de estas pérdidas contables, la gente se apresura a retirar dinero de los bancos», explica XTB. «Eso es exactamente lo que causó el colapso de Silicon Valley Bank en 2023», añade. Y esa también es una de las razones por las que Trump está presionando con tanta vehemencia a Jerome Powell, presidente de la Fed, para que baje los tipos de interés, que, tras la reunión de julio del banco central, siguieron en una horquilla del 4,25 %/4,50 %. Powell sigue repitiendo el mantra de «esperar y ver» a cómo evolucionan los diferentes indicadores económicos en los próximos meses y el mercado no anticipa un recorte del precio del dinero antes de octubre.

Por su parte, Japón, con una deuda en torno al 250 % del Producto Interior Bruto, es una economía que sufre la cronificación del envejecimiento de su población, con una tasa de nacimientos en mínimos históricos que enfrenta al país a una crisis demográfica sin precedentes -más del 29 % de la población japonesa tiene más de 65 años-. Se estima que para 2050, Japón tendrá unos 20 millones de personas menos, el 16 % de su población actual, mientras que para finales de siglo se prevé que pierda más de la mitad. Asimismo, la cuarta economía del mundo -en 2023 fue superada por Alemania– adolece de debilidad en su productividad y de una deflación estructural que ha mantenido estancado el crecimiento durante decenios. Esto obliga al Gobierno a situar la estabilidad financiera como prioridad número uno porque, si confluyen todos esos factores, no tendrá capacidad real para pagar su deuda. La única forma en que puede hacerlo es a través de la impresión de dinero, lo que devaluará drásticamente el yen.

No obstante, los precios en el país están aumentando de manera persistente. Por ejemplo, el coste del arroz, un producto básico en la alimentación japonesa, subió en abril un 98,4 %, su mayor incremento mensual desde 1971. Los precios de la energía crecieron un 9,3 % tras la eliminación en marzo de los subsidios del gobierno japonés al gas y la electricidad. Y mientras la inflación se acelera, los salarios reales se deterioran. En ese entorno, el Banco de Japón mantiene viva la posibilidad de subir los tipos de interés para controlar la inflación, lo que fortalecería al yen y debilitaría al dólar, al tiempo que el Gobierno nipón ha revisado a la baja su previsión de crecimiento del PIB para 2025 del 1,2 % al 0,7 % debido al impacto de los aranceles de Estados Unidos. Mucha incertidumbre, por tanto.

En suma, la relación económica entre ambos países está tan entrelazada, que desenredar esa maraña financiera se antoja poco creíble. Así, la gran exposición a la deuda estadounidense por parte de Japón probablemente no deje de ser más que una baza simbólica y estratégica, en lugar de una amenaza real, ya que habría que remover de un plumazo muchos vínculos históricos, no solo económicos. Y aunque es cierto que Trump está mostrando un perfil rupturista con sus socios frente al pasado -de ahí que la Unión Europea haya anunciado la movilización de 800.000 millones para su rearme tras 80 años bajo el paraguas de defensa propiciado por las relaciones transatlánticas-, en este caso no parece que un postulado similar vaya a ser viable. La colosal deuda de EEUU hace que Japón tenga hasta cierto punto controlada la situación.

Desde que en 1945 Japón quedó bajo ocupación estadounidense durante siete años por su derrota en la Segunda Guerra Mundial, comenzó a fraguarse una estrecha diplomacia entre ambas partes, que se prolongó durante la Guerra Fría. El Tratado de Cooperación y Seguridad Mutua entre Estados Unidos y Japón de 1960 estableció que Estados Unidos defendería a Japón a cambio de mantener bases militares en su territorio. Amparado en el «escudo americano», Japón se centró en el crecimiento económico orientado hacia las exportaciones, especialmente hacia Estados Unidos, con quien generó superávits comerciales permanentes que hicieron subir como un suflé las reservas en dólares, que en gran medida se invirtieron en bonos del Tesoro estadounidense.

Esta interdependencia ha sido descrita por algunos analistas como un intercambio implícito de seguridad por estabilidad financiera, en un marco de cooperación y alineamiento político entre Washington y Tokio, retroalimentado durante décadas.

El pasado 23 de julio ambas potencias alcanzaron un esperado acuerdo comercial tras unas difíciles negociaciones por el que los importadores estadounidenses pagarán aranceles «recíprocos» del 15 % sobre los bienes japoneses exportados a Estados Unidos. Pero, lo más importante para Japón es que la tasa del 15 % también se aplicará a los automóviles y las piezas de automóviles, lo que le dará una ventaja competitiva sobre otros grandes exportadores de vehículos, que desde abril han sufrido un gravamen del 25 % sobre las exportaciones del sector automotriz. Además, Japón invertirá 550.000 millones de dólares en Estados Unidos en capital y préstamos para apoyar negocios japoneses en áreas clave como la industria farmacéutica y los semiconductores.

Sin embargo, no se puede descartar un giro copernicano de Trump en las relaciones bilaterales si considera que sus exigencias se incumplen, como ya ha sucedido con otros países. Un solo tuit del presidente puede cambiarlo todo. Ahora bien, Japón ha abierto la Caja de Pandora y la palanca de la venta de deuda estadounidense ha entrado ya en escena como instrumento de negociación. Aunque los datos recientes muestran movimientos cíclicos -alguna repatriación y menores compras netas-, no estamos asistiendo a una liquidación masiva e inmediata. Tokio es muy consciente de que los costes económicos y geopolíticos son muy elevados y hay alternativas menos disruptivas. Con todo, esa inquietud seguirá en la cabeza de Donald Trump, Bessent y la gran banca americana. La historia continuará.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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