Razones para el deshielo entre Europa y China (y II): Una oportunidad comercial vital

Xi Jinping, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen. | European Union, 2025 - Wikimedia
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Madrid. China supone un mercado descomunal para la Unión Europea (UE) -el más grande del mundo en términos de población y el segundo en términos de PIB- y ahora que Estados Unidos le da la espalda, puede ser una vía fundamental para espolear su raquítico crecimiento, quizá la única si el presidente estadounidense, Donald Trump, mantiene su línea dura hacia Europa.

Un incremento del comercio con el gigante asiático abriría oportunidades para que las empresas europeas accedan a una base de consumidores masiva que buscan productos de alta calidad, lo que podría aumentar las exportaciones de bienes y servicios.

Asimismo, una relación más estrecha podría atraer inversiones chinas hacia Europa, tanto en infraestructuras como en sectores clave como la tecnología -donde China es líder en el desarrollo de la Inteligencia Artificial y la robótica-, la energía, la industria manufacturera o materias primas como los metales raros y otros minerales esenciales para la fabricación de productos tecnológicos.

Muchas industrias europeas dependen de la importación de bienes intermedios y componentes electrónicos, textiles o maquinaria procedentes de China que cuentan con precios competitivos, lo que posibilita reducir los costes de producción. Esto podría contribuir al crecimiento económico, a la creación de empleo en la región y a acelerar la innovación, donde los países europeos van rezagados respecto a sus competidores directos, por ejemplo, en la industria de los semiconductores, un mercado en la que la UE aspira a tener una cuota mundial del 20 % en 2030 porque provee recursos estratégicos para la transformación tecnológica. Lo cierto es que, actualmente, ni siquiera llega al 10 % debido al dominio que ejercen en esta parcela países asiáticos como Taiwán, que atesora más del 60 % de la fabricación mundial de chips, Corea del Sur, China y Japón.

Asimismo, en el actual entorno globalizado, diversificar las relaciones comerciales con más de una economía fuerte es imprescindible tal y como ha quedado patente. Eso permitiría a Europa protegerse de la volatilidad económica mundial y reducir su dependencia de socios comerciales inestables como Estados Unidos.

Además, China es una fuente importante de turismo para Europa y una mayor cooperación puede atraer más visitantes a la región, lo que tendría un impacto positivo en sectores como la hostelería, el transporte y el entretenimiento. En Madrid, ya se trabaja para convertir su principal aeropuerto en un nodo global de conexión entre América y Asia. Recientemente, se ha conocido que la aerolínea china Sichuan Airlines ha abierto la ruta entre Chengdu y Madrid a partir del 27 de abril con cuatro vuelos semanales, mientras que la aerolínea pekinesa Capital Airlines añadirá una cuarta frecuencia semanal a las tres que ya existen entre Madrid y Hangzhou el próximo verano, coincidiendo con la temporada alta turística. En total, ya son seis las aerolíneas chinas que operan desde la capital española para conectar varias ciudades del país asiático con Europa.

China ha visto la oportunidad y ya ha puesto en marcha su maquinaria diplomática para un acercamiento con Europa. Mientras el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, descargaba una andanada de críticas acres contra los líderes europeos hace unas semanas en la Conferencia de Seguridad de Múnich, a los que acusó de cercenar la libertad de expresión en las grandes plataformas tecnológicas, el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, tiraba de discurso conciliador y posicionaba a su país como socio estable para Europa, justo lo contrario que los americanos. «No hay conflictos de intereses ni geopolíticos entre China y la UE», afirmó Yi durante su reunión con la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas.

Por su parte, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que se ha caracterizado por una postura desafiante con China, ha rebajado el tono en sus últimas comparecencias, adoptando una actitud más constructiva con el objeto de «encontrar soluciones en interés mutuo». Todo parece indicar que el diálogo con Xi Jinping será una herramienta más para salir del atolladero en el que se encuentra la vieja Europa.

Al final del día, a pesar de las disputas comerciales con China por el vehículo eléctrico o los productos lácteos, la UE sigue siendo el segundo socio comercial de China, sólo por detrás de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), con el foco puesto en los equipos eléctricos y en la maquinaria. En la última década, el comercio entre ambos no ha hecho más que crecer. De acuerdo con cifras de la Administración General de Aduanas, los flujos comerciales entre China y la UE aumentaron en 2024 un 1,6 %, insistimos, a pesar de las querellas entre sus autoridades, lo que muestra la fortaleza de esta relación. Entre los estados miembros de la UE, Alemania es el primer socio comercial de China, que incrementó sus exportaciones un 7,8 % al país europeo.

Alemania, en concreto, tiene gran exposición a una industria especialmente sensible para la UE, la automoción, que supone 13 millones de empleos directos e indirectos y aporta un billón de euros al PIB de la región. No es descartable que un futuro esté en el centro de la cooperación estratégica entre China y Europa, en la medida que el sector tiene que hacer frente a una transformación sin precedentes: lidiar con la transición verde, reestructurar la cadena de suministro y avanzar en innovación tecnológica, ámbitos en los que podrían generarse grandes sinergias.

Esta idea fue planteada recientemente por el exdirector general de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Pascal Lamy, en un foro organizado por el Centro para China y la Globalización, un instituto de análisis con sede en Pekín. Su tesis contemplaba un cambio en los flujos de inversión tradicional, que implicaría revertir la dinámica que llevó a los fabricantes europeos de automóviles a China hace tres décadas, lo que, asimismo, les permitiría beneficiarse de la inversión y los conocimientos tecnológicos chinos. En ese escenario, las compañías del país asiático podrían construir centros de producción en Europa, generando empleo y fomentando el intercambio de know how y experiencia. Algunos ya hablan de que esta colaboración podría acelerar la adopción de alternativas de transporte sostenible en África, Latinoamérica y Asia Central, un mercado potencial para ambas partes.

La realidad es que para los grandes grupos automovilísticos alemanes como Volkswagen, BMW o Mercedes China es vital en sus resultados anuales y son conscientes de que los aranceles al coche eléctrico pueden arruinarles la vida, ya que gravan sus marcas. La Asociación Alemana de la Industria del Automóvil (VDA) ha reiterado en varias ocasiones advertencias sobre las negativas consecuencias para la economía europea de estos impuestos y ha pedido que la Comisión Europea aparque este plan, ante el temor a que desate las represalias del Gobierno chino sobre un sector en horas bajas. Si bien antes el coche de motor de combustión europeo gozaba de la confianza del mercado, ahora los coches eléctricos chinos le han comido la tostada al ofrecer unas mayores prestaciones en virtud de un software más sofisticado y, muy importante, a un menor precio. La consecuencia directa es que las ventas de automóviles alemanes en China han caído.

La VDA defiende que no cabe esperar una penetración excesiva en el mercado de los vehículos eléctricos de batería chinos a medio y largo plazo. Según sus estimaciones, la cuota de mercado de estos fabricantes en el mercado global de turismos en Europa se estabilizará entre el 5 % y el 10 %. La pelota, pues, está, una vez más, en el tejado de la burocracia europea.

En síntesis, la relación comercial entre Europa y China es multifacética. Europa depende de China no solo como proveedor de productos y componentes a bajo coste, sino también como un mercado clave para sus exportaciones y un inversor importante en su economía.

No obstante, de materializarse ese acercamiento, podrían producirse fricciones con Washington a nivel geopolítico. Un mayor entendimiento comercial con China podría generar una amenaza para el liderazgo global de Estados Unidos y para los principios del sistema internacional que está implantando. Es decir, Europa podría quedar atrapada en medio de las rivalidades entre estas dos superpotencias. Además, algunos de los aliados de Europa, como Japón o Australia, que también son aliados estratégicos de Estados Unidos, podrían ver una mayor cooperación de Europa con China como un alejamiento de los principios compartidos y la seguridad regional. Esto podría afectar negativamente las relaciones multilaterales de Europa con otras naciones democráticas.

Con todo, en la tesitura actual, las palabras del más que probable nuevo canciller alemán, Friedrich Merz, después de su triunfo en las elecciones del 23 de febrero pueden ser un presagio. Su «máxima prioridad», dijo, será contribuir a que Europa se independice de Estados Unidos. Sin duda, estamos ante el comienzo de una nueva etapa que marcará un antes y un después en el tablero internacional y en la historia.

Santiago Castillo

Periodista, escritor, director de AsiaNortheast.com y experto en la zona

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