Jordi Joan Baños: «India ni quiere ni puede ser un contrapeso a China»

La Ilusión de India
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Madrid. El que fuera corresponsal del periódico ‘La Vanguardia’ en Nueva Delhi durante una década y probablemente el mejor conocedor dentro del mundo de habla hispana de India, Jordi Joan Baños (Sabadell, Cataluña, España, 1971), asegura que el país que camina hacia los 1.500 millones de habitantes ni quiere ni puede ser un contrapeso a China en su libro ‘La ilusión de India’ (Diëresis).

Joan Baños es un periodista con una bagaje internacional de cerca de dos décadas en el continente asiático que le ha llevado a recorrer junto a ‘La Vanguardia’ desde comienzos de siglo Portugal, la India y Estambul antes de su destino actual en Bangkok, desde donde cubre la actualidad de esa parte del mundo para el diario barcelonés.

La publicación de ‘La ilusión de India’, presentado recientemente en España, supone una oportunidad para los lectores en lengua castellana de acercarse a un país que es un gran desconocido en esta parte del mundo desde la perspectiva de un experto que ofrece, por vez primera, una mirada distinta a la de los autores anglosajones en inglés.

En el libro plasma las impresiones y vivencias de su década en la India, un trabajo de referencia que aporta gran información del gigante asiático y que sumerge en la vida cotidiana del país a través de un texto de género híbrido en el que el autor apunta que la India, a pesar de ser el país más populoso de la Tierra, tampoco va a estar en condiciones «de ejercer de contrapeso a la China o a Estados Unidos, por lo menos en varias décadas».

¿Cómo surge la idea de escribir ‘La ilusión de India’ y qué trata de transmitir en tu trabajo al lector?

Era casi una obligación, al haber sido el primer corresponsal de un diario en lengua española en la India. Hay y había periodistas de la agencia EFE, pero su mirada es otra. Gracias al trabajo de hormiguita de estos y su atención al dato, el corresponsal de prensa puede permitirse la voluta, la perspectiva, hasta el requiebro literario y no esfumarse del todo de la noticia. Un corresponsal es una firma.

Dicho esto, el ego es un problema para un periodista. Pero tal como he descubierto, no para el autor de un libro. De hecho, para mi sorpresa, muchos lectores, entre ellos gente del oficio, lo que más valoran es un cierto ‘striptease’ individual o por lo menos, eso es lo que me cuentan que más les ha gustado del libro.

¿Qué papel juega actualmente y cuál puede jugar en los próximos años India en el mapa geopolítico del mundo?

India cada vez pesará más, pero no es ni será una superpotencia. La prueba es que ni siquiera es decisiva en su propio vecindario, donde se suceden los cambios fuera de su control, en Bangladesh, Nepal, Afganistán, Birmania, Sri Lanka, Maldivas y, por supuesto, Pakistán y China. Solo le queda Bután. Los retos del país más poblado del mundo, donde vive el mayor número de pobres, son tan formidables, que India está condenada a permanecer absorbida por sus propios problemas.

Es de justicia que India sea un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, pero ellos mismos no lo ven como una plataforma para proyectar su modelo y su influencia -no son EEUU, ni China, ni lo que fue la antigua URSS– sino un reconocimiento jerárquico. Algo muy indio. De lo que se trata es de estar ahí.

Los asesinatos de Indira Gandhi y luego de su hijo Rajiv Gandhi -el mismo año de la disolución de la URSS- contribuyeron a que un país no alineado decantado hacia Moscú se acercara a Washington. Sin embargo, el balance de los últimos 34 años es mucho menos brillante de lo que se lee en la prensa británica y estadounidense, que son partes interesadas. Solo por esta evidencia creo que ya vale la pena leer un libro como el mío, escrito desde la neutralidad.

No hay que olvidar que en aquel entonces, el nivel de desarrollo de China e India era el mismo, en cambio, ahora China es cinco veces más grande en todo, menos en territorio y población. En contra de lo que se desprende de las cifras macroeconómicas, el abismo entre China e India no ha hecho más que ensancharse y sigue haciéndolo.

A India le salvaba en las comparaciones la posibilidad de echar a los políticos corruptos cada cinco años y la libertad de prensa. Pero esta última se ha erosionado mucho en los últimos once años, de estrecha alianza entre el BJP de Narendra Modi y los oligarcas Mukesh Ambani y -como novedad- Gautam Adani, que se han convertido en dos de los hombres más ricos de Asia.

Sea como sea, India aún puede enorgullecerse de varias cosas. Nunca ha estado en manos de los militares, por ejemplo, a diferencia de Pakistán y Bangladesh, que también formaban parte de la India Británica. La democracia ha sobrevivido en la Unión India y el país no solo ha mantenido su integridad, sino que incluso ha crecido con la anexión de Sikkim.

Pero la impugnación de estos 78 años de independencia es que, pese haber sido una pionera de la descolonización, su emancipación mental, cultural y lingüística es muy inferior a la de otras naciones asiáticas que llegaron más tarde. En parte por su asombrosa heterogeneidad. Aunque lo mismo podría decirse de Indonesia o de la misma China.

¿Dentro del ámbito asiático, hacia dónde cree que evoluciona la relación entre India y China?

India ni quiere ni puede ser un contrapeso a China y mucho menos un baluarte militar contra China. A la clase política de Nueva Delhi, más lista que la de Bruselas o Washington, le puede interesar hacerlo creer, pero nunca lo llevará a cabo. Sin embargo, el discurso antichino sí que tiene poderosos altavoces.

Es posible progresar dándole la espalda a los vecinos, incluso cuando tres de ellos (China, Pakistán y Bangladesh) están entre los ocho más poblados del mundo. Pero evidentemente es mucho más difícil. Sobre todo, hacerlo a espaldas de China y de sus inversiones. India querría sustituir a China como fábrica del mundo, pero no puede.

Su clase dominante, que es como decir sus castas dominantes, se creyeron más espabiladas que japoneses, coreanos, chinos y vietnamitas y pensaron que podrían pasar directamente de una sociedad rural a una sociedad de servicios, sin pasar por la fase de industrialización. Algo que no es ajeno al horror al trabajo manual y a ensuciarse las manos de las «castas altas», que, sin embargo, tienen otras virtudes.

¿Cree que los gobiernos occidentales le prestan la importancia que deben a sus relaciones con una potencia como la India?

La Unión Europea (UE) se está difuminando como actor internacional, pero en India en realidad nunca llegó a existir. En India los países europeos que pesan son Rusia, el Reino Unido, Francia y hasta cierto punto Alemania. Los demás, mucho menos. Dicho esto, creo que en España sobran inmigrantes pakistaníes no cualificados y no nos vendría nada mal contar con más inmigrantes indios cualificados, como hace EEUU que los selecciona en origen. Aunque también esto está entrando en crisis con el vendaval del segundo Trump.

¿Qué tipo de libro va a encontrar el lector que tenga en sus manos ‘La ilusión de la India’ y a qué personas puede interesar más este trabajo?

Me gustaría creer que es un libro muy distraído para quien ya conoce India y muy ilustrativo para quien todavía no la conozca. Pero que inevitablemente incomodará en algún momento, por un motivo u otro, a aquellos que buscan la compañía de India: personal de ONG, turistas espirituales, buscadores de Eldorado y personal de ‘think tanks’ que regurgita sin pensar lo que lee en inglés.

Pero incluso ellos encontrarán también partes provechosas. Todo lo que va contracorriente lo es. Luego la síntesis que hagan dependerá de ellos.

¿Puede contribuir de alguna manera una obra escrita en castellano como es ‘La ilusión de la India’ a que gane peso el interés por el país asiático en España y Latinoamérica?

No, pero proporciona a quien ya tenía interés en India una herramienta no sólo en nuestra lengua sino también desde nuestra óptica, cosa que una traducción del inglés nunca puede aportar. Me está mal decirlo, pero se traducen del inglés muchas obras sobre India que suponen una aportación mucho menos original y casi siempre peor escrita.

Este libro, de hecho, es en parte, como he dicho, una reacción ante la visión de color de rosa sobre la India y la economía india que desde hace más de veinte años se ha venido difundiendo desde el Reino Unido y EEUU. No porque se ajustara a la realidad, sino porque servía de cortina de humo al verdadero acontecimiento del siglo, que es el ascenso de China. La élite india se ha prestado encantada al relato anglosajón, que ha disparado la cotización de sus mercados de valores -a pesar de que nadie es capaz de citar una empresa india fuera de India- pero en voz baja nadie se cree esas cifras.

Por otro lado, la India no es la China, pero seguramente es mucho más interesante. Encima, en India el cliente siempre tiene la razón y al turista se le trata a cuerpo de rey. Para acabar, querría señalar que entre indios y latinoamericanos discurre una simpatía natural, muy desaprovechada. El Premio Nobel de Literatura García Márquez dijo que después de tres días con Indira Gandhi le parecía «que era de Aracataca».

Los latinoamericanos, a su vez, entienden y se adaptan a la estratificación social y urbana de las ciudades indias mucho antes que los españoles. De la misma forma, la simpatía con la que un día contó en India el boom latinoamericano, el Che, Maradona o Fidel Castro, todavía busca un contenido de recambio, que vaya más allá del interés, pongamos por caso, de la multinacional Jindal por el cobre chileno.

Por mucho que este, como explico en el libro, llevara al mismísimo Shashi Tharoor a soltar un panegírico desaforado de la poetisa Gabriela Mistral. En la relación cultural casi todo está por hacer, por lo que «el Año Dual España-India», en 2026, es del todo oportuno.

Alfonso Rodríguez

Periodista. Licenciado en Geografía e Historia. Excorresponsal de la agencia Efe durante dos décadas en Portugal, San Juan de Puerto Rico y Miami (EEUU), buen conocedor de Asia, y ha recorrido países como Japón, Tailandia, Vietnam y Camboya, entre otros, de ese continente.

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